Este libro ha surgido, pese a todas las apariencias en contra, de
un afán unamuniano: el interés por el hombre concreto, de carne y hueso, ese
hombre que bebe, come, duerme, juega, piensa y sueña, que en este caso no
es otro que Miguel de Unamuno.
Es don Miguel —y sigue siendo—una de las personalidades más
atractivas que ha habido en España, en todos los tiempos. Esta sugestión se
ejerce en todos los ambientes yen las más diversas clases de gentes, desde
poetas, biógrafos, novelistas, hasta médicos, psicólogos e historiadores,
pasando por los hombres de ensayo, filósofos y teólogos. Este hecho
extraordinario, esta atracción sin reservas —sea positiva o negativa— es lo
primero que hay que observar de Unamuno, que una crítica actual e imparcial
debe observar sobre él; ello se hace especialmente patente a través de la
enorme riqueza de estudios y trabajos hechos sobre su persona y los diversos
aspectos de su obra.
Los motivos de esta atracción son varios, pero fundamentalmente
pueden resumirse en aquellos que tienen su base en la persona y los que la
tienen en la obra. Los primeros encuentran su razón de ser en ese extraño
magnetismo, en esa fascinación especial que ejerce la personalidad singular y
original de Unamuno, personalidad rica, llena de profundidad de matices y
recovecos, de sorprendentes contradicciones, paradojas y excentricidades; los
segundos vienen producidos por la pluralidad de temas, el interés de las
materias que trata, así como las extravagantes opiniones, los juicios a veces
disparatados, a veces profundísimos y brillantes y también la constante
sugestión de su estilo y de sus intuiciones, llenas de reflejos, de sugerencias,
de incitaciones para la meditación y el pensamiento. Son esta serie de motivos
los que condicionan la atracción que Unamuno ejerce, no sólo sobre los
hombres más diversos, sino sobre toda clase de doctrinas, de posiciones, de
ideologías, de escuelas y partidos, haciendo que se lo disputen unos y otros, o
que, a veces por el con-traro —y no es muestra de menos interés—, rivalicen
en menospreciarle. Este deseo de atraer hacia el campo propio la personalidad
unamuniana ha hecho que se le califique —y todo ello con sobrado motivo—
de católico y de protestante, místico y ateo, existencialista y espiritualista,
vitalista y materialista, pragmatista y racionalista, monárquico y republica-no,
socialista y fascista; pero, en definitiva, individualista a ultranza, personalista
radical y sin posibilidad de remedio, o mejor, puesto que repudiaba todos los
ismos, individual y personal, "porque yo, Miguel de Unamuno, como
cualquier hombre que aspire a conciencia plena, soy especie única".
Pero, efectivamente, no sólo nos guía el afán unamuniano por el
hombre, sino otro afán no tan unamuniano: el interés por la verdad, el deseo
de una máxima objetividad. Ello nos lleva a nuestra pregunta radical: ¿Qué
clase de hombre es, en realidad, este Unamuno, que aguanta toda
interpretación, que puede ser movilizado para la defensa de las doctrinas más
dispares? Contestara esta pregunta supone el esfuerzo que nos lleva a escribir
este libro, pero supone también declararla insuficiencia y parcialidad de casi
todas las interpretaciones anteriores. Es esta insuficiencia la que nos ha puesto
sobre aviso, nos ha llevado a una investigación detallada de su obra nos ha
remitido, por último, a un punto de vista psicológico para la comprensión total
de su personalidad.
La necesidad de esta interpretación psicológica de que hablamos
viene impuesta por un hecho: el punto de vista que han adoptado sobre él la
mayoría de los comentaristas es vario y plural. Cada uno ve en Unamuno lo
que necesita o quiere ver. La razón es simple. El ideario filosófico de
Unamuno no responde a ningún sistema; más aún, ni siquiera goza de una
continuidad ideológica. En todo caso se podría hablar paradójicamente de un
sistema de la contradicción, de la duda o la “agonía", como a él le placía. Las
recopilaciones sistemáticas que se han hecho de sus doctrinas obedecen a
interpretaciones de su pensamiento, pero no a su sentido y verdad originales.
Esto ocurre con Julián Marías, que enfoca a Unamuno desde un ángulo
orteguiano; con Serrano Poncela y Lázaro Ros, que hacen de él un nuevo
existencialista; con Sánchez Barbudo, que lo considera un ateo solapado; con
Aranguren, que lo con-vierte en un apóstol del protestantismo español. Este
exclusivismo parcialista en la interpretación de Unamuno nos lanza la
búsqueda de una comprensión totalitaria, de un punto de vista unitario, que
nos dé una visión unificada de la discontinua y contradictoria realidad
unamuniana. Pero sólo en una detallada investigación psicológica, logramos
este propósito, pues ella nos introduce en lo más entrañable de su
personalidad, y únicamente cuando aclaramos y comprendemos ésta, es
posible también aclarar y comprender no sólo el sentido de su vida, sino el de
su obra: ese "sentimiento trágico de lavada", esa filosofía —si es que puede
llamarse así—guerrera y angustiada que corre a lo largo de todas sus páginas.
Es entonces cuando cobramos conciencia de la tragedia que anida bajo todo
él: una enorme inteligencia asentada sobre una deformación psicológica, que
siembra su obra de errores innecesarios junto a genialidades asombrosas. Y a
través de un estudio semejante es como senos aclara lo que Unamuno llamaba
sus "entrañas" o, con nombre más propio, su " intrahistoria”, es decir, sus
motivos y tendencias más profundas, los estratos más hondos y permanentes
de su personalidad.
El trabajo de investigación psicológica ha sido realizado en dos
dimensiones —profundidad y extensión—, que se implican mutuamente y sin
cuyo desarrollo habría resultado no sólo parcial, sino equivocado. El
desarrollo en extensión nos ha llevado a una visión evolutiva de la psicología
de Unamuno, con la que hemos realizado dos hallazgos esenciales. Primero,
que muchas de las contradicciones inherentes a su pensamiento se reducen a
etapas o estadios de su itinerario intelectual.
Segundo, que el verdadero interés de su personalidad no reside
en sus elaboraciones intelectuales o filosóficas, sino en la experiencia
espiritual que aporta. Unamuno, ha llegado la hora de declararlo
taxativamente y sin rodeos, no era un intelectual, sino un espiritual, un homo
religioso. A esta faceta de su espiritualidad, como expresión y manifestación
de ella, hay que unir sus textos literarios y poéticos, mientras que los ensayos
filosóficos nos hablan normalmente de sus problemas psicológicos o de su
gran cultura.
Por otro lado, el desarrollo en profundidad nos remite a su
neurosis que surge del enfrentamiento entre dos conflictos de su personalidad
que hasta ahora no se habían deslindado claramente. Me refiero, por un lado,
al conflicto entre sus necesidades de fama y religión, el yo íntimo y el social;
por otro, a la conocida contraposición entre la razón y la fe (el conflicto de su
"cristianismo agónico", que le llevó al "sentimiento trágico de la vida"). El
primero de ellos les condujo a tendencias regresivas muy acusadas,
manifestadas bajo la expresión literaria del mito de la madre y la vuelta a la
infancia; el segundo de los conflictos nos lo ofrece bajo la forma de una
racionalización filosófica que oculta su sentido psicológico. Por eso ambos
conflictos no se habían separado con la suficiente precisión, ni se había
estudiado con detenimiento el contenido de cada uno de ellos. Por el contrario,
en la inmensa mayoría de los trabajos realizados se confunden los dos
conflictos originando esa oscuridad que nos presentan casi todos los estudios
sobre la personalidad de Unamuno. Esperamos que a raíz de nuestra
aportación las cosas queden lo suficientemente claras delimitadas.
Un estudio psicológico de esta índole nos ha remitido al
problema de las relaciones entre el genio y la locura y, más ampliamente aún,
entre las creaciones del espíritu y las enfermedades mentales. "Non est
ingenium sine mixtura dementiae", decía ya Séneca. Los estudios realizados
en este sentido parece que no han llegado a conclusiones definitivas, aunque
se ha dado por sentado, primero, una correlación estadística entre la genialidad
y la locura; segundo, una equiparación cualitativa entre la inteligencia del loco
y la del genio, cuya esencia consiste en la capacidad de captar relaciones
nuevas.
Los problemas que se plantean a partir de estas bases son
múltiples. Por el momento, vamos a limitamos a la cuestión que se refiere al
valor intelectual de las creaciones del loco; en general, se admite que las
relaciones nuevas son en el caso del loco incomprensibles, mientras en el
genio se incorporan a la vida de los demás hombres como grandes creaciones
de la cultura. Sin embargo, bajo esta distinción fenomenológica permanece el
hecho de que, desde un punto de vista biológico, el genio y el loco son
equiparables, si no idénticos, pues es muy comente —según la opinión de
Karl Krestchmer— "entre las naturalezas geniales encontrar multitud de
síntomas clasificables indudablemente entre los patológicos; entre otros,
predisposición al delirio persecutorio, tendencia a las reacciones afectivas
psicógenas y perturbaciones mentales manifiestas en los consanguíneos
próximos de la persona en cuestión ".
Esto ha conducido a una conclusión generalmente aceptada por
todo el mundo, y es que la locura o simplemente el trastorno mental no puede
utilizarse como criterio acerca del valor intelectual o artístico de las creaciones
de un hombre; sobre ello han de juzgar criterios meramente intelectuales o
artísticos, pero nunca los traídos de otros planos de consideración. Sin
embargo, sospechamos que la Medicina psicosomática ha de traer nuevas
conclusiones y enfoques a un tema tan delicado y debatido. Por lo pronto, y
limitándonos a lio que para nosotros es de un interés inmediato —el caso
Unamuno—, hemos de introducir alguna precisión. Se trata de que, a nuestro
modo de ver, las creaciones intelectuales de Unamuno quedan invalidadas por
su egocentrismo. No ocurre esto, en lo referente a sus novelas, al teatro o la
poesía que son textos literarios en que predomina lo psicológico y lo estético,
pero sí en los ensayos donde las motivaciones deben ser el interés por la
verdad. Efectivamente, una base psicológica falsa o enferma puede ser fatal
en la investigación de la ver-dad. Piénsese en el caso de un hombre que, bajo
el pretexto de buscar la verdad, subordinase el pensamiento a sus necesidades
individuales. Pues bien, este es el caso de Unamuno. Sus elucubraciones no
tienen el fin desinteresado de un encuentro con lo objetivo, sino que responden
al anhelo desesperado de un consuelo para su alma angustiada. En esta
situación mal puede uno toparse con la verdad.
La conclusión que se nos impone, a este respecto, es que las
enfermedades mentales en que el egocentrismo juega un papel central,
suponen por sí mismas un criterio acerca de las doctrinas o teorías filosóficas
del hombre que lo padece. Ahora bien —y aquí surge una objeción
importante—, ¿el egocentrismo de un hombre supone el de sus doctrinas? ¿La
base psicológica se mezcla siempre en el pensamiento especulativo? La
contestación a esta pregunta resulta más difícil de lo que a simple vista pudiera
parecer; para salvar su escollo sólo Mosqueda realizar un análisis psicológico
no del hombre, sino de la obra en cuestión. Nuestra tarea, en este sentido, sin
embargo, no se ha limitado a este aspecto; hemos realizado un análisis de la
obra de Unamuno, desde luego, pero también—y aún con mayor interés— de
su personalidad a través de dicha obra.
Íntimamente relacionado con todos estos problemas está el tema
de la sinceridad que nos ocupa todo un parágrafo; efectivamente, en toda la
obra unamuniana late la cuestión acerca de la sinceridad y la veracidad y de
su validez como método de acercamiento a la verdad. Se trata nada menos
quede problema que hoy ha planteado la moderna ética existencialista en tomo
al valor de la "autenticidad". En este sentido, el estudio de Unamuno es
ampliamente provechoso, pues es claro ejemplo de como la sinceridad
consigo mismo no basta, si no va acompañada de una adecuada concepción
del mundo, de una orientación objetiva. La subjetividad por sí sola ha
demostrado no sólo su insuficiencia, sino su maleficio.
En estrecha relación con su egocentrismo se halla la cuestión
tocante a la religiosidad de Unamuno. Hemos procurado, en esto como en
todo, alcanzar la máxima objetividad, y hemos obtenido dos conclusiones. En
lo que se refiere al pensamiento religioso consciente de Unamuno, deducimos
que su religiosidad fue desviada por su vanidad hacia la franca heterodoxia
hasta la creación de una concepción religiosa original que hemos calificado,
tomando sus propias palabras, de "catolicismo popular español". Por lo que
toca a su religiosidad inconsciente, es decir, a la forma en que realmente fue
guiado hacia la morada divina, llegamos a la conclusión de que su regresión
psicológica, conducida por el mito déla madre, le llevó a un aspecto femenino
de la divinidad que podemos identificar prácticamente con el panteísmo.
Estos son los puntos de mayor interés que queríamos dejar
señalados en esta introducción. Por lo demás, haremos referencia a la
influencia que siempre ejerció el paisaje y el ambiente sobre la obra
unamuniana, condicionándola en gran medida. A este respecto incidimos
especialmente en el conflicto entre Vasconia, su patria nativa, y Castilla, la
adoptiva. Había sido ya señalado este aspecto de su obra por algún
comentarista anterior; sin embargo, hemos querido hacer también hincapié en
él por juzgarlo de sumo interés para su comprensión total.
Quizá sea conveniente salir al paso en este lugar de un posible
reproche que al autor le ha comunicado algún lector del original inédito. Se
trata de las repeticiones que encontramos en la obra. No han pasado éstas
inadvertidas a nuestra vigilancia, sino que son una característica intrínseca al
trabajo acometido. Está montado éste sobre el que llamo método de los
círculos concéntricos, consistente en acotar el tema a tratar—en este caso la
personalidad de Unamuno— e ir cercándolo mediante vueltas en espiral cada
vez más apretadas y profundas, hasta revelar su más hondo significado
posible.
Y, por último, indicar a nuestros lectores que este libro tiene una
pretensión científica con la que no tratamos de devaluar su interés literario.
Hemos aplicado nuestro máximo esfuerzo en ambos sentidos. Por lo que
respecta a lo literario, nada queda por decir, sino esperar. En lo que se refiere
al aspecto científico hemos de poner en conocimiento de los lectores que la
interpretación psicológica cae exclusivamente, en sentido ortodoxo, dentro de
la Psicología individual de Adler Kummel.
Nada más. Sólo desear que esta obra contribuya, efectivamente,
tal y como ha sido nuestro propósito, al conocimiento y comprensión de una
de las figuras más altas de nuestra espiritualidad.
Ilustración: Rembrandt van Rijn
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