Nuestra alma siente en su interior, tan pronto como la exploramos,
la inmensidad de un mundo que crece y se despliega.
Se puede explorar un campo virgen y fértil;
pero también se encuentran allí abismos sin fondo,
que el hombre no ve, o que no puede pintar;
pues siente el vértigo alcanzarlo en sus bordes:
su impotencia lo detiene a cada paso.
¡Quisiera uno describirse y no se conoce!
Estas profusiones, cubiertas por un misterio eterno,
atrajeron mis pensamientos... mi voz tuvo que silenciarlos.
Sin embargo, podría haber añadido a mis canciones,
otros sueños de amor, otros deseos conmovedores:
mezclando con el recuerdo cada imagen presente,
podría haber completado mi insuficiente obra.
Así, cada estación vemos al joven olmo
uniendo una rama nueva a su antiguo follaje:
pero, a medida que crece, si un rayo lo rompe,
por él, no más sol, rocío ni brisa:
Me habría arrojado a sus brazos temblorosos;
Habría adornado su cabello blanco con mi corona;
Y, al ver dulces lágrimas brillar en sus ojos,
¡Ah! ¡Entonces habría comprendido los encantos de la gloria!
Como un destello de verano, que se desvanece sin brillo,
Y, sin realidad, mi esperanza se destruyó;
Aquí abajo, de ahora en adelante, mi sueño se ha agotado;
¡Es hacia una nueva meta que mi espíritu se eleva!
Para ver el ideal suceder a la realidad,
Querré extender mis alas hacia el cielo;
Quisiera liberarme de esta vida amarga.
¡Y ya me pregunto dónde descansa mi madre!
Ilustración: Alejandro Obregón
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