martes, 8 de julio de 2025

De rerum natura (Tito Lucrecio Caro)








Si pudieran los hombres, lo mismo 

que parecen sentir que tienen asentado 

en el alma un peso que con su carga les 

cansa, conocer también por qué causas 

ello sucede y de dónde en su pecho se

forma esa suerte de enorme bloque dañoso, no llevarían una 

vida tal como ahora las más de las veces vemos que no sabe 

cada cual qué hacer consigo mismo y anda buscando cambiar 

constantemente de sitio a ver si puede echar a tierra su carga. 

Sale una y otra vez de sus ricas estancias a la calle aquel que 

ya está harto de estar en casa: (al punto se presenta) y entra, 

pues, claro, siente que en la calle no le va mejor; arreando a 

sus potros hacia la cortijada se lanza a la carrera, como si se 

apresurara para prestar ayuda en el incendio del caserío: bosteza acto seguido, en cuanto cruza el umbral del cortijo, o se 

retira a dormir desfallecido y busca aturdimiento, o incluso a 

toda prisa se encamina y regresa a la ciudad. De esta manera 

cada cual huye de sí mismo y, de quien por lo visto, como sucede, es imposible escapar, no se despega y lo aborrece a su 

pesar, porque es que, estando enfermo, no comprende la causa de su dolencia; si la viera bien, entonces cada cual dejaría 

lo demás y se afanaría antes que nada en conocer la naturale-

za de las cosas, ya que está en discusión, para la eternidad, 

no para una hora tan sólo, el estado en que los mortales dispondrían de todo ese tiempo que tras la muerte les queda al 

perdurar.Y en último término, ¿qué malas ansias tan grandes de 

vivir nos obliga a temblar desaforadamente en las pruebas 

difíciles? Con un límite fijo cuentan los mortales sin duda 

para sus vidas sin que nos sea posible evitar la muerte y que 

no fenezcamos. Además, nos movemos siempre y andamos 

en el mismo sitio sin que por vivir se nos fragüe ningún deleite nuevo; pero cuando falta lo que echamos en falta, eso 

parece sobrepasar a lo demás, luego, cuando aquello llega, 

echamos en falta otra cosa y siempre domina inalterable la 

sed de ansiosa vida. En la incertidumbre queda la suerte que 

nos depararán los años sucesivos, qué nos traerá el acaso o 

qué final se nos vendrá encima. Y alargando nuestras vidas 

no arrancamos ni somos capaces de pellizcar una migaja al 

tiempo de la muerte, de modo que acaso tanto rato no vayamos a estar por suerte destruidos. Cabe por tanto alcanzar 

estando vivo todos los siglos que se quiera, no menos por 

ello la muerte seguirá siendo eterna, ni aquel que en el día 

de hoy llegó al final de su vida estará sin ser menos rato que 

el otro que falleció muchos meses y años antes.

           

Un charco de agua que, con un dedo de hondo apenas, se estanca entre losas por los empedrados de la 

calle, ofrece una visión bajo tierra que abarca tanto cuanto 

desde tierra se abre la honda grieta del cielo, de manera que 

te parece contemplar allá abajo nubes y ver cuerpos de aves 

que, cosa extraña, bajo tierra se van perdiendo en su cielo.





Ilustración: Hieronymus Bosch

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