En, principio, cualquier furia libertaria en nuestros ambientes nos inspira no poco temor, ante el hecho fundamental de nuestra general ineducación, de nuestra común anormalidad y de nuestra predominante inclinación a hacerla degenerar en licencia. Que lo atestigüen, si no, todas nuestras grandes libertades de papel escrito y los códigos y de las mismas constitución es fundamentales, unas y otros tan progresistas y tal literalmente adelantados, y que, o no han pasado de una mera aspiración (la libertad de trabajar, lo mismo que las de comerciar o de asociarse con fines útiles), o, lo que es más frecuente, han sido deformadas y hasta desnaturalizadas (libertad electoral, inviolabilidad de los derechos civiles, igualdad de los individuos ante las leyes, etc). Todas nuestras revoluciones han sido hechas bajo la pantalla de la libertad. Y nuestra misma libertad internacional y política no se halla lejos de ser una mentira: de la política no hemos hecho un gran uso, si se tiene en cuenta que al cabo de más de un siglo de existencia no hemos variado gran cosa con relación a la situación colonial de nuestra vida anterior; y la libertad internacional está cercenada por nuestra sujeción económica de las deudas para con el extranjero, cuando no hemos llegado a abdicar, positivamente, parte de nuestra soberanía en la afectación de las aduanas para el cumplimientos de más de una obligación.
El doloroso hacerlo constatar, pero yo no veo cómo ni por qué haya que ocultarlo. Precisamente, la mejor manera de corregir todo eso es conocerlo, para sentirlo y para allegar los elementos necesarios para hacerlo desaparecer.
De ahí que no me seduzca mucho la completa autonomía universitaria, y que, después de haberla admitido en casi todos los precedentes aspectos, me sienta un poco cohibido para extenderla a lo administrativo. Me temo que no sepamos hacer adecuado empleo de tanta libertad, sobre todo ante la circunstancia de que en la mayoría de nuestro países (en la Argentina no, pues en ella las universidades son autónomas en cualquier sentido, salvo en el nombramiento de los profesores titulares u ordinarios, y salvo en lo del subsidio de que gozan, que es votado anualmente, dentro del presupuesto general) el salto sería demasiado brusco, y a que habría faltado la transición insensible de la conquista gradual de cada una de tales libertades; lo que pugnaría contra la educación necesaria para poder atemperarse al nuevo régimen de vida, para preparara el ambiente y para que todo ello fuera carne y noción bien sentida en el personal encargado de aplicarlo y hacerlo efectivo.
Ilustración: James Steinberg
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