“Las
espirales convergentes” es la denominación de la obra completa conformada por
veintiún libros, entre relatos, novelas, poesía y ensayo. El plan fue
conformándose con el tiempo y el sucesivo desarrollo de las tramas, cuyos
protagonistas fueron expandiéndose en complejidad e historias, y reclamando,
por lo tanto, mayor espacio para contarlas.
El
título general simboliza estos múltiples factores, -personajes, destinos y
eventos- , en otros tantos espirales que entrelazan sus hilos, -los diversos
textos en los cuales se entrecruzan-, y que además tienen a converger en un
mismo mundo o centro creativo.
Adentrándose
en la estructura de este pequeño universo creativo, vemos que hay tres
personajes ficticios que también son escritores, a los cuales se les adjudica
la autoría de siete libros a cada uno. Esta especie de cábala numérica no es
casual, aunque fue formándose espontáneamente. El número 3, por ejemplo, que
desde siempre implica armonía, está relacionado especialmente con lo religioso,
uno de los elementos fundamentales de la obra completa de la que hablamos. Pueden
encontrarse otras constantes en los diversos textos, como la insistencia en el
número Pi, por supuesto asociado con la geometría circular y la naturaleza
áurea de las espirales.
Pero
todo esto es secundario y subsecuente a la búsqueda de simbologías que se
apartan demasiado de las historias contadas, y de sus protagonistas.
Quizá,
el elemento fundamental, incluso de aquellos relatos de características
fantásticas o futuristas, sea el psicológico, determinado por las conductas.
Los lectores no podemos hablar con los personajes, pero podemos escucharlos y
verlos actuar. La conducta de unos influye en los otros, casi siempre
indirectamente, y de tal característica surge el motivo del epígrafe de Eduardo
Mallea que abre el primer libro, “Los Casas”.
Múltiples
escritores han intentado y logrado universos creativos semejantes, más o menos
coherentes, incompletos o inconclusos. Difícil, si no imposible, es abarcar la
totalidad de estos mundos inventados, tanto como lo es hacerlo con el llamado
mundo real. Los lazos son infinitos, se rompen y se forman constantemente, más
si el objetivo del escritor es no sólo recrear el pasado, sino también el
presente y el futuro de esos personajes, como un Dios omnisciente.
La
cuestión mayor y última es en dónde se ubica el relator de estas historias.
Muchas veces no interviene, otras, es un personaje más. Los
personajes-escritores son una muestra de este caso. Los que relatan, en ocasiones
son protagonistas de sus historias, en otras son simples cronistas. Ellos se
cuelan en las historias de los otros autores, como personajes y como escritores
a la vez. Lo que parece confuso, no lo es tanto si consideramos los diversos
planos de la realidad.
Las
mentes estrechas separan la realidad concreta, la tan llamada historicidad, de
los planos oníricos, y más todavía, de las creaciones del arte. Los sueños han
sido reivindicados durante un largo tiempo para explicar las teorías de la
realidad concreta, pero la práctica mezquina de lo económico y social los ha
marginado a las regiones del arte. Los artistas, entonces, se han apropiado y
se han enriquecido, a expensas, por supuesto, de los descubrimientos de la
ciencia. El peligro yace, en los tiempos donde la tecnología y la inteligencia
artificial crea realidades ficticias, en no saber discernir la realidad de la
fantasía. Lo patológico es no reconocer lo ambivalente como una parte o una
visión más de la realidad. Cuando lo ficticio se cree real a expensas de lo
histórico o material, el equilibrio se rompe y los fragmentos se mezclan.
El
arte es un desprendimiento de la realidad creado por la capacidad gnoseológica
de hombre, el cual requiere de esos mundos imaginativos para equilibrar las
incongruencias y las violentas embestidas sin explicación de lo real. Lo que la
ciencia se esmera en justificar va creando múltiples nuevas preguntas que
requerirán nuevas explicaciones para formar nuevas preguntas. ¿Y con qué
construye los múltiples aparatos para investigar la realidad? Con el soplo
imaginativo. Casos paradigmáticos son, por ejemplo, la teoría de la relatividad
de Einstein, el inconsciente freudiano y la crítica de la razón pura de Kant,
para explicar las supuestas incongruencias y complejidades del mundo físico, la
conducta humana y la indiscernible existencia de Dios. No hay ciencia que no
utilice el arte para desarrollarse o explicarse. También os inventos nacen, a
veces, de la nada, y la docencia que intenta transmitir los logros científicos,
es una disciplina que utiliza el arte al enseñar. Los extremos, por lo tanto,
se tocan, sin cerrarse, formando una espiral que avanza hacia lo convergente y
lo divergente. La magnitud del universo exterior al hombre, y la magnitud del
cerebro humano. Dos embudos cuyos vértices se comunican. El símbolo del reloj
de arena, que alternativamente se balancea de un extremo al otro, hasta que
llegue el equilibrio adecuado: el signo del infinito, quizá.
¿El
número Pi?
Arte
y ciencia, la eterna dicotomía que a tantos han desvelado, o su paralelo de
etapas románticas o post románticas. La única certeza es el arte y la realidad
¿A qué conclusiones se han arribado? La única certeza es que no hay
conciliación posible: ambas, hablando de lo mismo, son dos sordos que hablan
sin detenerse, mientras se roban las franquicias y las patentes de los
productos de cada uno.
La
supuesta esquizofrenia de los que intentan practicar ambas, no es más que una
lúcida locura que produce mucho y se desgasta otro tanto.
“Las
espirales convergentes”, son tanto una alegoría como una realidad.
Basta
mirarse en un espejo para convencerse.
Aquel
que vemos reflejado, es una ficción que se destruye al romper el cristal. Pero
casi siempre, el espejo persiste en la misma pared de la misma habitación, aùn
cuando el cuerpo reflejado hace ya mucho que ha desaparecido.
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Ilustración: Rigat Voligamsi
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