jueves, 11 de septiembre de 2025

LAS ESPIRALES CONVERGENTES (Plan de obra general)

 




“Las espirales convergentes” es la denominación de la obra completa conformada por veintiún libros, entre relatos, novelas, poesía y ensayo. El plan fue conformándose con el tiempo y el sucesivo desarrollo de las tramas, cuyos protagonistas fueron expandiéndose en complejidad e historias, y reclamando, por lo tanto, mayor espacio para contarlas.

      El título general simboliza estos múltiples factores, -personajes, destinos y eventos- , en otros tantos espirales que entrelazan sus hilos, -los diversos textos en los cuales se entrecruzan-, y que además tienen a converger en un mismo mundo o centro creativo.

      Adentrándose en la estructura de este pequeño universo creativo, vemos que hay tres personajes ficticios que también son escritores, a los cuales se les adjudica la autoría de siete libros a cada uno. Esta especie de cábala numérica no es casual, aunque fue formándose espontáneamente. El número 3, por ejemplo, que desde siempre implica armonía, está relacionado especialmente con lo religioso, uno de los elementos fundamentales de la obra completa de la que hablamos. Pueden encontrarse otras constantes en los diversos textos, como la insistencia en el número Pi, por supuesto asociado con la geometría circular y la naturaleza áurea de las espirales.

     Pero todo esto es secundario y subsecuente a la búsqueda de simbologías que se apartan demasiado de las historias contadas, y de sus protagonistas.

      Quizá, el elemento fundamental, incluso de aquellos relatos de características fantásticas o futuristas, sea el psicológico, determinado por las conductas. Los lectores no podemos hablar con los personajes, pero podemos escucharlos y verlos actuar. La conducta de unos influye en los otros, casi siempre indirectamente, y de tal característica surge el motivo del epígrafe de Eduardo Mallea que abre el primer libro, “Los Casas”.

      Múltiples escritores han intentado y logrado universos creativos semejantes, más o menos coherentes, incompletos o inconclusos. Difícil, si no imposible, es abarcar la totalidad de estos mundos inventados, tanto como lo es hacerlo con el llamado mundo real. Los lazos son infinitos, se rompen y se forman constantemente, más si el objetivo del escritor es no sólo recrear el pasado, sino también el presente y el futuro de esos personajes, como un Dios omnisciente.

       La cuestión mayor y última es en dónde se ubica el relator de estas historias. Muchas veces no interviene, otras, es un personaje más. Los personajes-escritores son una muestra de este caso. Los que relatan, en ocasiones son protagonistas de sus historias, en otras son simples cronistas. Ellos se cuelan en las historias de los otros autores, como personajes y como escritores a la vez. Lo que parece confuso, no lo es tanto si consideramos los diversos planos de la realidad.

       Las mentes estrechas separan la realidad concreta, la tan llamada historicidad, de los planos oníricos, y más todavía, de las creaciones del arte. Los sueños han sido reivindicados durante un largo tiempo para explicar las teorías de la realidad concreta, pero la práctica mezquina de lo económico y social los ha marginado a las regiones del arte. Los artistas, entonces, se han apropiado y se han enriquecido, a expensas, por supuesto, de los descubrimientos de la ciencia. El peligro yace, en los tiempos donde la tecnología y la inteligencia artificial crea realidades ficticias, en no saber discernir la realidad de la fantasía. Lo patológico es no reconocer lo ambivalente como una parte o una visión más de la realidad. Cuando lo ficticio se cree real a expensas de lo histórico o material, el equilibrio se rompe y los fragmentos se mezclan.

     El arte es un desprendimiento de la realidad creado por la capacidad gnoseológica de hombre, el cual requiere de esos mundos imaginativos para equilibrar las incongruencias y las violentas embestidas sin explicación de lo real. Lo que la ciencia se esmera en justificar va creando múltiples nuevas preguntas que requerirán nuevas explicaciones para formar nuevas preguntas. ¿Y con qué construye los múltiples aparatos para investigar la realidad? Con el soplo imaginativo. Casos paradigmáticos son, por ejemplo, la teoría de la relatividad de Einstein, el inconsciente freudiano y la crítica de la razón pura de Kant, para explicar las supuestas incongruencias y complejidades del mundo físico, la conducta humana y la indiscernible existencia de Dios. No hay ciencia que no utilice el arte para desarrollarse o explicarse. También os inventos nacen, a veces, de la nada, y la docencia que intenta transmitir los logros científicos, es una disciplina que utiliza el arte al enseñar. Los extremos, por lo tanto, se tocan, sin cerrarse, formando una espiral que avanza hacia lo convergente y lo divergente. La magnitud del universo exterior al hombre, y la magnitud del cerebro humano. Dos embudos cuyos vértices se comunican. El símbolo del reloj de arena, que alternativamente se balancea de un extremo al otro, hasta que llegue el equilibrio adecuado: el signo del infinito, quizá.

     ¿El número Pi?

     Arte y ciencia, la eterna dicotomía que a tantos han desvelado, o su paralelo de etapas románticas o post románticas. La única certeza es el arte y la realidad ¿A qué conclusiones se han arribado? La única certeza es que no hay conciliación posible: ambas, hablando de lo mismo, son dos sordos que hablan sin detenerse, mientras se roban las franquicias y las patentes de los productos de cada uno.

     La supuesta esquizofrenia de los que intentan practicar ambas, no es más que una lúcida locura que produce mucho y se desgasta otro tanto.

     “Las espirales convergentes”, son tanto una alegoría como una realidad.

       Basta mirarse en un espejo para convencerse.

       Aquel que vemos reflejado, es una ficción que se destruye al romper el cristal. Pero casi siempre, el espejo persiste en la misma pared de la misma habitación, aùn cuando el cuerpo reflejado hace ya mucho que ha desaparecido.

 

 


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Ilustración: Rigat Voligamsi

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