El tema que hoy voy a desarrollar no entra en el círculo de mis
trabajos e investigaciones inmediatas, porque si bien es verdad que he
asistido a varias de las más notables discusiones provocadas por cier-
tas piezas trepanadas, teniendo así ocasión de examinarlas personal-
mente, también es verdad que ello fué debido más bien al acaso, sin
que la cuestión me interesara de una manera especial.
No hubiera habido, pues, razón alguna para que emprendiera la
exposición de lo que sábese acerca de la trepanación prehistórica del
cráneo, si no hubiese mediado la galantería del ilustrado Presidente
de este sabio Círculo, que me ha honrado invitándome a tratar este
tema ante vosotros. Bien habría podido excusarme fundándome en la
razón enunciada, de que el asunto no es de mi competencia, y quizá
hubiera procedido acertadamente porque habría proporcionado ocasión
para que él fuese dilucidado por personas de mayor autoridad en la ma-
teria. Mas no lo hice así a tiempo y ahora ya es tarde. He juzgado que
una negativa de mi parte, después de una invitación tan espontánea,
y para mí tan honrosa, habría podido ser tal vez mal apreciada, y eso
es lo que me ha decidido a aceptar la invitación.
De cualquier manera que sea, a la iniciativa del Círculo Médico
Argentino se deberá entre nosotros el primer trabajo, aunque incom-
pleto, que abarque el conocimiento de la trepanación prehistórica en
todos sus aspectos. El contingente de ideas nuevas que personalmente
pueda aportar al estudio de la cuestión, será, sin duda, escaso, pero
trataré de exponeros con claridad y concisión cuanto se sabe a pro-
pósito de ella, sin entrar al examen y en los detalles de cada una de las
numerosas piezas recogidas, con excepción, naturalmente, de aquéllas
que permitan deducciones generales, y con esto quedará abierto el ca-
mino para que otros, con más saber y competencia, ilustren los pun-
tos obscuros de mi exposición.
HISTORIA
La trepanación del cráneo, o sea su perforación, en vida como
operación quirúrgica aplicada contra determinadas enfermedades, o
postuma obedeciendo a ciertos ritos y costumbres, data de la más re-
mota antigüedad, aunque recién desde hace un corto número de años
ha empezado a preocupar a los hombres de ciencia.
Los rastros dejados por esta perforación son de un carácter muy
especial y aún antes de conocer su origen e importancia empezaron a
llamar la atención de algunos observadores.
El primer ejemplar de un cráneo antiguo trepanado fué descu-
bierto en 1685, en una sepultura próxima a un pequeño pueblito de
Francia llamado Cocherel; y fué examinado por un autor de la épo-
ca, Montfaucon, quien afirma que una de las cabezas allí exhumadas
presenta el cráneo perforado en dos puntos diferentes y que, al pa-
recer las heridas habían sanado.
Desde aquella época no se conoce o no se conserva el recuerdo
de otro hallazgo de esa clase, hasta el año 1816, durante el cual, al
explorarse una caverna designada con el nombre de Nogent-les-Vier-
ges, se recogió un considerable número de cráneos, entre los cuales
figuró uno que resultó particularmente curioso: presentaba una gran
perforación elíptica, de tres pulgadas de largo por dos de ancho, apro-
ximadamente. Examinado por Cuvier, dijo éste que la perforación le
parecía el resultado de una herida que hubiera sacado un fragmento
de cráneo, sin que el individuo hubiese dejado por ello de vivir aún
mucho tiempo. Cuvier calculó que el individuo debió haber sobrevivi-
do unos doce años a ese accidente.
El anticuario dinamarqués Roye describió en 1858 numerosos ob-
jetos y algunos cráneos descubiertos en las antiguas tumbas de la is-
la danesa de Moen; y entre esos cráneos había algunos con grandes
perforaciones producidas a buen seguro por trepanación intencional
en los individuos vivos, durante las épocas prehistóricas; pero pasaron
inadvertidas, considerándoselas sin duda como perforaciones postumas
accidentales.
Así como se encontraban cráneos perforados, empezaron a encon-
trarse también pequeños fragmentos de cráneos, por lo general de con-
tornos circulares; fragmentos que, aun cuando se notó que habían sido
obtenidos y reducidos intencionalmente a esa forma, no se acertó al
principio con su verdadero significado. El distinguido arqueólogo fran-
cés Ernesto Chantre describió y figuró en 1867, una de esas rodelas
craneanas, considerándola como una especie de cuchara primitiva.
Verdad es también que era de un tamaño positivamente enorme.
Puede decirse que recién a partir del año 1872 empezó a hacerse
una atinada interpretación de estos diferentes objetos. El doctor Pru-
niéres, bien conocido en el mundo científico por sus notabilísimas in-
vestigaciones en las cavernas y sepulturas prehistóricas del valle de la
Lozére, recogió por entonces varios cráneos perforados, conjuntamen-
te con rodelas craneanas, o sea fragmentos de huesos craneanos re-
dondeados intencionalmente. En una ocasión encontró una de esas ro-
delas dentro mismo de un cráneo.
El doctor Pruniéres quedó intrigado ante esos objetos, cuyo signi-
ficado no alcanzaba; y de ahí que los pusiese en manos del doctor Bro-
ca, el célebre antropólogo, para que los examinase. Notó éste inme-
diatamente dos distintas clases de trepanaciones: unas, ejecutadas du-
rante la vida de los individuos y las otras postumas; y observó, además,
cierto número de cráneos en cada uno de los cuales se encontraban
reunidas ambas perforaciones: la primera de ellas, ejecutada en vida,
durante la infancia, y la segunda, después de la muerte. Esta última
operación mostrábase evidentemente como ejecutada con mucho menos
cuidado que la anterior, y aparentemente con el único objeto de sepa-
rar fragmentos de cráneo de forma circular. Estos pedazos de huesos
así arrancados del cráneo evidentemente con un propósito determinado,
fueron identificados por Broca con esos redondeles de cráneo que ya
habían sido encontrados en repetidas ocasiones, generalmente aislados
o mezclados con objetos de la vida doméstica, y los designó con el nom-
bre de rodelas o amuletos craneanos.
Comprendió Broca en el acto que aquellas perforaciones debieron
haber sido producidas por trepanaciones ejecutadas por los hombres
prehistóricos; y el año siguiente expuso sus primeras observaciones al
respecto, acompañado por el doctor Pruniéres, quien, en ocasión de
la reunión que celebró aquel año en Lyon la Sociedad Francesa para
el adelanto de las Ciencias, presentó a los hombres de ciencia que
allí se habían dado cita, algunas de las piezas más notables de entre las
que tenía recogidas.
Mientras eso acaecía, el barón J. de Baye extraía objetos pareci-
dos de las criptas subterráneas de la Marne, que remontan asimismo
hasta la época de la piedra; otros investigadores encontraban idénticos
objetos en varios Departamentos de Francia; y poco tiempo después
ellos eran señalados en diversas otras regiones de Europa.
Broca opinó, partiendo del hecho de que varios de los cráneos tre-
panados lo habían sido durante la juventud, que la operación había si-
do ejecutada en epilépticos o en individuos atacados de convulsiones,
y sin duda con el propósito de dar salida al mal espíritu que suponían
producía tales enfermedades, porque así se las explican en nuestra
misma época algunos pueblos salvajes de la Oceanía, que precisamente
practican también la trepanación con ese mismo fin. Por lo que se re-
fiere a las rodelas craneanas, supuso Broca que ellas eran extraídas
después de la muerte de los individuos que habían sido atacados por
las mencionadas enfermedades y trepanados en la juventud, y proba-
blemente eran conservadas como recuerdos o como amuletos, a los
cuales se les atribuían sin duda algunas virtudes extraordinarias.
Tal manera de pensar acerca del origen y las causas que habían
determinado las trepanaciones, no encontró objeciones de ninguna es-
pecie; pero no sucedió otro tanto por lo que se refiere al sistema em-
pleado para efectuarlas.
Fundado en el plano inclinado muy suave y muy ancho que pre-
sentan los bordes externos de las perforaciones. Broca opinó desde el
principio que la operación debía efectuarse por un raspado sucesivo
ejecutado por medio de una hoja o cuchillo de pedernal.
De Mortillet fué de otro modo de pensar: según él, la operación
se ejecutaba por sección, porque ese plano inclinado podía haberse oo-
tenido también por medio de una punta de pedernal manejada oblicua-
mente, practicándose un surco alrededor del fragmento que se quería
segregar, profundizándolo gradualmente hasta separar la placa o pe-
dazo de hueso. Los fragmentos así obtenidos constituían las rodelas
craneanas o amuletos que tanto habían llamado la atención y que no
se habrían podido conseguir practicándose la operación por raspado.
Pero Broca se afirmó entonces más en su concepto de que no
debían confundirse en una sola dos operaciones muy distintas: una,
la operación quirúrgica destinada a curar al paciente de males reales
o supuestos; y la otra, la trepanación postuma, que tenía por único ob-
jeto obtener rodelas craneanas destinadas a la fabricación de amule-
tos. La trepanación quirúrgica debía practicarse, según él, por un ras-
pado sucesivo ejecutado con el filo de una hoja de pedernal, tal como
la practican hasta en la actualidad algunos pueblos salvajes de Poline-
sia, que para ello se sirven de fragmentos de vidrio. Y para dar a su
opinión mayor peso, Broca, armado de cuchillos de piedra recogidos en
las antiguas habitaciones del Hombre prehistórico, practicó, con faci-
lidad y rapidez, la trepanación por raspado, en cráneos de cadáveres
llevados al laboratorio para su disección, y luego la efectuó asimismo
en igual forma y sirviéndose de los mismos instrumentos, en perros
vivos, sin que se alterara por eso la salud de diclios animales. Por lo
que se refiere a la operación para obtener rodelas, reconoció que, en
efecto, se ejecutaba por sección, pero en su concepto era siempre una
operación postuma y que se verificaba constantemente en cráneos de
individuos que ya habían sufrido en vida la trepanación quirúrgica.
La gran autoridad de Broca se impuso durante varios años, pero
poco tiempo después de su imprevisto y tan sentido fallecimiento, la
discusión fué reabierta con motivo del hallazgo de un cráneo prehis-
tórico hecho en Portugal y que figura conservado en las colecciones
de la Sección de trabajos geológicos de Lisboa. Ese cráneo presenta
una trepanación inconclusa y ostenta evidentes rastros de que tenía
por objeto sacar intacto un fragmento del parietal izquierdo en forma
de rodela elíptica alargada. La parte que se pretendía segregar tiene
unos seis centímetros de largo por dos centímetros de ancho, y está
limitada por un surco ancho y profundo que casi alcanza la pared o
tabla interna del hueso; por poco que se hubiese continuado el traba-
jo, la operación habría quedado concluida. El surco mediante el cual
se pretendía segregar el fragmento del cráneo está acompañado por ra-
yas longitudinales pequeñas, finas y algo curvas, que se escapan a ve-
ces, alejándose de los bordes del surco, como si el instrumento hu-
biera resbalado reiteradamente, demostrando de una manera muy cla-
ra y evidente que fué practicado por medio de una punta de pedernal
a la cual la mano del operador imprimía un sucesivo movimiento de
vaivén. Pero la operación no fué terminada, y la herida no presenta
tampoco ningún vestigio de que en ella se haya operado el más míni-
mo trabajo d£ reparación.
De Mortillet, apoyándose en ese cráneo, volvió a su primera idea
de que la operación se efectuaba por cortaduras o sección, tal como
la practican en nuestros días los kabylas del Norte de África y los mon-
tañeses de Montenegro, en cuyos pueblos es muy preconizada todavía
la trepanación como medio curativo. El cuidado con que había sido
aislado el fragmento de cráneo que debía ser segregado del menciona-
do ejemplar, era para él una prueba de que en los tiempos prehistó-
ricos la trepanación debía tener en todos los casos un doble objeto: cu-
rar de ciertas afecciones al paciente y obtener, al mismo tiempo, ro-
delas para amuletos.
Sansom contestó que el ejemplo de referencia no probaba nada,
porque no existiendo en las paredes del surco ningún vestigio de repa-
ración, se deducía de ello claramente que la mencionada operación
había sido practicada después de la muerte del individuo. Afirmación
que, sin turbarse, rebatió de Mortillet replicando que si así hubiera
sido, el operador no habría interrumpido la operación, puesto que en-
tonces habría dispuesto de todo el tiempo necesario para terminarla
con comodidad; pero que el hecho de haber quedado a medio concluir,
probaba evidentemente que la muerte había sobrevenido antes de que
la operación estuviese terminada, interrumpiéndola. Esta suposición
es, sin duda, muy ingeniosa, pero no evidente.
Desde aquella fecha, o sea durante los últimos diez años, los ma-
teriales de que se disponía han aumentado de una manera considera-
ble; y gracias a ellos, hoy resulta fácil reconocer que las distintas hi-
pótesis con tanto calor sostenidas, no pueden subsistir por sí mismas;
esto es: ni una sola de ellas puede subsistir con exclusión de las de-
más.
Si se procede al examen de esos materiales se reconoce bien fá-
cilmente que un considerable número de trepanaciones fueron obteni-
das por el procedimiento del raspado, según lo pretendía Broca; pero
otras demuestran con no menos evidencia que fueron practicadas por
sección, según lo pretendía de Mortillet. Las hay, en fin. y no son po-
cas, que permiten reconocer con facilidad que fueron practicadas por
la combinación de ambos sistemas a la vez; por sección y por raspado.
No se han confirmado tampoco en absoluto las deducciones de
Broca por lo que se refiere a las causas que motivaban la trepanación,
pues se ha observado con frecuencia la trepanación quirúrgica en crá-
neos de individuos completamente adultos, mientras que se ha com-
probado la existencia de muchos cráneos que fueron trepanados en vi-
da sin que después sufriesen la trepanación postuma, y un número ma-
yor todavía presentan perforaciones postumas intencionales, sin que
se observe en ellos el más mínimo vestigio de haber sido trepanados
en vida.
Voy a examinar de una manera rápida cada uno de estos casos,
empezando por la trepanación postuma.
TREPANACIÓN POSTUMA
No interesa mucho cómo era practicada, puesto que era efectuada
en el cadáver; y es natural que no exigía las precauciones delicadas de
la trepanación quirúrgica, ni debía emplearse en ella mayor cuidado
que el necesario para llenar el objeto de la trepanación. Es posible
comprobar, sin embargo, que en el mayor número de los casos se ha
recurrido a la sección o cortadura, aunque en otros ha sido efectuada
por una especie de aserramiento ejecutado por medio de una hoja de pe-
dernal de filo un poco mellado y sin el menor cuidado.
Lo que realmente interesa es el propósito que se tenía en vista al
ejecutársela, tanto más cuanto que en un considerable número de casos
parece estar de algún modo ligada a la trepanación quirúrgica.
Se encuentran, en efecto, numerosos cráneos que presentan rastros
evidentes de dos perforaciones: una practicada en vida, y, por consi-
guiente, quirúrgica; y otra, postuma. Ambas perforaciones están, por
lo general, bien separadas, y a menudo una de ellas ha sido hecha en
el lado derecho y otra en el izquierdo; pero otras veces ambas acér-
canse hasta tocarse, y en algunos casos se confunden por completo en
una sola perforación de gran tamaño, reconociéndose entonces con fa-
cilidad que el autor de la perforación postuma se limitó a agrandar en
uno de los lados o en los dos, la trepanación quirúrgica ya existente,
practicada durante la vida del individuo. Dado este caso, se distingue
perfectamente en la perforación que una parte de los bordes presenta
los caracteres de la operación quirúrgica cicatrizada por completo,
mientras que la otra parte muestra los caracteres de la operación pos-
tuma, que consisten principalmente en el diploe del hueso perfecta-
mente a descubierto.
Broca fué quien observó primero esta doble trepanación, pudien-
do afirmarse que en ella fundó sus hipótesis acerca del objeto con
que se practicaban una y otra y los procedimientos mecánicos em-
pleados. Partiendo de la base de que la trepanación quirúrgica tenía
por objeto curar la epilepsia o las afecciones convulsivas de la infan-
cia, supuso que los individuos trepanados debían inspirar una venera-
ción especial producida por el espíritu maligno que los poseía, do
acuerdo con las supersticiones de los salvajes, y que en razón de esa
especie de culto que les profesaban debían ser objeto de idéntica ve-
neración sus despojos, y de un modo especial el cráneo, a cuya subs-
tancia ósea le atribuían probablemente particulares virtudes. De ahí
que el individuo operado fuese constantemente objeto de una atenta
observación, hasta que después de su muerte volvían a trepanarlo pa-
ra procurarse, por ese medio, fragmentos de cráneo, que conservaban
como recuerdos o talismanes.
Esta opinión es muy admisible, cuando menos para el mayor nú-
mero de casos, pues de otra manera no se comprendería el objeto de
una segunda trepanación, aunque podría objetarse, como en el recor-
dado caso del cráneo de Portugal con trepanación inconclusa, que se
trata de individuos trepanados por segunda vez, que murieron inme-
diatamente después de practicada la segunda operación.
Algunos naturalistas y médicos respetables, y entre ellos el distin-
guido antropólogo dinamarqués Hanzen, niegan, en efecto, la existen-
cia de la trepanación postuma, considerando todos los casos menciona-
dos por tales como casos de operación quirúrgica seguidos de muerte
inmediata. No es dado negar que ello es posible en determinados casos;
pero sería por demás exagerado pretender que sucede lo mismo con to-
dos los cráneos que muestran la doble trepanación, pues los caracteres
¿e ambas trepanaciones son muy distintos y de muy diferentes aspectos.
Circunscribiéndome por ahora a considerar las .perforaciones pos-
tumas — porque de las quirúrgicas me ocuparé más adelante — diré
que salta inmediatamente a la vista el poco cuidado y la falta de pre-
cauciones con que los cortes fueron ejecutados. Las secciones son
perpendiculares a la superficie, o más o menos oblicuas, pero siempre
en pequeño grado. Las perforaciones afectan formas muy diversas;
unas veces son cuadradas o rectangulares, otras son oblongas, otras
más o menos circulares, etcétera, con bordes rectos, curvilíneos o mix-
tos. A menudo son también irregulares, con anfractuosidades, y de
tamaño considerable, casi siempre superior al de las trepanaciones qui-
rúrgicas. Cítase un cráneo procedente de la caverna de «L'homme-
mort», cuya perforación ocupa casi toda la región temporal y parte
del frontal. En otro cráneo de igual procedencia, la operación ha
restado todo el temporal izquierdo, y esto no se habría hecho, a buen
seguro, en un hombre vivo.
Las cortaduras están siempre acompañadas por rayas longitudina-
les más o menos numerosas, demostrativas de que en ellas no se pro-
dujo ningún principio de cicatrización, como también lo prueban, ade-
más, las cavidades de tejido esponjoso completamente a descubierto,
cual si se tratara de roturas hechas en la actualidad. En el tejido óseo
no se ha verificado ni el más leve vestigio de un proceso de reparación.
La operación postuma es evidente; y la explicación dada por Bro-
ca es hasta cierto punto satisfactoria, puesto que funda el motivo de
la operación quirúrgica y el de la operación postuma ligándolas a la
gran cantidad de fragmentos de cráneos, rodelas o amuletos que se en-
cuentran en las antiguas sepulturas.
Pero cuando la operación postuma y el propósito que la motivaba
resultan más evidentes aún, es en el caso de los cráneos con trepana-
ción quirúrgica cicatrizada, cuya perforación ha sido considerablemen-
te agrandada en uno de los lados, pudiendo observarse que el enan-
chamiento se ha practicado por medio de un casco de pedernal de filo
mellado, al cual se hacía funcionar como una sierra, con movimiento
de vaivén, desde la superficie externa del cráneo al interior, y vice-
versa, lo que por bárbaros que hubiesen sido los hombres primitivos
no lo habrían hecho más en una persona viva, porque si lo hubiesen
ensayado una vez no hubieran repetido el ensayo. Salta a la vista que
se trata de secciones postumas, que tenían por exclusivo objeto sepa-
rar trozos de cráneo, destinados, según la opinión de Broca, a la fabri-
cación de amuletos.
La forma de estos amuletos o rodelas craneanas rara vez resulta
por completo circular. Por lo general, son elípticas; pero a menudo
son también irregulares, angulosas y de tamaños muy distintos, particu-
larmente cuando han sido obtenidas por el ensanchamiento de una ope-
ración quirúrgica ya cicatrizada. En este último caso, nótanse en sus
bordes los mismos caracteres que en los de la abertura: unos muestran
la sección con las cavidades del tejido esponjoso a la vista, y los de-
más se presentan cicatrizados, pero cuando las rodelas no son obteni-
dos por medio del ensanchamiento de una trepanación quirúrgica, to-
dos sus bordes muestran entonces que fueron segregados por medio
de instrumentos de piedra, porque obsérvanse en ellos los vestigios
evidentes de un aserramiento que produjo una sección estriada con
bordes perpendiculares o más o menos oblicuos.
Los trozos de cráneo así separados y presentando contornos de-
masiado irregulares, fueron luego modificados en algunos casos, re-
duciéndoselos a formas más regulares. Los hay, particularmente entre
los más pequeños, con escotaduras simétricas a los lados o con perfo-
raciones en el centro, lo cual no deja lugar a duda de que en estos ca-
sos se trata de verdaderos y propios amuletos, máxime si se tiene en
cuenta que se los ha encontrado parecidos hasta en tumbas relativa-
mente más recientes, y de un modo especial entre las de los Galos, en
las cuales se recogen formando parte de collares.
Más probable es, no obstante, que tuvieran otro destino, quizá
terapéutico, los fragmentos de cráneos de contornos completamente
irregulares, no perforados y sin escotaduras, que son los que se reco-
gen con mayor frecuencia, porque hasta una época reciente se ha
atribuido a la sustancia del cráneo humano propiedades curativas es-
peciales. Recuerdo que aquí mismo, en Buenos Aires, aun no hace mu-
cho tiempo, el bien conocido y nunca bastante bien ponderado Benel-
hise, nos preconizaba a Holmberg y a mí, como remedio infalible para
no sé ahora qué enfermedad, cierta droga de uso interno en la cual
entraban como componente esencial e indispensable, polvos de cráneo
humano, pero de cráneo de ahorcado, porque de otra manera no sur-
tía efecto. Si no lo tengo demasiado olvidado, creo que se refería a la
epilepsia. Si así fuese, tendríamos en Buenos Aires (es decir: ten-
drían ciertas personas en Buenos Aires), manifestaciones de una re-
miniscencia atávica de las antiguas creencias, que motivaron en otras
épocas ya fósiles, la trepanación prehistórica y la fabricación de amu-
letos craneanos.
Las investigaciones acerca de los tiempos prehistóricos son de una
naturaleza tan especial y están rodeadas de circunstancias por lo ge-
neral tan contradictorias, que sólo con gran dificultad es dado resta-
blecer la verdad.
Acerca de este mismo punto: el objeto o destino de las rodelas y
amuletos craneanos, y el propósito con que se efectuaba la trepanación
postuma, que parecería han sido puestos tan en claro, se presentan
en algunos casos muy serias dudas que despistan por completo el buen
éxito de las investigaciones. Todos los fragmentos de cráneo extraídos
por trepanación postuma, ¿fuéronlo con el objeto de conservarlos co-
mo reliquias o como preservativos, remedios o talismanes? Asalta esta
duda en presencia de cráneos con perforación postuma y con las ro-
delas que habían sido destacadas por la trepanación conservadas en la
cavidad propia del cráneo. Parece evidente que puesto que al darse
sepultura al cadáver se volvió a colocar en el cráneo el fragmento
destacado mediante la operación, la rodela no fué en este caso obte-
nida con el propósito de conservarla; y el propósito mismo que motivó
la trepanación se convierte así en un enigma.
Los actuales Dayacs del interior de la isla de Borneo practican
en el cráneo de sus jefes una perforación que unas veces la efectúan
en el occipital y otras en los temporales o parietales, por la cual sa-
can el cerebro con el objeto de conservar el cráneo, cuya superficie,
una vez despojada de la piel, es adornada con grabados caprichosos y
a veces posiblemente artísticos. En muchos casos, la rodela craneana
extraída para obtener la perforación, es colocada otra vez en su po-
sición, sujetándola con delgados hilos metálicos por medio de peque-
ñas perforaciones.
De modo, pues, que los casos de trepanación postuma en que se
ha conservado dentro del mismo cráneo el fragmento segregado de él,
que no resultan casos muy raros en las sepulturas de la época de la
piedra, podrían ser atribuidos a una costumbre hasta cierto punto pa-
recida a la de los Dayacs; es decir: es probable que la perforación
haya sido practicada con el único objeto de extraer el cerebro, aunque
no con el propósito de conservar el cráneo, sino con algún otro que
todavía permanece desconocido.
Y preséntanse casos que resultan más enigmáticos todavía. En
ciertos cráneos antiguos, de la misma época que los precedentes y con
perforaciones postumas, se ha observado la presencia de rodelas cra-
neanas que no les correspondían. ¿Recurrióse acaso a esas piezas,
que denominaré prestadas, por haberse extraviado las correspondien-
tes? ¿Son hechos casuales, coincidencias fortuitas, o son intenciona-
les, obedeciendo a costumbres o ritos funerarios o religiosos desco-
nocidos hasta ahora? El misterio más absoluto reina al respecto.
Pero existe otra larga serie de descubrimientos que no concuer-
dan con ninguno de los precedentes. Muchos cráneos muestran una
perforación postuma por medio de la cual se obtuvo una rodela que
no volvió a ser adaptada al cráneo, sin que se colija el objeto que
pudo tenerse en vista, puesto que los cráneos de la referencia, contra
la teoría de Broca, no presentan rastros de haber sufrido en vida una
trepanación quirúrgica, ni otros vestigios que muestren que sufrieran
alguna afección.
Los cráneos así trepanados encuéntranse a menudo aislados, sin
vestigios de las demás partes del cuerpo, y a veces acumulados sobre
un mismo punto, en número considerable, tal como si hubiesen sido
arrojados a una fosa común. Otras veces, los cráneos trepanados post-
mortem encuéntranse asimismo separados del resto del cuerpo, pero
mezclados con carbón, cenizas y huesos calcinados. El doctor Cred-
nor los ha descubierto en estas condiciones en el antiquísimo cemen-
terio de Giebichestein, cerca de Halle del Saal. En otros casos y otros
parecidos es también probable que la perforación tuviera por objeto
la extracción del cerebro para la conservación del cráneo, tal como lo
hacían los Ainos del Japón, o quizá también para suspenderlos y co-
locarlos en lo alto de estacas frente a sus viviendas como trofeos de
guerra arrancados a sus enemigos, la cual es una costumbre gene-
ralizada entre muchas tribus americanas antiguas, particularmente bra-
zileñas, y entre los actuales Papuas de las islas del Pacífico.
Es posible asimismo que, en ciertos casos, los cráneos sueltos
perforados o seccionados hayan sido simples utensilios domésticos,
cuando menos a juzgar por los lugares donde suelen ser hallados. Así,
para no citar más que un solo ejemplo, se han recogido cráneos per-
forados entre los restos de la industria y de la vida doméstica de los ha-
bitantes de las antiguas poblaciones lacustres de Suiza y en los mis-
mos puntos donde existen los vestigios de sus viviendas. Los doctores
Virchow y Gross suponen que debieron servir de copas para beber,
por el estilo de como lo hacen los australianos, que, para este uso, em-
plean los cráneos de sus deudos más próximos, mientras que, por el
contrario los Tobas del Chaco destinaban al mismo objeto los cráneos
de sus más encarnizados enemigos. Es tanto más probable que ese ha-
ya sido el destino de una parte de los cráneos perforados que se en-
cuentran aislados del cuerpo en distintos parajes de Europa y de al-
gunas de las rodelas de mayor tamaño que al principio fueron con-
sideradas como cucharas, cuanto que los antiguos historiadores nos
presentan a los Galos, que son de una época mucho más moderna, co-
mo bebiendo el hidromel en el cráneo de los vencidos; y no quiero
citar ejemplos mucho más recientes todavía, casi de nuestra época, pa
ra no herir susceptibilidades nacionales.
Dejo, pues, este tema, que, para ser tratado en forma completa
reclama un entero volumen, y paso a ocuparme de la trepanación
quirúrgica prehistórica.
TREPANACIÓN QUIRÚRGICA
A juzgar por el número considerable de cráneos perforados que
se encuentran con los bordes de las perforaciones completamente ci-
catrizados, la trepanación quirúrgica debió ser en Europa muy común
y debió estar muy generalizada.
La posición que ocupan las perforaciones es muy variable. La ma-
yor parte de ellas han sido hechas en los parietales y pocas en el occi-
pital. A veces, aunque muy raramente, ocupan la parte más elevada y
posterior del frontal, encontrándose también muchas en alguna de las
suturas que separan a los principales huesos, tales como la coronal, la
lambdoides, la sagital, etcétera, extendiéndose así a dos y a veces a
tres huesos distintos. Puede establecerse como regla general que no
se encuentran nunca fuera de la región cubierta por el cabello, no ha-
biéndose comprobado hasta el día ningún caso de perforación en ¡a
parte anteroinferior del frontal ni en ningún otro hueso de la cara;
de lo cual se deduce que al practicarse la operación no se quería que
el rostro quedase desfigurado en ningún caso.
Tanto por su considerable número como por su aspecto, el estado
del tejido del hueso y el modo como se han cicatrizado sus bordes, es-
tas perforaciones no son, por cierto, de origen patológico. Ni son tam-
poco el resultado de heridas recibidas en pelea, porque éstas no afec-
tan formas tan regulares y producen fracturas en vez de bordes delga-
dos, de curvas suaves y regulares como muestran las mencionadas
perforaciones, ni existía en épocas tan remotas ningún arma mediante
la cual hubiese podido sacarse de un golpe, sin fracturar el cráneo, un
casco o segmento óseo cual habría sido necesario para producir seme-
jantes perforaciones. Ellas son indiscutiblemente artificiales, pero in-
tencionales en su forma y posición y ejecutadas según ciertos proce-
dimientos.
La forma de las perforaciones quirúrgicas es generalmente elíp-
tica, bastante regular, de un tamaño que varía entre los dos y los seis
centímetros de largo y entre los dos y los cuatro centímetros de ancho.
Conócense unas pocas de tamaño mucho más considerable, algunas
más pequeñas y otras de formas distintas. Las de contorno irregular
son muy raras.
Los bordes de estas perforaciones son adelgazados, como tallados
en bisel por una pérdida de substancia ósea en la superficie externa,
extraída por medio de una perforación voluntaria e intencional. Esos
bordes son a veces casi cortantes.
La superficie externa en bisel es casi siempre sumamente lisa,
formada por una corteza ósea de tejido compacto, producido por un
proceso de cicatrización que se efectuó lentamente en vida del indi-
viduo trepanado, de manera que la superficie de la cortadura ha ad-
quirido el mismo aspecto que el resto de la superficie del cráneo.
La pérdida de substancia o extensión de la trepanación es siem-
pre muchísimo mayor en el lado externo que en la parte interna; y la
diferencia entre ambas superficies corresponde al espacio ocupado por
el plano inclinado externo del borde.
La trepanación ha sido ejecutada, según los casos, por tres pro-
cedimientos distintos:
1 Por raspado.
2 Por sección o corte.
3 Por combinación de ambos procedimientos.
TREPANACIÓN POR RASPADO
En los primeros tiempos durante los cuales empezó a practicarse
la trepanación, el procedimiento más generalmente empleado para eje-
cutarla, fué el del raspado, que, con los medios de que a la sazón dis-
poníase, era sin duda el más fácil y el más rápido. Quienes la ejecu-
taban levantaban la piel, y luego armados con una laja de pedernal
filosa en uno de sus bordes, aplicaban toda la extensión del filo sobre
la superficie descubierta del cráneo, raspándolo gradualmente por me-
dio de un prolongado movimiento de vaivén hasta reducirlo en ese
punto al espesor de una lámina sumamente delgada. Obteníase des-
pués la abertura por medio de pequeños choques o golpes suaves que
quebraban la lámina en pedazos que podían ser extraídos fácilmente
sin interesar a las meninges.
Según experimentos hechos con antiguos instrumentos de piedra
en cadáveres, la trepanación por este procedimiento puede ser ter-
minada en veinte minutos si se trata de adultos y en menos de cinco
minutos si se trata de niños de cinco a ocho años.
Las trepanaciones ejecutadas por este sistema se distinguen fácil-
mente por su forma constantemente alargada, elíptica u ovoide, pues
el movimiento del instrumento según este sistema no podía producir-
las de otra forma. Además, los bordes presentan constantemente en el
lado externo una zona siempre en declive muy suave y sumamente
ancha, que termina en el lado interno, en el perímetro de la abertura,
en una lámina excesivamente delgada y casi filosa.
La trepanación por raspado sólo no ha sido completa en unos po-
cos casos. El operador se ha limitado a practicar una depresión que
puso a descubierto el tejido esponjoso pero no alcanzó hasta la tabla
ósea interna. Ese tejido se regeneró después y desaparecieron las ca-
vidades que los distinguen, formándose una superficie lisa idéntica a
la del resto del cráneo; pero en algunos casos en que a la operación
siguió inmediatamente la muerte del individuo operado, ha quedado
visible el estado aerolar del tejido esponjoso, poniendo así en eviden-
cia el origen de esas depresiones. En una sepultura antigua de la época
de la piedra, hallada no lejos de París, exhumé personalmente un crá-
neo con una lesión de esa naturaleza.
TREPANACIÓN POR SECCIÓN
Con los instrumentos de piedra primitivos, la trepanación del crá-
neo era, indudablemente, mucho más difícil y laboriosa y doble más
larga que ejecutada por el raspado. El único instrumento del cual po-
día disponerse entonces con tal fin, y fué el empleado, es una laja o
casco de pedernal con una de sus extremidades terminada en punta,
con la que se trazaba un surco que era profundizado gradualmente hrs-
ta que la operación quedaba terminada. Son tan grandes las dificul-
tades para la práctica de este procedimiento que sólo debieron em-
plearlo operadores muy avezados, y al principio quizá tan solo en aque-
llos casos en que se deseaba conservar el fragmento de cráneo prove-
niente de la operación y que de procederse por raspado, no era posi-
ble obtener entero.
Si la punta de un casco de pedernal es muy delgada, se quiebra
con facilidad; y si es demasiado obtusa penetra en el hueso con mucha
dificultad produciendo un surco apenas sensible. Agregúese a esto
que la extensión lisa y convexa del cráneo dificulta la dirección se-
gura de la punta del instrumento, y que el hueso fresco, provisto de
su periostio intacto, es muy duro, de superficie lustrosa, lisa y resba-
ladiza, y se comprenderá las grandes dificultades que ofrecía la ejecu-
ción de la trepanación en tales condiciones, por lo difícil que era im-
pedir las desviaciones de la punta del pedernal. Debió ser sin duda te-
niendo en cuenta tales dificultades que Broca negó que la trepanación
hubiera sido practicada de esta manera. Los materiales de que hoy
dispónese muestran, sin embargo, con la mayor evidencia, que fre-
cuentemente se recurría a este procedimiento, y además nos enseiian
con certidumbre todas las fases de la operación desde el principio has-
ta el fin.
El cirujano prehistórico, armado de un cuchillo de piedra, practi-
caba una incisión para levantar )a piel y extraer los tejidos que adhe-
rían al hueso. Luego extendía todo el largo del filo del cuchillo sobre
la parte del cráneo puesta a descubierto, manejándolo a manera de
raspador, para deslustrarlo, sacarle el periostio y hacerlo así menos
resbaladizo. Una vez preparada de esta manera la superficie del hueso,
al operador le era más fácil emprender la incisión con el punzón. Em-
pezaba por trazar con la punta del pedernal la forma o contorno de la
placa que quería desprender, circunscribiéndola con una línea delga-
da que luego iba agrandando gradualmente, sobre todo en profundidad;,
empleando el instrumento sucesivamente ora por la punta ora por el
filo, según las necesidades. La operación era practicada con regulari-
dad, de manera que presentara en lodo su trayecto, cuando menos en
tanto cuanto le era posible, la misma profundidad. Pero la operación
no quedaba terminada de esta manera, pues la punta del pedernal ha-
bría podido horadar de golpe el cráneo en algún punto, penetrando en
el interior e interesando el cerebro, lo' que habría producido lesiones
mortales. Para evitar semejantes accidentes, que sin duda debieron
producirse más de una vez al principio, cuando la incisión ya había
atravesado el tejido esponjoso y atacado ¡a tabla interna, se concluía
de destacar la rodela por medio de un golpecito seco que la separaba
y era luego solevantada por uno de sus lados por medio de otro ins-
trumento, o simplemente con una astilla de hueso o un palito apoyado
por una punta en el borde de la trepanación, obrando como una palan-
ca. Esta última parte de la perforación es revelada por algunos crá-
neos perforados, en los cuales, en el borde interno de la perforación
se han desprendido algunas esquirlas, cuyos vestigios se conservan bien
perceptibles en varios ejemplares, en los cuales la trepanación fué se-
guida de muerte próxima o inmediata. En otros casos, aunque muy
raros, y por eso mismo de un interés excepcional, la placa que se
intentó destacar, al ser levantada por dicho procedimiento, se quebró,
quedando un pequeño fragmento de ella adherido al cráneo por uno de
sus lados, a causa de no haberse profundizado suficientemente la in-
cisión en ese punto, sin duda porque la operación fué practicada por
manos aún inexpertas y que, desde luego autorizan a suponer el deleite
que harían experimentar al infortunado paciente, cuya desgracia y ma-
la suerte, después de transcurridos unos tres mil años, debían servir
para revelarnos los procedimientos operatorios de los cirujanos de su
época.
Para efectuar esta operación por el procedimiento indicado y con
los mismos instrumentos de piedra en el cráneo de un adulto, se ne-
cesitan de cuarenta a cuarenta y cinco minutos; pero los cirujanos pre-
históricos, prácticos en el manejo de tales instrumentos, tal vez la
realizaban en menos tiempo.
Capitán ha operado con instrumentos parecidos y más o menos
de la manera indicada, en perros vivos, extrayendo las rodelas cranea-
nas; y las heridas se cicatrizaron luego sin que los animales dejaran
de encontrarse en perfecta salud ni un solo instante.
Las trepanaciones ejecutadas por sección se distinguen fácilmente
de las ejecutadas por el raspado por sus bordes a menudo casi per-
pendiculares a la superficie del cráneo o en declive muy poco acen-
tuado. Además, la forma siempre distinta, aunque la más fácil de ob-
tener, era también en este caso la forma elíptica u ovoide, por cuanto
se efectuaba por la reunión de dos únicas incisiones de curva poco
pronunciada, que sólo exigían dos distintos movimientos de la mano,
los bordes no son nunca tan regulares como cuando la operación fué
practicada por el raspado, ni el plano inclinado es tan suave ni tan an-
cho, observándose además constantemente que las dos extremidades
del eje mayor, o cuando menos una de ellas, es siempre más estrecha,
formando como una especie de punta.
Esta no es, sin embargo, la sola forma que presenta la trepanación
por sección: ella muestra a veces contornos muy circulares, o curvos
en un lado y rectilíneos en el otro, que eran sin duda de ejecución más
difícil que los precedentes, conociéndose algunas perforaciones cua-
dradas o rectangulares de ejecución más laboriosa atin, puesto que
exigía cuatro incisiones y cuatro movimientos distintos de la mano;
pero parece que estas formas sólo se propagaron después del descu-
brimiento de los metales.
Es notable, al respecto, un cráneo recogido en un túmulo del pue-
blito de Pamproux, en Deux-Sévres, con una trepanación de conside-
rable tamaño, en forma de cuadrado casi perfecto, pero ejecutada con
mal éxito, pues a uno de los lados ha quedado adherido un considerable
fragmento ds la placa que se pretendió segregar. La operación fué
practicada por medio de cuatro secciones o cortes rectos, dispuestos
en cuadro, ejecutados con un instrumento de metal, como lo demues-
tra evidentemente lo angosto de las incisiones y sus paredes lisas, sin
que estén empañadas por el más pequeño surco secundario, siempre
invariablemente presentes en las incisiones practicadas con instru-
mentos de piedra.
TREPANACIÓN MIXTA
En algunos casos, que, por lo general, son raros, el procedimiento
empleado era mixto: por raspado y por sección a la vez. Recurríase a
esta combinación en aquellos casos en que el punto operado no permi-
tía que el cuchillo o raspador funcionase con facilidad en su movi-
miento de vaivén; la operación era concluida entonces mediante una
cortadura por sección practicada en los bordes que resultaban de di-
fíciles ataques. El mismo instrumento era manejado como cuchillo y
como sierra. Es también posible que se recurriese a este procedimien-
to cuando no se quería que las lesiones pasasen de ciertos límites en
determinadas direccion8s. Estas trepanaciones mixtas son de bordes
generalmente curvos en uno de sus lados y más o menos rectos en el
otro, que siempre es el obtenido por sección.
CONSIDERACIONES SOBRE LOS DISTINTOS PROCEDIMIENTOS EMPLEADOS
PARA LA TREPANACIÓN PREHISTÓRICA
Tengo dicho anteriormente que la trepanación por raspado era
más sencilla, más fácil y más rápida para los hombres prehistóricos,
con los medios de que ellos disponían. Pero mediante ella no podían
obtenerse rodelas o amuletos. El deseo de conservar el fragmento de
cráneo que ocupaba el espacio destinado a la perforación, provocado
sin duda por la superstición o por las propiedades que tal vez se le
atribuían, o simplemente por el deseo muy natural de guardarlo como
precioso recuerdo, llevó probablemente a los operadores prehistóricos
a ensayar la trepanación por sección, tal cual ya la he descripto, que,
sin embargo, ofrecía mayores dificultades en la generalidad de los
casos.
Obsérvase así que en las sepulturas más antiguas predominan los
casos de trepanación por raspado y que sólo en los últimos tiempos de
la época de la piedra se hacen comunes los de trepanación por sec-
ción, que concluyen por predominar tan pronto como aparecieron los
instrumentos de metal que facilitaron notablemente la operación.
Las trepanaciones mixtas parecerían indicar, no obstante, que al
practicarse la operación no sólo se tenía en cuenta la conservación del
fragmento a segregarse sino también el buen éxito de la operación, a!
cual se sacrificaba, si era necesario, la conservación de la rodela. Por
otra parte, también es dable creer que los distintos procedimientos en
uso durante las últimas épocas prehistóricas, responden asimismo a
distintos operadores de distintos sistemas.
La suposición de que ya en aquellos tiempos existían dos escue-
las de cirujanos, tal vez antagónicas — una que preconizaba la opera-
ción por raspado, originariamente más antigua, y la otra por sección
— es legítima, en presencia de la persistencia de ambos sistemas y
de las diferencias profundas que en su ejecución y en su aspecto pre-
sentan la trepanación por raspado y la trepanación por sección. Ambos
sistemas ofrecían ventajas y desventajas, algunas de las cuales eran
independientes de la habilidad del operador, puesto que eran produ-
cidas por los puntos distintos en que, según las circunstancias, tenían
que practicar la operación.
Así, por ejemplo, la trepanación por sección debía ser mucho más
difícil en aquellas partes donde el cráneo se presenta más liso y más
convexo, pues la punta del pedernal destinado a practicar la incisión
debía resbalar allí con facilidad, desviándose de la línea que se quería
obtener, mientras que la misma operación debía practicarse con mayor
facilidad en aquellos puntos donde el cráneo presenta superficies pla-
nas o deprimidas.
La trepanación por raspado era, por el contrario, más difícil en
esas mismas superficies planas o deprimidas, mientras que era de re-
lativamente facilísima ejecución en los puntos convexos, donde el des-
gaste producido por el raspado empieza atacando los puntos más cul-
minantes, formando una superficie plana cuya extensión aumenta gra-
dualmente hasta que la perforación queda producida.
Habrá acaecido en aquellos tiempos lo mismo que en nuestros
días: habrá habido quienes hayan querido ensayar ambos procedi-
mientos para darse cuenta de cual era el que ofrecía más satisfacto-
rios resultados, aprendiendo entonces por práctica que ambos presen-
taban ventajas y desventajas, según casos; y otros se habrán indepen-
dizado de ambas escuelas, empleando, al son de las circunstancias, ora
un procedimiento ora otro, o ambos a la vez, cuando la extensión de la
parte operada, o su colocación, lo exigía así; de donde resultaron quizá
o sin duda los casos de trepanación mixta, por sección y por raspado, a
un tiempo, que se han descubierto en varios cráneos prehistóricos.
Queda por determinarse la posición respectiva del operador y del
operado, en el acto de efectuarse la trepanación; y eso no me parece
tan difícil de determinar cual podría suponerse de primera intención.
Los cráneos trepanados de individuos que sucumbieron poco tiempo
después de la operación conservan los rastros evidentes de la direc-
ción seguida por el instrumento, revelándonos, por consiguiente, la
manera cómo era manejado y la posición en que la operación debía
ser efectuada.
Si se supone al individuo trepanado en posición de pie y a su ope-
rador colocado en el mismo lado dando frente a la parte trepanada, en
varios de los cráneos perforados que presentan la trepanación, ora en
el lado derecho ora en el izquierdo, se observa con facilidad a primera
vista que las estrías producidas por el raspado tienen una dirección
de arriba abajo y de derecha a izquierda, formando líneas casi rectas
o líneas en curva poco acentuada.
Sólo en el caso de admitir que todos los hombres prehistóricos
eran zurdos, lo que es inverosímil, podría ser factible la operación en
esa posición, porque de otro modo no lo es, cuando menos de un modo
fácil, puesto que el movimiento natural en la acción del raspado eje-
cutado con la mano diestra es de izquierda a derecha y de adentro
afuera, desde la parte próxima al i uerpo del operador hacia la distan-
te, y esto es completamente opuesto a lo que indican las mencionadas
rayas. Para que la operación alcanzase un resultado parecido al que pre-
sentan los cráneos trepanados, ella tenía que ser efectuada en el lado
opuesto al que ocupaba el operador, porque de otra manera no era po-
sible. Y esa no es la única dificultad. Aún quedan otras.
La operación no podía ser efectuada en esas condiciones (y va-
yase por entendido que no podía serlo con facilidad) si el operado y
el operador permanecían de pie, máxime si ambos eran de una misma
talla. Y la operación resultaba mucho más dificultosa si el paciente
era de estatura más elevada que la del cirujano. Además, como por
entonces no había camas (y quédese dicho que camas en la verdadera
acepción actual de la palabra, este es: que se elevaran a cierta altura
del suelo) tampoco se podía operar al enfermo acostado, y mucho me-
nos sentado, puesto que tampoco se disponía entonces de sillas, así
como se carecía de cualquier asiento con respaldo.
La única posición, pues, en que la operación resultaba factible
consistía en que el operador se sentase sobre un objeto cualquiera, po-
co elevado, mientras que el paciente se echaba sin duda en el suelo,
recostándose sobre el operador, con la cabeza colocada entre las rodi-
llas de éste y dejando hacia arriba el lado que debía ser operado. Am-
bos en dichas posiciones, el cirujano prehistórico completaba el punto
de apoyo sosteniendo con una mano la cabeza del enfermo, por la nuca
o por la frente, según el lado en que debiera operar, y luego ejecuta-
ba la trepanación con facilidad y en breve tiempo. El raspado producía
las rayas y las estrías en la misma situación y dirección con que se
presentan en los cráneos prehistóricos trepanados que han sido des-
cubiertos.
LA TREPANACIÓN EN LA AMERICA PRECOLOMBINA
Todos los casos mencionados, así como todo cuanto he expuesto
hasta ahora acerca de la trepanación prehistórica, se refieren a Euro-
pa, donde en las épocas antiguas, anteriores a toda historia y toda tra-
dición, la trepanación estaba muy generalizada, según se deduce clara-
mente de las investigaciones realizadas durante los últimos veinte
años, puesto que puede afirmarse que no queda ninguna región im-
portante de aquel continente donde no se hayan encontrado sus vesti-
gios, habiéndose extendido igualmente a los dos grandes continentes
inmediatos, Asia y África, así como también a las islas del Pacífico.
Los documentos de que hasta el día se dispone con respecto a
nuestro continente son, por desgracia, muy incompletos.
Se han extraído numerosos cráneos perforados de los túmulos
norteamericanos y demás sepulturas contemporáneas de los Mound-
Builders, en los Estados Unidos, pero la operación fué en ellos siem-
pre postuma. Las perforaciones son, en esos cráneos, más o menos
circulares, de uno a dos centímetros de diámetro, con bordes oblicuos
y rugosos, practicadas, al parecer, con un instrumento cortante, que
se hacía girar con la mano en semicírculos sucesivos e invertidos. Es-
tán invariablemente situadas en la parte superior del cráneo, sobre la
sutura sagital o en su punto de unión con la coronal. Además, sólo se
encuentran en cráneos de adultos y del sexo masculino, por lo cual se
supone que su objeto debió ser la extracción del cerebro para la con-
servación del cráneo, o quizá también la suspensión como trofeo de
guerra.
Por lo que respecta a Sud América, la trepanación, tanto postuma
como quirúrgica, estaba muy generalizada en el Perú.
La perforación postuma del cráneo, que fué la más generalizada
allí, se efectuaba comúnmente por medio de una serie de pequeñas per-
foraciones circulares de seis a siete centímetros de diámetro, que eran
otras tantas perforaciones situadas una al lado de otra, formando un
círculo que de esta manera circunscribía la pieza principal hasta ais-
larla por completo. Las piezas así segregadas muestran en todo su con-
torno una serie de pequeñas escotaduras en los bordes de las perfora-
ciones. Estas, que son de un diámetro de dos a tres centímetros, eran
practicadas en la parte del cráneo cubierta por el cabello y a veces
también en el rostro. Parecería que su objeto era el vaciamiento de los
cráneos para introducir después en ellos substancias aromáticas, que
favorecerían la conservación de las momias.
Con respecto a la trepanación quirúrgica debe decirse que era
practicada por medio de instrumentos de metal, probablemente de co-
bre, y afectaba una forma casi siempre cuadrad; o rectangular.
Uno de los ejemplares de cráneos peruanos más notables es el
que recogió el distinguido arqueólogo norteamericano Squier: pre-
senta una perforación en la parte superior izquierda del frontal pro-
ducida por medio de cuatro incisiones largas y rectas practicadas con
un instrumento de metal muy cortante y de filo curvo, cuyo borde for-
maba una pronunciada convexidad. Estas cuatro incisiones están si-
tuadas de a pares: dos paralelas, en una misma dirección; y las otras
dos igualmente paralelas entre sí, pero cruzando las anteriores en án-
gulos más o menos rectos, produciendo una abertura rectangular muy
pequeña proporcionalmente al largo de las incisiones, de las cuales
salen las ocho extremidades prolongándose en la misma dirección que
las incisiones correspondientes, y cada una de ellas con un largo o una
extensión aproximada a la extensión de cada uno de los cuatro costa-
dos de la perforación en sus bordes externos.
La trepanación quirúrgica fué también practicada, al parecer, por
los más antiguos habitantes del Brasil. Uno, cuando menos, de los crá-
neos encontrados por Lund en las cavernas fosilíferas de Lagoa-Santa,
presenta en el lado derecho una gran perforación elípticoalargada con
lí( cual parecería que el individuo vivió largo tiempo. Esa perforación
es atribuida por Lund a una herida , Esa lesión, situada en el temporal,
tiene una extensión de cinco centímetros de largo por dos centímetros
de ancho, y presenta los bordes como cortados en declive, debido a lo
cual los doctores Lacerda y Peixoto creen que fué producida por un
instrumento cortante, a resultas de lo cual murió el individuo.
Por la situación que ocupa la perforación, por la forma en declive
del contorno y por la dirección de su eje mayor, me parece que se tra-
ta más probablemente de un caso de trepanación más bien que de una
herida, pues un golpe asestado con un hacha de piedra no habría pro-
ducido una cortadura en plano inclinado en todo su contorno y hubiera
producido esquirlas en el interior del cráneo dejando rastros de rotu-
ras sobre parte de los bordes, y, sobre todo, habría producido rasgadu-
ras en las partes adyacentes a la perforación, de las cuales, sin em-
bargo, parece que no se notan vestigios. Aunque no he examinado la
pieza y sólo produzco mi juicio por la observación de los dibujos pu-
blicados, me parece que la forma elíptica de la perforación y el plano
inclinado que sin discontinuidad presentan sus bordes, indican una
trepanación producida por raspado tal como se la practicaba en Europa
durante la época de la piedra, lo que, por otra parte, concordaría con
la remota antigüedad que se ha atribuido al referido cráneo.
No tengo conocimiento de ningún caso de trepanación, ni quirúr-
gica ni postuma, por lo que se refiere a los antiguos habitantes de
nuestro país; pero creo probable que aquí también se practicaran am-
bas, y sobre todo en las provincias del Norte y del Oeste. La única
colección craneológica de importancia por el número de sus piezas
que se ha reunido hasta la fecha en la República, pertenece al Museo
de La Plata. Si los materiales allí acumulados fuesen accesibles a los
estudiosos, yo tal vez habría podido decir algo sobre la trepanación
prehistórica en la Argentina; pero como desgraciadamente ello no es
así (cuando menos por lo que a mí respecta), me veo obligado a seña-
lar ese vacío.
ORIGEN Y OBJETO DE LA TREPANACIÓN QUIRÚRGICA PREHISTÓRICA
Los pueblos más salvajes, los pueblos colocados en la escala más
baja de la humanidad, no .conciben la muerte como un fenómeno na-
tural, que, si no es adelantado por causas accidentales, tiene fatalmen-
te que producirse como término del ciclo vital individual. Ellos con-
ciben la muerte producida por un golpe asestado por el enemigo o por
ios dientes o por las garras de una fiera o por otro accidente de cual-
quier naturaleza; pero la muerte producida por enfermedades que
minan lentamente el organismo hasta concluir con él, es para ellos
algo incomprensible y misterioso. En su pueril ignorancia imaginan
que así como el que sucumbe bajo el golpe de maza del enemigo o el
ataque de las aceradas garras del tigre, muere atacado por seres rea-
les visibles y palpables, así también aquéllos que se consumen lenta-
mente por efecto de cualquier enfermedad mueren atacados por seres
invisibles, espíritus malignos y dañinos, que se introducen en el cuerpo
y lo roen hasta concluir con él.
El dolor era producido por un mal espíritu que había penetrado en
la región del cuerpo, donde se hacía sentir, y cuando el dolor o los
dolores no eran fijos sino variables, el espíritu maligno, inquieto, in-
tranquilo, no encontrando punto adecuado donde asentarse definitiva-
mente, paseábase por las distintas regiones del cuerpo, produciendo
las molestias que aquejaban al paciente. Para devolver a éste a su
estado natural, era necesario desalojar al mal espíritu: y con tal pro-
pósito se recurría al médico — que era a la vez adivino, brujo y he-
chicero, pero sobre todo hábil prestidigitador — y éste chupaba la par-
te dolorida, mostrando luego una espina, un huesecillo u otro objeto
cualquiera, según las circunstancias, que ya con anticipación tenía
bien escondido y que representaba el mal espíritu que ocasionaba los
dolores. La fe y la ilusión producían a veces la curación del enfermo.
Tal fué sin duda el primer origen de la medicina, pues tanto en Amé-
rica como en África y Oceanía, las ideas eran las mismas e idéntico
el sistema curativo: la succión de la parte dolorida.
Las convulsiones y la epilepsia, comunes en los pueblos salvajes,
fueron las enfermedades que más impresionaron su corta imagina-
ción. Esas extrañas manifestaciones desconcertadas, eran atribuidas a
un ser maligno que se había posesionado del individuo, quedando en-
cerradas en la cabeza, donde, hallándose el mal, hacía esfuerzos para
escaparse, produciendo las convulsiones. Para extraer los objetos del
interior del cráneo, a través de sus paredes, la succión era ineficaz.
Para curar eso era necesario practicar un agujero, abrir una puerta,
por donde el mal espíritu pudiera escaparse. El cirujano primitivo le
trantó la piel, y atacando con los tuscos instrumentos de que a la sa-
zón disponíase, las paredes óseas del cráneo, practicó en ellas la aber-
tura deseada, intentando la trepanación. Tal es el objeto con que ame-
nudo se practica en los pueblos salvajes de la actualidad, y lógico es
suponer que su aparición en las poblaciones prehistóricas de Europa
fué debida a causas idénticas o parecidas.
Esta deducción puede ser robustecida con hechos más evidentes y
hasta cierto punto positivos. Según los doctores Broca y Magitot ciertas
afecciones convulsivas de la infancia se traducen por alteraciones que
atacan a veces las partes duras del esqueleto, y particularmente los
dientes, en los cuales producen erosiones particulares, surcos trans-
versales y escotaduras en la corona, fáciles de reconocer. Ahora bien:
sucede que la mayor parte de los cráneos trepanados en vida, encon-
trados en Europa, son de individuos jóvenes, o demuestran haber sido
operados en la primera edad y la mayor parte de ellos presentan pre-
cisamente esas escotaduras y erosiones dentarias producidas por las
convulsiones en la juventud; y de ahí que Broca se creyera autorizado
para sostener que la trepanación en vida tenía por único móvil exclu-
sivo dar salida al mal espíritu que poseía al paciente.
Hay, sin embargo, pruebas evidentes de que la trepanación no
tenía siempre por único móvil exclusivo causas o males que pocos o
ningún vestigio dejan en el esqueleto, tales como la epilepsia, las con-
vulsiones, el histerismo o la locura, sino que se la practicaba a veces
con el propósito bien manifiesto de curar afecciones que interesaban
las partes duras y blandas del cráneo, que no curadas a tiempo pronto
concluían con la vida.
Uno de esos casos, el primero que fué conocido, cuando menos
según mis noticias, lo presentó el doctor Parrot a la Sociedad de An-
tropología de París el 17 de Enero de 1881, a cuya sesión tuve la bue-
na suerte de asistir tomando activa parte en ella.
Se trata de un cráneo prehistórico encontrado en una gruta de la
edad de la piedra, situada en Bray-sur-Seine, en el departamento del
Marne, donde yacía junto con muchos otros, mezclado con numerosos
instrumentos de piedra.
Dicho cránep presenta en distintos puntos de su superficie per-
ceptibles lesiones patológicas de un carácter de difícil determinación,
e independientemente de ellas una trepanación practicada en vida y
ejecutada por raspado.
La más considerable de esas lesiones ocupa la parte superoposte-
rior del frontal, extendiéndose a casi todo el parietal izquierdo y a una
pequeña parte del parietal derecho, particularmente a lo largo de la
sutura sagital. Consiste en una alteración del hueso, que, si no fuese
asimétrica, presentaría un notable parecido con la atrofia senil. La su-
perficie del hueso está como hundida en toda su extensión, presentan-
do una depresión de aspecto tal como si hubiese sido producida por
presión de los dedos sobre una masa blanda o pastosa, acompañada
de un adelgazamiento de las paredes craneanas, que, en ciertos pun-
tos, no presentan más de un milímetro de espesor. En medio de esta
depresión del parietal aparece como un islote un espacio de unos dos
centímetros de diámetro, en el cual el hueso ha conservado su espesor,
mientras el contorno o perímetro de la parte enferma y adelgazada
concluye en un borde sinuoso, como amamelonado, en el que el hueso
vuelve a su espesor normal. La superficie deprimida afectada por la
lesión es perfectamente lisa y del mismo aspecto que el resto del crá-
neo. En distintos puntos del frontal y del parietal se ven pequeños es-
pacios más deprimidos y porosos, evidentes resultados de una altera-
ción profunda, que puede caracterizarse como una osteítis rarificante
y esfoliadora, probablemente de origen traumático, pues algunos de
los puntos más lesionados del frontal parecen producidos por choques,
probablemente golpes asestados con un hacha de piedra. El caso es
que continuando la osteítis su curso, con la continua eliminación y
reparación ósea, concluyeron por cicatrizarse todas las partes lesiona-
das y el individuo vivió después largo tiempo aún. Dichas exfoliación
y reparación han sido tan considerables que en los puntos en que han
atacado la sutura sagital, que es una de las más perceptibles, ésta ha
desaparecido por completo, no formando allí el frontal y el parietal, en
sus puntos de contacto, más que un solo hueso con los mismos carac-
teres.
Ahora bien: este cráneo que presenta tan graves lesiones, que in-
dican bien a las claras el largo tiempo que ha sufrido el paciente, pre-
senta con absoluta independencia de la parte lesionada, una trepana-
ción oval bastante grande, pues tiene unos tres centímetros de largo y
un poco más de dos centímetros de ancho, situada en el lado izquier-
do ahajo y a continuación de la parte enferma, sobre el frontal y el
parietal a la vez, con su eje mayor de adelante hacia atrás. El borde
de esta trepanación es regular, en declive, completamente liso y está
perfectamente cicatrizado, sin vestigios de trabajo inflamatorio, pues
no se nota en él ninguna rugosidad, ni el tejido esponjoso es percepti-
ble o visible, habiendo tomado su superficie un aspecto igual a la del
resto del cráneo no atacado por la lesión.
Que la trepanación es un hecho independiente de la lesión pato-
lógica del cráneo es evidente, pues si ésta fuera el resultado de aquélla,
la perforación se encontraría evidentemente en el centro de la parte
lesionada, mientras que lo que sucede es lo contrario, agregándose a
esto que los bordes que no se encuentran en contacto con la parte en-
ferma son completamente sanos y cicatrizados sin ninguna alteración
del tejido óseo, salvo la que ha exigido la reparación de la superficie
externa para su cicatrización y el consiguiente ocultamiento del tejido
esponjoso.
Todo lo expuesto prueba que la trepanación fué eiecutada con la
manifiesta intención de curar la enfermedad, según lo afirma el doctor
Parrot en los siguiente términos:
«La trepanación ha sido, pues, practicada para curar una afec-
ción ósea o para desembarazar al enfermo de accidentes que suponían-
se debidos al mal aparente. Parece que se obtuvo buen resultado, por-
que el enfermo, cuando sucumbió, ya hacía largo tiempo que había
sanado, como lo prueba la cicatrización completa de los huesos tanto
al nivel de la trepanación como en los puntos primitivamente enfer-
mos».
Si este caso hubiera permanecido aislado, o, lo que es lo mismo,
siendo único, podría abrigarse dudas con respecto a la exactitud da
las deducciones del doctor Parrot: pero poco tiempo después se pre-
sentó un segundo caso confirmatorio del precedente. Se trata de un
cráneo encontrado en un túmulo de Quiberon, en el Morbihan, el
cual presenta una gran trepanación, y junto a ésta, en distintos pun-
tos, pero particularmente en el sincipucio, cierto número de depre-
siones irregulares y profundas, de aspecto serpiginoso, en las que los
huesos se han adelgazado excesivamente y están reducidos casi a una
lámina. El cráneo ha sido afectado, como en el caso precedente, por
una osteítis rarificante y exfoliadora, que es el resultado de golpes o
heridas que dieron origen, en el interior del cráneo, a la formación de
una infección purulenta intercraneana, para curar la cual se recurrió
a la trepanación, y, al parecer, como en el caso anterior, con buen éxito.
Los casos semejantes se han multiplicado notablemente desde
entonces. Entre ellos, merece una especial mención uno observado y
dado a conocer por el doctor Bernard. Se trata de un caso prehistórico
de heterotopía dentaria, acompañada de trepanación, en el cráneo de
un hombre muy vigoroso, que debía tener aproximadamente de treinta
y cinco a cuarenta años, encontrado cerca del pueblo de Vence, en un
túmulo de la época de la piedra.
«El maxilar inferior del cráneo presenta la última muela, llamada
del juicio, colocada horizontalmente, de manera que la raíz se im-
planta en el borde alveolar de la rama ascendente. La muela ha alcan-
zado su perfecto desarrollo y es completamente sana, como todos los
demás dientes de la misma mandíbula. Tiene una dirección de atrás
hacia adelante, paralelamente a la serie dentaria inferior, y su base,
constituida por la superficie de la corona fuertemente y de una manera
muy sólida, se apoya en la cara posterior de la muela que la precede.
«El maxilar superior del mismo individuo presenta igualmente, en
el mismo lado izquierdo, la última muela, o del juicio, completamente
vuelta en su alvéolo, con la corona hacia arriba y la raíz hacia abajo.
Esta muela ha alcanzado también su completo desarrollo, sin que
muestre ningún rastro de carie, ni el menor vestigio de algún vicio de
conformación, detalles de fácil reconocimiento porque se ha destruido
la tabla externa del alvéolo. La raíz de esta muela es simple y cónica,
y su extremidad aflora apenas sobre el borde alveolar del maxilar, que
presenta ahí un pequeño agujero lo bastante grande para que pueda
verse la raíz, aunque insuficiente pura darle salida. Durante vida, este
agujero debió estar cubierto por la encía y probablemente dio paso a
los nervios y vasos papilares que, en este caso, por excepción, diri-
gíanse quizá al espesor de la encía; la corona de esta muela sobrepa-
sa aproximadamente un milímetro la bóveda del sinus maxilar corres-
pondiente. Parece que la muela ha perforado esta bóveda, pero el exa-
men de los bordes del agujero permite suponer que la perforación es
posterior a la muerte y que la muela, durante vida, formaba sólo una
elevación, un tumor no muy elevado en el sinus maxilar.
«La heterotopía dentaria del maxilar superior dio lugar a la for-
mación de un tumor en el sinus del mismo, o quizá también a una ca-
rie de la bóveda y debió causar al individuo los dolores sordos y casi
siempre violentos que acompañan a estos diversos desórdenes, cuales-
quiera que sean las causas que los produzcan; y la heterotopía corres-
pondiente del maxilar inferior debió producirle a su vez un dolor in-
contestable.
«Todos los cirujanos conocen, en efecto, la frecuencia y la grave-
dad de los accidentes de la tercera dentición, que acompañan a menú-
do a la evolución de la muela del juicio en la mandíbula inferior; los
síntomas que de ordinario caracterizan el principio de estos accidentes
son ruidos y zumbidos en los oídc5, perturbaciones en la vista, y, so-
bre todo, violentas neuralgias del lado de la cara, síntomas bastante
parecidos a los de los tumores del sinus maxilar. Nuestro sujeto esta-
ba, pues, sometido a dos causas de sufrimientos atroces y pudo ser so-
metido a distintos tratamientos; y aquél del cual el cráneo muestra
rastros es muy digno de ser señalado, sobre todo por el interés que
ofrece desde el punto de vista arqueológico.
«Este cráneo, en efecto, está trepanado. Es más que probable que
la operación sufrida por el referido cráneo tuvo un fin exclusivamente
quirúrgico y fué practicada con el fin de obtener el alivio del enfermo.
Además de la presencia de dos muelas viciosamente desarrolladas en
este individuo, es decir: de dos poderosas causas de sufrimiento, lo
que también contribuye a demostrar que la trepanación de que se trata
es, en efecto, quirúrgica, es la circunstancia de encontrarse situada
encima del arco superciliar y delante de la cresta temporal, en la parte
izquierda del frontal, esto es: en el mismo lado que los dientes dolo-
ridos. La perforación tiene una forma cónica, de un centímetro de diá-
metro al nivel de la pared interna del hueso, enanchándose de adentro
hacia afuera, hasta alcanzar en la tabla externa un diámetro casi tri-
ple del primero. El paciente sobrevivió evidentemente a la operación,
pues el borde externo de la perforación se encuentra unido a su borde
interno por una capa de tejido compacto, debajo de la cual ha desapa-
recido el tejido esponjoso por una verdadera cicatrización ósea». (Doc-
tor Bernard, en los Bulletins de la Société d'Anthropologie de Paris,
tomo sexto, año 1883, página 316).
Los hombres de la época de la piedra eran en Europa sumamente
belicosos. Lo atestiguan así los numerosos rastros de heridas que se ob-
servan en sus despojos, y especialmente en la cabeza, lo que se com-
prende recordando que en aquella época el arma de guerra por ex-
celencia era el hacha de piedra y que los combates efectuábanse cuer-
po a cuerpo en la mayor parte de los casos. Pero esas luchas eran a
buen seguro entre tribu y tribu o raza y raza, y nada más natural que
después del combate cada bando combatiente tratase de conservar
sus heridos con el objeto de cuidarlos y ver si era posible obtener su
curación. De ahí nacieron sin duda las primeras tentativas en la ciru-
gía, complementarias de la trepanación. Que el hecho acaeció es in-
negable, puesto que se encuentran las pruebas evidentes de ello.
Así el doctor Pruniéres ha recogido en las sepulturas prehistóri-
cas del valle de la Lozére numerosos huesos humanos penetrados por
puntas de flechas; en otros casos, vértebras en las cuales se encuentran
engastadas las flechas, casi cubiertas por grandes excrecencias óseas
que prueban que aquellos hombres vivieron largo tiempo después de
haber recibido las heridas. Los individuos que presentan tales lesiones
no habrían podido prolongar la vida si antes de estar cicatrizadas las
heridas hubieran tenido que procurarse el alimento.
Entre los numerosísimos huesos con heridas o alteraciones pato-
lógicas que han sido recogidos en aquella misma localidad, el doctor
Broca cita dos casos que ilustran perfectamente la cuestión.
«El primero consiste en una fractura de la extremidad inferior de
la pierna derecha, con llaga, supuración y expulsión de varias esquir-
las. Esas fracturas complicadas de la pierna son muy graves y de di-
fícil reducción; sólo se curan a favor de un tratamiento bien dirigido
y de un aparato de contención mantenidos durante varias semanas y a
veces meses, y es raro que se curen sin deformidades. Y sin embargo
es lo que ha sucedido en la pieza de referencia. De modo que es pro-
bable que la fractura fué sostenida con ayuda de un aparato. En todo
caso, es seguro que el herido permaneció largo tiempo en cama, in-
capaz de bastarse a sí mismo.
«El segundo caso, que ha llamado de una manera especial la aten-
ción del doctor Broca, se refiere a una anquilosis de la articulación
tibiotarsiana, consecutiva a un antiguo tumor blanco. La articulación
ha supurado abundantemente durante largo tiempo; la extremidad in-
ferior de la tibia ha sido el asiento de una necrosis o de una carie, cu-
ya cicatriz se percibe. La duración de esta afección fué necesariamente
muy larga y la marcha del individuo resultó completamente imposible
durante un período de varios meses». (De Mortillet: Le préhistorique,
página 606, año 1885).
Los casos observados, más o menos parecidos, son numerosos, y
por lo que se refiere a Francia ha podido comprobarse que el ochenta
y cuatro por ciento de las heridas en esas o parecidas condiciones fue-
ron seguidas de una curación completa, lo que no habría podido su-
ceder si ya en esa lejana época no hubiese habido una asistencia mé-
dica relativamente bien organizada, acompañada de ciertos conoci-
mientos quirúrgicos indispensables.
Ese adelanto relativo en la cirugía y la asistencia explican la
frecuencia de la trepanación y el buen resultado que parece la acom-
pañaba generalmente. Conócense cráneos que presentan dos trepana-
ciones quirúrgicas distintas y ambas cicatrizadas. Era tal la confianza
que aquellos pacientes tenían en sus resultados, que no habiendo pro-
bablemente producido efecto la primera, la operación fué repetida por
segunda vez.
Algunas perforaciones craneanas cicatrizadas son verdaderamen-
te enormes. El doctor Pruniéres menciona algunas que alcanzan un
diámetro de quince centímetros, lo cual parecería salvar los límites
de lo posible. Pero los ejemplares existen en su colección, donde han
podido verlos y examinarlos los más eminentes cirujanos de Europa.
Lo que admira por sobre todo es cómo pudieron resistir aquellos
hombres los atroces dolores que debían producir tales operaciones
practicadas con los toscos instrumentos de que disponían, y como sa-
naban sin ser atacados por la gangrena.
La única explicación posible consiste en que sin duda poseían una
mayor resistencia a causa de una menor sensibilidad, y tal vez hasta
una cierta especie de inmunidad, como sucede con los salvajes actua-
les, entre los cuales los hay que obedeciendo a ciertos ritos religiosos
o a costumbres tradicionales, se inflijen mutilaciones espantosas que
soportan con un coraje, una tranquilidad y una firmeza maravillosas,
sin que en el mayor número de los casos esas lesiones sean seguidas
por accidentes mortales, ni aún en los casos en que, con el objeto de
curarse de los reumatismos, se raspan profundamente los huesos, que
es una operación que debería llevarlos al otro mundo, sobre todo si se
tiene presente que no adoptan ni las más mínimas precauciones anti-
sépticas.
Hay que deducir, pues, lógicamente, que cuanto más primitivo y
salvaje es el hombre, tanto más insensible es, adquiriendo a la vez ma-
yor resistencia a los microbios patógenos. Esto resulta tanto más evi-
dente cuanto que está a la vista la casi inmunidad de ciertas razas y
de algunos pueblos para no contagiarse de fiebre amarilla, sífilis, fie-
bres intermitentes, etcétera. Parecería que la inmunidad crece con el
descenso de la raza; pero sin duda hay causas de inmunidad relativa,
que resultan de la acción constante y secular que el medio ha estam-
pado en el organismo.
El hecho real y positivo es que en los pueblos salvajes la cicatri-
zación de las heridas se efectúa más prontamente por una reparación
más rápida de los tejidos, sin que en el mayor número de los casos esas
lesiones sean seguidas de accidentes mortales.
Los primitivos habitantes de Europa debían encontrarse en las
mismas condiciones; y esto explica la generalizada práctica de la tre-
panación, pues teniendo en cuenta la resistencia de los pueblos salva-
jes a las lesiones más graves, la trepanación no sólo permitía en la
generalidad de los casos la supervivencia del operado, sino que pare-
ce que a menudo curaba también al paciente de afecciones no menos
graves que la operación misma.
La práctica de la trepanación aparece en los tiempos prehistóricos
al principio de la época de la piedra pulida; y ha sido continuada sin in-
terrupción hasta nuestros días. Efectuábanla los celtas y pasó con los
galos a la época del bronce; estaba en uso en tiempo de los francos o
merovingios; y era preconizada por los galenos de la edad media, aun
cuando la mayor parte de ellos no pasaran en sus conocimientos más
allá del empirismo característico de la época, que fué un legado en
parte recibido de las edades precedentes. Así Taxil, en un tratado sobre
le epilepsia, recomienda que se trate la enfermedad extrayendo por
medio del raspado la pared externa de! hueso, y. si necesario fuese,
penetrando más profundamente hasta alcanzar la duramadre. Es decir:
aconsejaba la trepanación.
Hay en Chalons-sur-Marne un asilo de alienados que dispone de
un cementerio propio, que últimamente fué removido con motivo de
trabajos de ensanche del establecimiento y donde se recogieron un
considerable número de cráneos que pasaron a formar parte de diver-
sas colecciones. Algunos de esos cráneos ostentan la trepanación por
raspado, demostrando así de una manera evidente que fué practicada
como procedimiento curativo hasta una época relativamente reciente.
Practícase, por fin, en nuestros días por medio del trépano espe-
cial, como una operación quirúrgica que a veces alivia y sana al pa-
ciente de ciertas enfermedades o afecciones, sin que la operación en
sí misma ofrezca hoy el menor peligro.
Con la trepanación sucede lo que con muchas otras cosas: las cree-
mos invenciones modernas y su origen se pierde, sin embargo, en la
lejana oscuridad de los tiempos prehistóricos.
Ilustración: El Bosco
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