miércoles, 13 de agosto de 2025

Miguel de Unamuno a la luz de la psicología (José Luis Abellán)







Este libro ha surgido, pese a todas las apariencias en contra, de 

un afán unamuniano: el interés por el hombre concreto, de carne y hueso, ese 

hombre que bebe, come, duerme, juega, piensa y sueña, que en este caso no 

es otro que Miguel de Unamuno. 


Es don Miguel —y sigue siendo—una de las personalidades más 

atractivas que ha habido en España, en todos los tiempos. Esta sugestión se 

ejerce en todos los ambientes yen las más diversas clases de gentes, desde 

poetas, biógrafos, novelistas, hasta médicos, psicólogos e historiadores, 

pasando por los hombres de ensayo, filósofos y teólogos. Este hecho 

extraordinario, esta atracción sin reservas —sea positiva o negativa— es lo 

primero que hay que observar de Unamuno, que una crítica actual e imparcial 

debe observar sobre él; ello se hace especialmente patente a través de la 

enorme riqueza de estudios y trabajos hechos sobre su persona y los diversos 

aspectos de su obra. 


Los motivos de esta atracción son varios, pero fundamentalmente 

pueden resumirse en aquellos que tienen su base en la persona y los que la 

tienen en la obra. Los primeros encuentran su razón de ser en ese extraño 

magnetismo, en esa fascinación especial que ejerce la personalidad singular y 

original de Unamuno, personalidad rica, llena de profundidad de matices y 

recovecos, de sorprendentes contradicciones, paradojas y excentricidades; los 

segundos vienen producidos por la pluralidad de temas, el interés de las 

materias que trata, así como las extravagantes opiniones, los juicios a veces 

disparatados, a veces profundísimos y brillantes y también la constante 

sugestión de su estilo y de sus intuiciones, llenas de reflejos, de sugerencias, 

de incitaciones para la meditación y el pensamiento. Son esta serie de motivos 

los que condicionan la atracción que Unamuno ejerce, no sólo sobre los 

hombres más diversos, sino sobre toda clase de doctrinas, de posiciones, de 

ideologías, de escuelas y partidos, haciendo que se lo disputen unos y otros, o 

que, a veces por el con-traro —y no es muestra de menos interés—, rivalicen 

en menospreciarle. Este deseo de atraer hacia el campo propio la personalidad 

unamuniana ha hecho que se le califique —y todo ello con sobrado motivo— 

de católico y de protestante, místico y ateo, existencialista y espiritualista, 

vitalista y materialista, pragmatista y racionalista, monárquico y republica-no, 

socialista y fascista; pero, en definitiva, individualista a ultranza, personalista 

radical y sin posibilidad de remedio, o mejor, puesto que repudiaba todos los 

ismos, individual y personal, "porque yo, Miguel de Unamuno, como 

cualquier hombre que aspire a conciencia plena, soy especie única". 


Pero, efectivamente, no sólo nos guía el afán unamuniano por el 

hombre, sino otro afán no tan unamuniano: el interés por la verdad, el deseo 

de una máxima objetividad. Ello nos lleva a nuestra pregunta radical: ¿Qué 

clase de hombre es, en realidad, este Unamuno, que aguanta toda 

interpretación, que puede ser movilizado para la defensa de las doctrinas más 

dispares? Contestara esta pregunta supone el esfuerzo que nos lleva a escribir 

este libro, pero supone también declararla insuficiencia y parcialidad de casi 

todas las interpretaciones anteriores. Es esta insuficiencia la que nos ha puesto 

sobre aviso, nos ha llevado a una investigación detallada de su obra nos ha 

remitido, por último, a un punto de vista psicológico para la comprensión total 

de su personalidad. 


La necesidad de esta interpretación psicológica de que hablamos 

viene impuesta por un hecho: el punto de vista que han adoptado sobre él la 

mayoría de los comentaristas es vario y plural. Cada uno ve en Unamuno lo 

que necesita o quiere ver. La razón es simple. El ideario filosófico de 

Unamuno no responde a ningún sistema; más aún, ni siquiera goza de una 

continuidad ideológica. En todo caso se podría hablar paradójicamente de un 

sistema de la contradicción, de la duda o la “agonía", como a él le placía. Las 

recopilaciones sistemáticas que se han hecho de sus doctrinas obedecen a 

interpretaciones de su pensamiento, pero no a su sentido y verdad originales. 

Esto ocurre con Julián Marías, que enfoca a Unamuno desde un ángulo 

orteguiano; con Serrano Poncela y Lázaro Ros, que hacen de él un nuevo 

existencialista; con Sánchez Barbudo, que lo considera un ateo solapado; con 

Aranguren, que lo con-vierte en un apóstol del protestantismo español. Este 

exclusivismo parcialista en la interpretación de Unamuno nos lanza la 

búsqueda de una comprensión totalitaria, de un punto de vista unitario, que 

nos dé una visión unificada de la discontinua y contradictoria realidad 

unamuniana. Pero sólo en una detallada investigación psicológica, logramos 

este propósito, pues ella nos introduce en lo más entrañable de su 

personalidad, y únicamente cuando aclaramos y comprendemos ésta, es 

posible también aclarar y comprender no sólo el sentido de su vida, sino el de 

su obra: ese "sentimiento trágico de lavada", esa filosofía —si es que puede 

llamarse así—guerrera y angustiada que corre a lo largo de todas sus páginas. 

Es entonces cuando cobramos conciencia de la tragedia que anida bajo todo 

él: una enorme inteligencia asentada sobre una deformación psicológica, que 

siembra su obra de errores innecesarios junto a genialidades asombrosas. Y a 

través de un estudio semejante es como senos aclara lo que Unamuno llamaba 

sus "entrañas" o, con nombre más propio, su " intrahistoria”, es decir, sus 

motivos y tendencias más profundas, los estratos más hondos y permanentes 

de su personalidad. 


El trabajo de investigación psicológica ha sido realizado en dos 

dimensiones —profundidad y extensión—, que se implican mutuamente y sin 

cuyo desarrollo habría resultado no sólo parcial, sino equivocado. El 

desarrollo en extensión nos ha llevado a una visión evolutiva de la psicología 

de Unamuno, con la que hemos realizado dos hallazgos esenciales. Primero, 

que muchas de las contradicciones inherentes a su pensamiento se reducen a 

etapas o estadios de su itinerario intelectual. 


Segundo, que el verdadero interés de su personalidad no reside 

en sus elaboraciones intelectuales o filosóficas, sino en la experiencia 

espiritual que aporta. Unamuno, ha llegado la hora de declararlo 

taxativamente y sin rodeos, no era un intelectual, sino un espiritual, un homo 

religioso. A esta faceta de su espiritualidad, como expresión y manifestación 

de ella, hay que unir sus textos literarios y poéticos, mientras que los ensayos 

filosóficos nos hablan normalmente de sus problemas psicológicos o de su 

gran cultura. 


Por otro lado, el desarrollo en profundidad nos remite a su 

neurosis que surge del enfrentamiento entre dos conflictos de su personalidad 

que hasta ahora no se habían deslindado claramente. Me refiero, por un lado, 

al conflicto entre sus necesidades de fama y religión, el yo íntimo y el social; 

por otro, a la conocida contraposición entre la razón y la fe (el conflicto de su 

"cristianismo agónico", que le llevó al "sentimiento trágico de la vida"). El 

primero de ellos les condujo a tendencias regresivas muy acusadas, 

manifestadas bajo la expresión literaria del mito de la madre y la vuelta a la 

infancia; el segundo de los conflictos nos lo ofrece bajo la forma de una 

racionalización filosófica que oculta su sentido psicológico. Por eso ambos 

conflictos no se habían separado con la suficiente precisión, ni se había 

estudiado con detenimiento el contenido de cada uno de ellos. Por el contrario, 

en la inmensa mayoría de los trabajos realizados se confunden los dos 

conflictos originando esa oscuridad que nos presentan casi todos los estudios 

sobre la personalidad de Unamuno. Esperamos que a raíz de nuestra 

aportación las cosas queden lo suficientemente claras delimitadas. 


Un estudio psicológico de esta índole nos ha remitido al 

problema de las relaciones entre el genio y la locura y, más ampliamente aún, 

entre las creaciones del espíritu y las enfermedades mentales. "Non est 

ingenium sine mixtura dementiae", decía ya Séneca. Los estudios realizados 

en este sentido parece que no han llegado a conclusiones definitivas, aunque 

se ha dado por sentado, primero, una correlación estadística entre la genialidad 

y la locura; segundo, una equiparación cualitativa entre la inteligencia del loco 

y la del genio, cuya esencia consiste en la capacidad de captar relaciones 

nuevas. 


Los problemas que se plantean a partir de estas bases son 

múltiples. Por el momento, vamos a limitamos a la cuestión que se refiere al 

valor intelectual de las creaciones del loco; en general, se admite que las 

relaciones nuevas son en el caso del loco incomprensibles, mientras en el 

genio se incorporan a la vida de los demás hombres como grandes creaciones 

de la cultura. Sin embargo, bajo esta distinción fenomenológica permanece el 

hecho de que, desde un punto de vista biológico, el genio y el loco son 

equiparables, si no idénticos, pues es muy comente —según la opinión de 

Karl Krestchmer— "entre las naturalezas geniales encontrar multitud de 

síntomas clasificables indudablemente entre los patológicos; entre otros, 

predisposición al delirio persecutorio, tendencia a las reacciones afectivas 

psicógenas y perturbaciones mentales manifiestas en los consanguíneos 

próximos de la persona en cuestión ". 


Esto ha conducido a una conclusión generalmente aceptada por 

todo el mundo, y es que la locura o simplemente el trastorno mental no puede 

utilizarse como criterio acerca del valor intelectual o artístico de las creaciones 

de un hombre; sobre ello han de juzgar criterios meramente intelectuales o 

artísticos, pero nunca los traídos de otros planos de consideración. Sin 

embargo, sospechamos que la Medicina psicosomática ha de traer nuevas 

conclusiones y enfoques a un tema tan delicado y debatido. Por lo pronto, y 

limitándonos a lio que para nosotros es de un interés inmediato —el caso 

Unamuno—, hemos de introducir alguna precisión. Se trata de que, a nuestro 

modo de ver, las creaciones intelectuales de Unamuno quedan invalidadas por 

su egocentrismo. No ocurre esto, en lo referente a sus novelas, al teatro o la 

poesía que son textos literarios en que predomina lo psicológico y lo estético, 

pero sí en los ensayos donde las motivaciones deben ser el interés por la 

verdad. Efectivamente, una base psicológica falsa o enferma puede ser fatal 

en la investigación de la ver-dad. Piénsese en el caso de un hombre que, bajo 

el pretexto de buscar la verdad, subordinase el pensamiento a sus necesidades 

individuales. Pues bien, este es el caso de Unamuno. Sus elucubraciones no 

tienen el fin desinteresado de un encuentro con lo objetivo, sino que responden 

al anhelo desesperado de un consuelo para su alma angustiada. En esta 

situación mal puede uno toparse con la verdad. 


La conclusión que se nos impone, a este respecto, es que las 

enfermedades mentales en que el egocentrismo juega un papel central, 

suponen por sí mismas un criterio acerca de las doctrinas o teorías filosóficas 

del hombre que lo padece. Ahora bien —y aquí surge una objeción 

importante—, ¿el egocentrismo de un hombre supone el de sus doctrinas? ¿La 

base psicológica se mezcla siempre en el pensamiento especulativo? La 

contestación a esta pregunta resulta más difícil de lo que a simple vista pudiera 

parecer; para salvar su escollo sólo Mosqueda realizar un análisis psicológico 

no del hombre, sino de la obra en cuestión. Nuestra tarea, en este sentido, sin 

embargo, no se ha limitado a este aspecto; hemos realizado un análisis de la 

obra de Unamuno, desde luego, pero también—y aún con mayor interés— de 

su personalidad a través de dicha obra. 


Íntimamente relacionado con todos estos problemas está el tema 

de la sinceridad que nos ocupa todo un parágrafo; efectivamente, en toda la 

obra unamuniana late la cuestión acerca de la sinceridad y la veracidad y de 

su validez como método de acercamiento a la verdad. Se trata nada menos 

quede problema que hoy ha planteado la moderna ética existencialista en tomo 

al valor de la "autenticidad". En este sentido, el estudio de Unamuno es 

ampliamente provechoso, pues es claro ejemplo de como la sinceridad 

consigo mismo no basta, si no va acompañada de una adecuada concepción 

del mundo, de una orientación objetiva. La subjetividad por sí sola ha 

demostrado no sólo su insuficiencia, sino su maleficio. 


En estrecha relación con su egocentrismo se halla la cuestión 

tocante a la religiosidad de Unamuno. Hemos procurado, en esto como en 

todo, alcanzar la máxima objetividad, y hemos obtenido dos conclusiones. En 

lo que se refiere al pensamiento religioso consciente de Unamuno, deducimos 

que su religiosidad fue desviada por su vanidad hacia la franca heterodoxia 

hasta la creación de una concepción religiosa original que hemos calificado, 

tomando sus propias palabras, de "catolicismo popular español". Por lo que 

toca a su religiosidad inconsciente, es decir, a la forma en que realmente fue 

guiado hacia la morada divina, llegamos a la conclusión de que su regresión 

psicológica, conducida por el mito déla madre, le llevó a un aspecto femenino 

de la divinidad que podemos identificar prácticamente con el panteísmo. 


Estos son los puntos de mayor interés que queríamos dejar 

señalados en esta introducción. Por lo demás, haremos referencia a la 

influencia que siempre ejerció el paisaje y el ambiente sobre la obra 

unamuniana, condicionándola en gran medida. A este respecto incidimos 

especialmente en el conflicto entre Vasconia, su patria nativa, y Castilla, la 

adoptiva. Había sido ya señalado este aspecto de su obra por algún 

comentarista anterior; sin embargo, hemos querido hacer también hincapié en 

él por juzgarlo de sumo interés para su comprensión total. 


Quizá sea conveniente salir al paso en este lugar de un posible 

reproche que al autor le ha comunicado algún lector del original inédito. Se 

trata de las repeticiones que encontramos en la obra. No han pasado éstas 

inadvertidas a nuestra vigilancia, sino que son una característica intrínseca al 

trabajo acometido. Está montado éste sobre el que llamo método de los 

círculos concéntricos, consistente en acotar el tema a tratar—en este caso la 

personalidad de Unamuno— e ir cercándolo mediante vueltas en espiral cada 

vez más apretadas y profundas, hasta revelar su más hondo significado 

posible. 



Y, por último, indicar a nuestros lectores que este libro tiene una 

pretensión científica con la que no tratamos de devaluar su interés literario. 

Hemos aplicado nuestro máximo esfuerzo en ambos sentidos. Por lo que 

respecta a lo literario, nada queda por decir, sino esperar. En lo que se refiere 

al aspecto científico hemos de poner en conocimiento de los lectores que la 

interpretación psicológica cae exclusivamente, en sentido ortodoxo, dentro de 

la Psicología individual de Adler Kummel. 


Nada más. Sólo desear que esta obra contribuya, efectivamente, 

tal y como ha sido nuestro propósito, al conocimiento y comprensión de una 

de las figuras más altas de nuestra espiritualidad. 






Ilustración: Rembrandt van Rijn


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