El hombre dispone de expedientes que le dan la independencia del ambiente en que se desenvuelven sus ordinarios enemigos ; los gérmenes morbosos, microbios, bacilos, alimañas mayores y menores, que no pueden independizarse del lugar de su sustento ; que, fuera del paraje húmedo, sucio, abrigado ú obscuro, fuera del aire confinado ó del agua estancada, no pueden vivir.
Este hecho es la piedra fundamental de la higiene y de la otra mitad de la terapéutica.
El hombre puede acomodar las circunstancias de su vida de modo que su persona, su vestimenta y su vivienda resulten caldo gordo para todos ó para una parte de las sabandijas ambientes, ó estériles é inhabitables. Cuando vive en condiciones favorables para esos roedores de su vida, huéspedes de su salud, está asediado por las enfermedades é instalado en el malestar del cuerpo que se traduce en mal humor é intolerancia del espíritu y suministra la trama de toda imbecilidad que no provenga del orgullo necio, de la vanidad de cualquier clase, del alcohol ó de la lógica.
La mugre — no se escandalice nadie de la palabra, que no se trata aquí de pronunciamientos, sino de despronunciarse, como les dijeron en Sagunto á los oficiales para conseguir que se sublevaran en favor de Alfonso XII, — la mugre, digo, es corrosiva sobre la piel. Aplicando un vendaje sobre esa popular excrecencia, á los quince días llega á ser intolerable y ya la fermentación ha desprendido la epidermis. En mi cuero ha sucedido le experiencia.
Para mejor determinar las consecuencias políticas de la mugre, conviene examinar un poco más sus efectos fisiológicos. El efecto que produce en la piel la esencia de trementina, varía, como es sabido, con la exposición al aire. Un trapo puesto encima aumenta su energía, más la aumenta un papel, y por fin, una tela impermeable la convierte en cáustico. Uel mismo modo, la virulencia de la mugre aumenta con su espesor, con la impermeabilidad de la vestimenta y con la impureza del aire, factores todos que dificultan la respiración cutánea. De ahí, que, dos milímetros en el campo, equivalgan en malestar y comezón á uno en ciudad pequeña y á medio milímetro en ciudad grande ó mal ventilada. Más corrosiva en verano que en invierno, más en las zonas tropicales que en las templadas ó frías. Esto sin hablar todavía de los gérmenes morbosos, de los que, solo en la suciedad de las uñas de las manos ha encontrado ya el laboratorio de Viena 36 clases diferentes de microbios y 16 de bacilos, que explican bien por qué son tan enconosos los rasguños. «La limpieza preserva del herrumbe ; las máquinas mejor cuidadas son las que duran más tiempo», dice con muchísima razón el doctor Decornet.
Cada uno tiene una capacidad más ó menos grande, pero siempre limitada para sufrir las incomodidades, molestias y disgustos propios, é ilimitada solamente para aguantar las desgracias y picazones del prójimo.
Las que no excedan esa capacidad ó coeficiente de paciencia, no lo irritan ; las que excedan lo irritan en la proporción en que excedan, y no únicamente contra el causante del exceso, sino contra cualquiera que se arrime al excedido. Por ahí es por donde los envanecidos nos parecemos á las armas de fuego, porque como ellas podemos ser cargados por un chismoso ó cosa así, para que descarguemos inconscientemente sobre su rival la ira por él acumulada en nosotros con esa puntería. "Lograré que Ótelo me tenga por buen amigo suyo y me agradezca y premie con liberal mano, por haberle hecho hacer papel de bestia, enloqueciéndole y privándole de sosiego», dice Yago.
Cuando una enfermedad ó un disgusto han ocupado ó gastado aquella capacidad, la menor molestia sobreviniente, — y en este caso se llama molestia á lo que ordinariamente no lo es, la menor molestia, como la gota de agua que derrama el vaso lleno, — lo pone de mal humor, lo encuentra intolerante. Sin esa circunstancia, es decir, teniendo disponible todo su poder de aguantar contrariedades, una contrariedad mediana le hubiese ocasionado un malestar pequeño, un disgusto soportable. Se sabe hasta que punto aumentan los incidentes, los tajos y las puñaladas en un día de calor sofocante.
El pobre carrero que come mal, vestido á medias, que pasa la noche en un aire infecto, lleva su paciencia tan equilibrada por el trato de los caballos y los sudores acumulados y fermentados, que basta que otro que tal se le atraviese en el camino para que le saque la madre y se la veje, y el magnate que á mérito de malas ó excesivas ingestiones maltrata á sus inferiores, son ambos un foco de malestar, un manantial de disgustos para los demás y un peligro para los que se encuentren con ellos y de humor tan agresivo como ellos.
Aquí, de 50 varones adultos, 48 se plantean dos veces por día este problema brutal: ¿qué cosa tomaré para comer más de lo que puedo comer? «Un estomago poco cargado, aligera el corazón. Comed en demasía, y siempre estaréis de mal humor .... Un corazón regocijado es un festín perpetuo. Una pequenez sin nubes vale más que un tesoro donde hay turbaciones. Más vale una comida de yerbas donde hay amistad, que una de buey donde hay odio » (Lubbock). «Según una axioma antiguo, jamás contradicho, para hacer llorar, hay que llorar. Estad seguro de que para tranquilizarlos espíritus es necesario tener el espíritu tranquilo». (H. Fouquier).
En un régimen despótico importa poco que los individuos anden saturados de disgustos y dispuestos á rabiar porque se les asiente una mosca : por encima de las intolerancias menores hay una intolerancia mayor para reducirlas. De pronto cesa la opresión y sobreviene otro régimen para el cual es necesario lo que antes era superfiuo. De pronto hay que mandar y obedecer por la otra cuerda: por la voluntaria. Hemos pasado de la obediencia impuesta á la obediencia consentida, el re- presentante del rey se transforma en mandatario del pueblo. Imposible ahora entenderse sin un recíproco margen de tolerancia. «Lo que desees conseguir, más fácilmente lo obtendrás con una sonrisa que con la punta de la espada» (Shakespeare). Pero, si estando todos saturados nadie puede aguantar á nadie, imposible entenderse en una república de intolerantes en que todos — de los dirigentes — quieren mandar aunque no puedan, ó no quieren obedecer al que puede mandarlos ó quieren ser mandados como no los quieren mandar, ó quieren ser obedecidos como no los quieren obedecer. «No es con el atropello que se hace de un vicioso un hombre bueno ; sino con el ejemplo, con el estímulo, con la persuación ó interesando su amor propio ». (Muñiz y Terrones).
«El sistema político antiguo reposaba sobre dos principios: la autoridad y la estabilidad. Ahora rigen el principio de libertad y el de progreso» (Cavour).
En dos palabras se los voy á describir, me dice un amigo: Al padre le falta el sentimiento de la justicia para ver en el adversario al lado del defecto el mérito, asunto capital aquí donde los defectos son tan abundantes y los méritos tan ralos. Su vanidad no le permite aguantar á su lado á otro hombre sino en el oficio de inferior, por manera que, sin quererlo, hace á su alrededor la selección de la basura. El hijo es como esos perros grandes que no están contentos cuando no han zamarreado á un perro chico. Tiene la necesidad de morder. Y los dos son de lo mejor que hay. Entonces « Adoptemos los principios, entremos en las formas, cultivemos los altos ideales, hagamos la división de los poderes, establezcamos el régimen municipal y el sis- tema bicamarista; la cuestión es de sistemas». ¿Y el hijo, y el Padre y el Espíritu Santo ? « Un pueblo, dice Taine, no puede tener otro gobierno ni otra libertad que la que es susceptible de aclimatarse en el medio social y político que forman las circunstancias, sus aptitudes y los elementos propios que buscan su genuino nivel de cultura ». Y es claro: un individuo no se alimenta con lo que come, sino con lo que digiere. Nuestros constitucionalistas se han empeñado siempre en ignorar este detalle, pequeño pero decisivo. Ponerse en condiciones de poder aguantar los arneses constitucionales era lo primero. Es imposible imaginar siquiera la cantidad de gordura falsa, de imbecilidad, de mal humor, de cólicos y dispepsias, de constituciones ilusorias y de reglamentos inútiles que la sola práctica de este principio tan elemental podría eliminar del mundo.
« Adoptemos los principios y 16 países de raza más ó menos europea han perdido 80 años ensayando infructuosamente la construcción de una casa política empezando por la cornisa y dejando para lo último, y algunos para nunca, las condiciones materiales. Paltos de riqueza, de confort, de higiene, saturados de vanidad caballeresca y por todo ello listos para enojarse por palabras hueras, como pistola al pelo, han tenido 80 años de revoluciones y trastornos, mientras por el prooreso material alcanzaban todas las oq-andezas los norteamericanos que entienden que la civilización se mide por el consumo de jabón y que aún antes de fundar un pueblo establecen el sistema de aguas corrientes por vía de reclame. « La simplicidad del menaje y amueblamiento, el desdén por las comodidades de la vida, carac- erizan los interiores de las gentes de la raza ibérica », dice el barón Hübner ( Autour du Monde ). Pudo decir, el desdén por la limpieza, que es tan propio del ideal caballeresco, el cual se concilia con la mugre y la basura, pero no con el servicio de fagina. La más gloriosa reina de España juró no cambiarse camisa hasta no acabar con los moros, y tardó siete años en expulsarlos. El servicio de fagina, que no es el menos importante, se impone como pena en los cuarteles y en las ciudades sudamericanas. « El estado es como el cuerpo humano. Todas las funciones que cumple no son nobles, pero no por eso son menos necesarias)' (A. France).
La pena de barrer las calles ha deshonrado la limpieza, haciendo desdoroso para el hidalgo el aseo por mano propia. La primera rebelión de D. Juan Manuel fué contra su propia madre y fué por negarse á barrer la tienda en que lo habían puesto como dependiente. Era de familia noble, y de allí arrancó para el futuro tirano sanguinario la vocación para atropellar por todo en alas del orgullo y de la gloria.
De Washington, dice Ignotas: « A su llegada á la Habana, los americanos encontraron un vasto estercolero producido por tres siglos de incuria, de abandono fiscal y de derroche financiero. El coronel Warring, enviado para estudiar un plan de saneamiento, fué la primera víctima de la fiebre amarilla. Se encontró que en la más rica de las posesiones españolas, la que había dado á la metrópoli ríos de oro durante largos períodos, se carecía de una red de cloacas y de desagüe análogas á las que existen aquí hasta en los pueblos más miserables. Cerca de la ciudad se encontró una verdadera montaña de basura, arrojada durante décadas y que era un foco de infección en constante amenaza para la salud de los habitantes. Para neutralizar sus efectos ha sido necesario arrojar sobre él 3000 barriles de cal viva, y se cree que será necesario emplear otros 6000 antes de destruir sus emanaciones. Mientras tanto, la obra titánica de la limpieza de la ciudad prosigue con energía yankee.
Las autoridades militares no se paran en gastos con tal de hacer triunfar los preceptos de la higiene. Y la tarea de purificación de aquellos establos de Augías es tan enorme, que muchos se preguntan con seriedad, si no valdría más la pena aplicar la antorcha á la mitad de la ciudad, de tal manera está ella saturada de inmundicia. »
{La Nación, Mayo 17).
« Se procura inculcar á los niños la idea de que ningún trabajo, ninguna tarea, por más baja que parezca, es indigna de un hombre y que siempre es posible ejecutarla permaneciendo gentleman. Lo que es respetable ó despreciable, no es la función, es el hombre. Este es el resorte más poderoso de la educación inglesa. En Bedales, son los mismos alumnos quienes hacen lo que en el regimiento se llama « servicio de fagina »; y á fin de recalcar bien el alto alcance de este humilde tra- bajo, el director se ha reservado especialmente para sí la atribución de ejecutarlo con los alumnos y exactamente como los alumnos ... Es un discípulo de Cambridge que se ha reservado en la escuela esta tarea y la clase de latín, acumulación que repugnaría especialmente á nuestros normalistas de origen rural ».. ( Demolins ).
En el colegio nacional de Mendoza dejó gran memoria y mucho fermento de imbecilidad un grave suceso del mismo género. El inolvidable rector D. Manuel J. Zapata, tenía la más extraña cosa que allí se pudiera tener: no podía ver suciedades y obligaba á los alumnos á recoger del suelo todos los residuos que era costumbre dejar en el sitio en que resultaban. Cierto día, recorriendo los patios con una familia que visitaba el colegio, tropieza con una yunta de puchos de cigarro, llama al joven más inmediato para que los levante, cuadrando la casualidad de ser éste un literato en ciernes, que estaba en esos mismos momentos estirando el cogote y esponjándose la melena para flechar á las damas. Un literato levantando cabos de cigarro usado era un oprobio en presencia de damas. El mozo era pobre, becado, pero altivo; la sangre española se le agolpó al corazón y arriesgando su carrera resolvió des- obedecer heroicamente al viejo maestro de 84 años; acudieron los profesores, y los alumnos y los sirvientes, y huyó, y lo persiguieron, y lo acorralaron, y las damas huyeron del educadero horrorizadas por un inopinado zafarrancho de insurrección, ocasionado por dos puchos de cigarro en el espíritu caballeresco. Mi chicuelo mayor tiene un amiguito á comer y éste nos cuenta que su hermano, ya de 22 años, no estudia ni se ocupa de nada, porque se preparaba para seguir la carrera de marino y un amigo le dijo: « no seas zonzo; te van á hacer lavar el buque », y para no ser zonzo se hizo haragán, siguiendo la moda.
Veamos ahora el reverso; el Dr. Pellegrini escribe desde Holanda: « He gozado mucho en recorrer estas campañas, y estudiar las costumbres tan originales de los campesinos y pescadores. Enseñan cómo por medio del trabajo, el orden y el aseo, puede la mujer llenar de comodidades y atractivos el hogar del pobre. ¡Cuánto tienen aún que progresar nuestras masas y nuestras elegidas también ! » « Rara vez he visto, dice Noblemaire, limpieza más meticulosa que la de los acantonamientos ingleses en la India 8 . En una bella ciudad ar- gentina, queriendo el Dr. Coni darse cuenta del régimen interior, penetra en una casa de apariencia atrayente y descubre que para transitar en el excusado era necesario tener ojos en los pies. Pero descubre más todavía: que era esa la vivienda particular del encargado de la higiene pública ! En Loreto, en 1883, me lavaba la cara con lástima, sabiendo que el agua tenían que traérmela de tres cuadras de distancia y 32 varas de profundidad, y ví los programas de principios » que una campaña electoral había hecho brotar, me hacían una gracia infinita cuando los repensaba en esos bailes á suelo pelado, en que después de tres mazurcas á violín y bombo ya no se distinguían las caras, porque el aire se había vuelto opaco. El derecho constitucional sin aguas corrientes, ¡ háganme el servicio ! Porque se puede ser, como el roto chileno, sucio donde sobra el agua, pero limpio donde el agua falta, es casi tan difícil como deseado y constitucional. Y soltaré de paso otra herejía: creo que el derecho constitucional argentino le debe más á don Juan Clark por sus ferrocarriles que á Pedro Goyena por su elocuencia.
Describiendo nuestras campañas, dice Frank C. Carpenter al Dispatch de Pittsburg: « dejad de lado los graneros, y en lugar de nuestras aseadas casas de campo poned ranchos de barro y paja, y alguna vez de ladrillo, y otra rara vez con techo de baldosa ó de hierro galvanizado ». Hace 30 años D. Pedro J. Alvarez traía en carretas á bueyes, de Mendoza á Buenos Aires, pichana para escobas. El maíz de guinea ha sido un gran adelanto; pero todavía, en esos ranchos de paja, los seres racionales viven en la más sucia promiscuidad con las gallinas, los patos, los perros y los cerdos, y aún en los pueblitos, las letrinas, cuando existen, carecen de caño de ventilación y están contiguas al pozo.
Los altos ideales y toda esa jerga de pura fantasía política nos servirá si acaso, para los trances extraordinarios, que son los menos, pero, para los sucesos menudos, que son casi el todo, la gruesa artillería constitucional es contraproducente. Pertrechados con los grandes ideales para la vida ordinaria del país, estamos como aquel que se fué al Chaco llevando un rifle de repetición para los tigres, y que, sin haber visto uno solo se volvió, corrido por los mosquitos, los tábanos y la dispepsia.
Se sabe que las pulgas y las chinches trasmiten de los ratones al hombre la peste bubónica y casi todas las infecciones; se sabe que los ratones comunican los dormitorios con las letrinas, sumideros y subsuelo; se sabe que de esos males preservan las casas de material coci- do y argamasa; se sabe que el jabón es el mejor microbicida; pero, los altos ideales que no sirven para evitar ningún mal sino para hacer la grandeza pobre de las naciones quijotescas, sirven solamente para preservar al hombre de la vista de sus imperfecciones y del sentimiento de sus miserias. Ningún poeta se ha ocupado de dignificar el jabón, como la luna y las estrellas, y ciertamente no es posible conferirle nobleza, grandiosidad, brillantez y altura para ponerlo de moda entre esos elegantes que esperan á que el médico les recete el baño para meterse al agua « por prescripción facultativa ». Los altos ideales son como los trapos domingueros que no sirven para trabajar sino para ir á misa y andar en la procesión.
Desgraciadamente, nacimos afidalgados y ese pecado original nos hizo orillar hacia lo heroico y trascendental. Porque el hombre así, es fundamentalmente vanidoso, está en la naturaleza de los conocimientos y de las riquezas que la estimación que les concede esté precisamente en razón inversa de la proporción en que los posee. El ignorante está orgulloso de lo que sabe ó cree saber y el sabio ' está pesaroso de lo que ignora. Mientras un napolitano pobre es capaz de destripar á un compañero por 20 centavos, un hombre habituado á la riqueza no perderá ni su buen humor porque le hayan substraido cien pesos. El que no tire su experiencia por la ventana, recordará cuánto le gustaba lucir sus primeros conocimientos cuando empezó á desasnarse. Pero no es eso lo peor, sino esto otro: que siempre considera equivocado y mal hecho todo lo que supera sus entendederas.
¿ Y quién no ha visto en el congreso á los muchachos impacientes por hablar para hablar, agarrando la ocasión por las orejas cuando no tiene pelo ? Es conocida la predilección que tenemos los abogados para las comparaciones de medicina, y yo había observado la singular predisposición de los diputados médicos á terciar en todas las cuestiones constitucionales. « Es, me decía Joaquín González, — y le pido perdón por la in- discreción,— es porque no saben nada, y entonces hasta los lugares comunes les producen impresión y porque son nuevos para ellos creen decir novedades cuando los repiten ».
« Para los ciegos todas las cosas son repentinas », dice Carlyle, y para los ignorantes todas son nuevas, y aún puede decirse que para los ignorantes exasperados por el patriotismo, ó empujados por la vanidad, todas son urgentes. Hay cierto estado, el estado de energúmeno tipo Dérouléde, en que el bárbaro de levita siente imperiosamente que las razones que él tiene para sus opiniones propias son tan fulminantes para los demás, que no puede callarlas ni aún cuando las leyes divinas y los reglamentos humanos manden callarlas. Es un estado análogo al de las lavanderas injuriadas que si no pueden contrainsultar sobre la marcha se enferman con el veneno que se les queda dentro del cuerpo. Las novedades urgentes que yo he soltado en este mundo, víctima también del mal humor patriótico que hizo brotar á raudales una administración horrorosa, ¡ Santa Bárbara bendita!
Porque esa preocupación infantil, pero dominante, que han tenido siempre las generaciones argentinas, de asegurar las instituciones del porvenir, ese desgraciado empeño de salvar á sangre y fuego en el presente las formas para el futuro, esa miserable resolución de no acostarse tranquilos sino han sacrificado su bienestar para asegurar una herencia de gloria y de « principios » á sus hijos arruinados, implica en el fondo la ingenua creencia de que sus ideas, sus sentimientos)' su ilustración van á ser novedades para las generaciones futuras, y de tanta monta, que sin ellas se verían en negros apuros las gentes ilustradas del siglo XX. « Dejad aún algo á nuestros hijos, dice Bismarck; de otro modo se aburrirían si nada les queda que hacer en este mundo ».
La colonia nos preparó pobres é ignorantes. La pobreza y la ignorancia tienen propiedades « como el vitriolo y la mugre ». A la pobreza los males chicos le producen perjuicios grandes; perjuicios grandes irritaciones grandes; irritaciones grandes por causas mínimas. Cuando se vive á dos dedos del hambre, con facilidad se le alcanza. La ignorancia es la pobreza de la inteligencia: la indignación por nimiedades. La vaciedad del espíritu que infla las bagatelas hasta hacerlas trascendentales y dig-nas de ser defendidas « á sangre y fuego ». El hambre, y sobre todo la sospecha y la indignación, todo lo amplifican » ( Carlyle ). Se desconfía de lo que se ignora y cuando nada se sabe, de todo se desconfía.
Para el que tiene poco, cualquier cosa es mucho; para el que sabe poco cualquier pamplina es importante. En las contribuciones forzosas que unitarios y federales se imponían por turno, los ricos daban la limosna de la viuda, de que nos habla la escritura, y quedaban tullidos.
Esas exacciones á los medios de vida para implantar la libertad, eran en realidad ataques á la esencia de la libertad para implantarlas formas vacías; destruían la independencia de hecho para dar de derecho la libertad del necesitado. « El que quiere librarse de un mal sabe siempre lo que quiere; el que quiere estar mejor es tan ciego como el que tiene cataratas » (Goethe). Así los idealistas andan como ciegos atropellando los bienes reales para lograr bienes imaginarios, como los muchachos que persiguen mariposas brillantes en las huertas, destrozando la hortaliza y pisoteando los sembrados. « La necesidad y el dolor enceguecen el entendimiento v en épocas de escasez se piensa con el bolsillo y no con la cabeza ». ( J. A. Terry )•
" Es muy bello sostener que se ha comprado la liber- tad con la sangre en los campos de batalla; pero, la verdad es que nosotros los ingleses, la hemos comprado con nuestro dinero » ( Hallam ). Por lo menos es evidente que no se puede mantener sino con el dinero, y sea esto dicho con perdón de los « espiritualistas » que creen que el hombre que está obligado á vender su voto para comprar pan ó aguardiente, es un hombre libre. « La miseria y la ignorancia son dos grandes reclutadores de ejércitos sediciosos », decía el Dr. Ugarte, con lamentable razón, si así lo quieren los idealistas, pero con demasiada razón. De los norteamericanos dice Tocqueville: « El amor á las riquezas ocupa allí el lugar de la ambición política, y el bienestar amortigua el ardor de los partidos > « Una casa que está limpia y alegre hace un hogar feliz ». ( Decornet ).
La pobreza amplificaba todos los males y la ignorancia hacía de cada frase hueca, un elegante blanco del derecho constitucional. El tono hinchado y petulante hacía agresiva la palabra y el apasionamiento proscribía la risa, la risa que es el azúcar de la vida y el alma del buen sentido » . « El día más perdido de todos es aquel en que no nos hemos reído », dice Chamfort. En vez de tramitar los asuntos ordinarios con el sentido común, metían en todo el patriotismo, y como en todo tenía que salir ofendido para alguna de las partes, era motivo para que de todo se apasionasen. El alma heroica, des- contenta por definición, en los roles subalternos, nos tenía instalados en el mal humor, que tiene color obscuro y aspecto trágico. Yo mismo he llegado á escribir y, lo que fué peor, á publicar, — mea culpa, — un artículo con este título horripilante: « Sobre el abismo ». Un amigo se desgració más aún en: « Una república muerta » en un volumen, y uno de nuestros prohombres ha publicado á fines de 1898: « La bancarrota del sis- tema federal». «Algunos escuchan el ruido lejano del porvenir con las orejas del pasado ». ( Chasles ).
« Los excesos de apasionamiento contra los otros vienen á menudo de un alma descontenta de sí misma » ( Boissier ), y « á medida que nos hacemos lugar en la sociedad, perdemos la conciencia de sus imperfecciones » ( Bain ). Que es decir que cuanto más holgada se hace la vida, tanto más tolerantes se vuelven los hombres. De ahí que la gloría sea un golpe en la herradura v el bienestar material un golpe en el clavo. La sociedad en que predominan los atolondrados es un purgatorio de rabiosos, porque se chingan siempre y « todos los chingados juzgan malo el sistema de gobierno bajo el cual han fracasado ». Un rey.de Granada tenía de guasi á un judío, el cual era siempre insultado al pasar, por un mercader, y el rey, incomodado, le mandó que le cortase su mala lengua. El guasi le regaló una bolsa de oro y como en la primera vez que pasaron por delante de su tienda prorrumpiera en alabanzas — « ¿Note ordené que arrancases á ese hombre su mala lengua ? dijo el rey. — Señor, contestó el guasi, he cumplido el mandato religiosamente. Le he arrancado la lengua mala y le he dejado una buena ».
Regularmente cuanto más se agrandan los hombres tanto menos vanidosos se vuelven, y tanto más soportables por ende. «El que tiene realmente una cosa, dice Hübner, no necesita hacerla sentir en los otros». «No le noté (á Yélez Sarsfield ) ninguna de esas vanidades pueriles, ni esa embriaguez permanente de sí mismo, que tan incómodo y violento hace el trato de muchos hombres de verdadero mérito y talento». (Julio A. Roca). « Plus on est habile, moins on se vante » .
¡ Cosa extraordinaria ! Este mismo Vélez Sarsfield, que contribuyó con su voto á la disolución de la nación en 1827, decía en el congreso de 1826: « ¿Volveremos á los pueblos á decirles : hemos perdido la patria, pero hemos salvado vuestras instituciones que solo eran un accesorio de la seguridad del país?» A esta inteligencia del fondo que quita la importancia subjetiva de las formas — porque objetiva no la tienen, — á este entendimiento de que los medios son medios y no fines, llegamos viejos, llegamos á la realidad cuando hemos perdido el entusiasmo que trasporta montañas y que se queda con los jóvenes que siguen en la inteligencia de las /omitas, y con los cuales no se puede discutir porque se apasionan, y que se apasionan porque no discuten para tener razón, sino para tener reputación, una vez que en el país las reputaciones fáciles, que son las preferidas, no se hacen obrando bien sino hablando bien, en esos debates enconados que la vanidad en juego hace intolerables para el hombre discreto, que en ellos viene á encontrarse en la situación que describía el gobernador Morris en carta á Hamilton: «usted que es templado en la bebida, habrá notado tal vez la torpe situación del hombre que continúa sobrio después que sus compañeros se han embriagado».
Así es como el entusiasmo nuevo, está siempre al servicio de las ilusiones viejas. Desde que los hombres se estrenan jóvenes como dirigentes en la política, se renuevan sin cesar las generaciones de semi-ignorantes, para quienes son siempre nuevas y trascendentales las formas vacías y que á ese título llevan en la plaza pública la batuta porque se guían los ignorantes completos,— ese subsuelo tanto más predispuesto á irritarse al compás de los gritones cuanto más irritable lo man- tengan la pobreza, el desaseo y sus inquilinos. No puede negarse, en efecto, que, á igualdad de las de- más circunstancias, las provincias más pobres y des- aseadas son las menos libres, las menos gobernables y las más subversivas. «Colocad al filósofo dotado de más noble inteligencia entre cotidianas angustias, inmoralidades y bajezas, y veréis que insensiblemente se embrutece ». (Smiles).
Los que alcanzan un poco de madurez perdiendo la facultad de indignarse por cuestión de palabras, adobadas en sistemas ó guisadas en manifiestos, pier- den la homogeneidad con el gusto, mejor dicho, por estos pagos, con el desatinadero ambiente, y decaen en prestigio perdiendo partidarios á medida que ganan calidad. « La primera tarea de la experiencia, dice Schopenhauer, es liminar las nociones falsas acumuladas durante la juventud».
El torero Mazantini, en España, hablando como cualquier estadista sudamericano, dice que «para una situación nueva se necesitan hombres nuevos», ó lo que es igual: para una situación muy difícil, hombres inexperimentaclos. Como aquí la clase acomodada por lo regular se abstiene, la política no es generosa, porque en manos de los necesitados no puede serlo; se tiene opinión política con uñas y dientes, como dice L. Lugones, pues, «para una nación como para la cerveza, el elemento generoso no está ni en la cumbre ni en el fondo, está en la capa intermedia entre la espuma y la borra». (Bismarck).
Y aquí la calle pertenece á la borra dirigida por la espuma: « Somos la única sociedad á quien se puede dar el nombre de neocracia, en todos sentidos; no solo en el de ser gobernados de preferencia por las nuevas generaciones, en oposición al gobierno de los más viejos, que se encuentra en el comienzo de casi todas las civilizaciones. Ya antes de los 40 años el brasileño empieza á inclinar su opinión delante de la de los jóvenes de 15 á 25. El resultado es una precocidad abortiva en todo el campo de la inteligencia, por lo cual, el talento nacional, que es incontestable, pronto, brillante é imaginativo, está condenado á producir obras sin fondo Será difícil á uno de nuestros estudiantes de mérito servirse del microscopio sin descubrir luego un nuevo organismo que los sabios estén buscando en vano en los diversos laboratorios de Europa. El apresuramiento es una incapacidad para la ciencia como para el arte
Cualquier joven oficial que mandemos á Europa, siéntese con la capacidad de resolver una duda entre dos grandes arquitectos navales Temo mucho al día que tengamos un cardenal nuestro. El representante en el sacro colegio de nuestra impulsiva mentalidad, si el cónclave no cediera á sus vistas superadores, amenazará, con ir á la prensa á relatar las irregularidades del escrutinio de las cédulas, perturbando la elección que hace dos mil años se hace tranquilamente del sucesor de San Pedros. ( Joaquín Nabuco, citado por G. Mérou, en La Biblioteca).
Regresaba D. F. Uriburu de M...
— ¿ Usted habrá conocido allí á los A... ? — le pregunta
A. Gaché.
— Sí, por cierto. Hay allí un mozo que vale.
— ¿ Agustín ?
— No hombre, el otro; ese es muy ipiranga.
En efecto, unos más y otros menos, es lo cierto que todos somos brasileños en South América, — mucha figuración y pocas nueces — mucho « bombo y platillos irremplazables por lo mucho que ellos reemplazan», como dice J. V. González, y Nabuco pintando á los unos, nos ha retratado á los otros.
La espuma que no ha tenido tiempo de juntar experiencia, se maneja con « la razón que nos socorre en las grandes desventuras y es impotente contra los pequeños disgustos que destruyen al menudeo nuestra felicidad y nuestra salud». La lógica, en efecto, les da muchas decepciones y en consecuencia los jóvenes hacen política rabiosa porque andan detrás de las grandes cosas tropezando en las pequeñas, y quedándose las pobres sin solución, cobran su desquite por
junto en la próxima crisis. Todavía en 1898, en la convención para reformar la constitución, decía en medio de grandes aplausos un doctor ilustrado, por supuesto, y joven: «votaré en contra de todo porque las reformas proyectadas son de poca importancia. Debieron convocarnos para hacer reformas trascendentales ».
« Muchas hebras de paja detienen el paso de un elefante», y los 16 extensos y feraces países latinoamericanos son elefantes detenidos por hebras de paja abandonadas. « Prometedme menos cosas y os concederé todo cuanto podáis pedirme » ( Martineau ).
Ciertamente, es necesario educarse un poco la vista del espíritu para ver la enorme importancia de las cosas pequeñas. Mismo los microbios, esos seres pequeñísimos que diezman poblaciones y asustan á los guapos de profesión, no pueden ser vistos sin un cultivo especial y lentes que los abulten en 500 diámetros.
Al más grande pensador que se acueste sobre el lado izquierdo y duerma con la boca abierta, se le secará la lengua y tendrá pesadillas que trabajen su espíritu y fatiguen su corazón, y amanecerá con el cerebro trasnochado. En cada hora de sueño normal el corazón expele 3.600 onzas menos de sangre ; ese es su descanso. Que en vez de trabajar menos se le haga trabajar más con estimulantes alcohólicos ó con irritantes políticos, ó con esa indignación permanente que tantos periodistas consideran de rigor patriótico y que no es más que un instrumento de ver negro lo negro y lo blanco, y será un corazón fatigado ó sea, un espíritu de mal humor. Tout paraít j'aune a qui a la jaunisse. « De todas las cosas malas que aílijen á la humanidad, dice un autor citado por Sir John Lubbock, seguramente la peor es el mal humor ». En Eacundo que residía fuera de la higiene, trasnochando en la mesa de juego, el mal humor era de regla ; hasta sus facciones eran la antítesis de la risa ; sus severidades y sus indulgencias intermitentes dependían de las eventualidades de un naipe ; los que le hacían trampas eran cómplices de sus crueldades. Medio Mendoza padeció del cáncer, de la poligamia y de la mugre del fraile Aldao, que, borracho en la batalla del Pilar, hace disparar un cañonazo sobre el grupo donde su hermano parlamentaba y lo mata, se enfurece, hace tocar á degüello, la sangre corre hasta el amanecer del día siguiente, y esos seis litros de vino malo vienen á resultar en la historia argentina más trascendentales que la constitución del año 19. « Ahogaba en vino sus pesares, pero sus pesares sabían nadar » ( Scholl ), y arañar á sus compatriotas unitarios.
« La base de la vida constitucional es, en todo, el compromiso. La constitución misma lo establece al establecer tres poderes que no pueden anonadarse ni subyugarse » ( Bismarck). Pero los que viven escasos de recursos en casas incómodas y malsanas, y llegan á la plaza pública con su paciencia agotada at home por las cavilaciones y las contrariedades domésticas, con malas pulgas, como suele decirse, dando la causa por el efecto, no pueden aportar á los negocios públicos la ecuanimidad que les falta, sino el concurso de sus malos humores para contrapesar la intolerancia patriótica con la intolerancia patriótica, la fuerza con la obstrucción. En tales situaciones del espíritu, discutir es agriarse mutuamente ; toda resistencia es enconosa para el espíritu impaciente ó fatigado ; el encono produce los excesos de palabra y de facón, y todo exceso provoca otros excesos. « Las querellas nacen del deseo de querellar, y el que tiene la rabia, da la rabia á los otros » (Carlyle). Pero aquí nacen, además, del deseo de hacerse aplaudir. Habíamos fundado un partido de oposición de esos que aquí se llaman partidos grandes, y los principales prohombres populares, ya ordenados, y recibidos en el rango de patriarcas de la opinión pública que querían oir á su ingreso la diana de sus odios viejos, exigieron como condición siiieqiiajion para incor- porarse que atacáramos á Fulano, Zutano y Mengano. El dilema era de hierro como suele decirse : atacar por resentimientos ajenos con la perspectiva segura de cose- char enconos ó dejar al partido huérfano de figurones, que es decir, sin eficacia. El patriotismo claramente imponía la primera solución, no estando nosotros en el caso del Dr. X : « Bueno es para las vulgaridades, temerosas siempre de no aparecer bien acentuadas en el sentido en que se agitan, eso de pronunciar frases hirien- tes y depresivas para el adversario ; pero el Dr. X, no está en el caso de dar pruebas tan duras de su vinculación á una causa ». ( M. deYedia).
Del propio modo que la suciedad del cuerpo cría pulgas y piojos y 56 clases de microbios y bacilos, la suciedad del alma cría injurias y calumnias, pues es claro que, cuanta mayor inmoralidad haya en nuestras costumbres tanto más resultaremos susceptibles « al filo de las palabras aceradas » , y aún se dan casos en que hasta las inofensivas de suyo llegan á ser explosivas por motivos ajenos al diccionario de la lengua. Velay: dos religiosos de Río IV, daban misiones en la campaña de Córdoba. En un pueblito , la señora del juez de paz, con numeroso cortejo, les trae su primogénito á bautizar, y como al inscribirlo en el registro le preguntasen si era legítimo, la señora, que no había pre- visto esa eventualidad, se indigna en tres tiempos, como decimos en la milicia, y se desmaya con todas las reglas del decoro bien entendido. Llega el juez atraído por el alboroto consiguiente, y como ella los acusara de haberla insultado, los apalea recio y es necesario llamar al médico para que los cure, porque la señora del juez de paz era.... soltera y altiva. Qui male agit, odit hicem.
Pedí una vez explicaciones sobre unas cuentas por forrajes, y cuatro años más tarde vine á saber que la pregunta se le había enconado á un alto funcionario, porque me la refregó y se la cobró. De ahí que los tribunales de cuentas sean imposibles ó del todo ilusorios en los países en que existen menos hábitos de honestidad que de viveza, y es necesario por ende la honradez á fardo cerrado que pone á los que administran fondos en el caso de considerarse sospechados y heridos en su honor por las investigaciones más necesarias, más naturales y más inocentes, de suyo.
Nuestro populacho que vivía en ranchos miserables, en taperas también, en completo desaseo y promiscuidad, era naturalmente irritable, sanguinario, cruel. Verdad es que atrocidades del mismo género sucedían en España, en la guerra de los carlistas, y puede decirse que todo eso eran basuras del hogar que se transformaban en acritudes del carácter, y después en suciedades del alma. «El instinto feroz se forja adversarios á su imagen y se autoriza contra ellos los proyectos que les presta contra él» (Taine). « Viviendo en contacto con el hecho, las gentes se van familiarizando con él como los que viven cerca de los mataderos se acostumbran á sus malos olores... Los federales degüellan, los unitarios mandan castrar, hay deserciones y traición de todos lados y la gente de mala ralea se roza con la bien nacida... En las provincias más áridas, más secas, las almas son más tenaces, más implacables» (L. V. Man- silla). Sí, pues, donde no abunda el agua tiene poco juego el jabón que desinfectando al cuerpo apacigua el alma. La sequedad del aire que en el arbusto evaporando la savia, hace abortar las hojas en espinas, produce efectos del mismo género en la vegetación humana.
Ama á tu prójimo como á tí mismo, sé bueno, condescendiente, nunca procedas ab irato. Esta es la doctrina, y el hecho es que si el sujeto, mal vestido, mal alimentado y orientado para las locuras sentimentales, pasa la noche abrigándose con puertas y ventanas por falta de abrigos, — calentándose por encerramiento, — como los ratones en la ratonera, en compañía obligada con los accesorios entomológicos del rancho de paja y barro, que le comen la paciencia y le frustran el descanso, amanecerá en una situación sicofisiológica como preparada ad hoc para el reverso de la doctrina. « El buen humor, decía uno de nuestros obispos, forma los 9/10 del espíritu cristiano » ( Lubbock ). Entonces, la ratonera de paja, asilo de sabandijas, forma los T/10 del espíritu mazorquero, los 7/10 de la intoleran- cia, de la disposición para reñir por cualquier insignificancia que colme la medida de los 3/10 disponibles. Y « la primera víctima de un hombre que está siempre de mal humor, es él mismo. Disgustando siempre á los demás, y disgustado él de todo, no encuentra contento sino en estar siempre descontento ». ( Pope ).
« Teñimos la naturaleza entera del color de nuestros pensamientos ; hacemos el mundo á nuestra imagen ; cuando nuestra alma está enferma, no vemos más que enfermedad en el universo » ( Taine ). « Tratemos el mal humor como una enfermedad y veamos si tiene remedio » ( Goethe ). « La casa hace al hombre y el hombre hace á la casa. Esta le cría y educa, y él, una vez criado y educado, hace su casa según sus necesidades físicas y morales... Basta entrar en una casa, para tener idea de quien la habita. Ella nos dice si es culto, rico, cortés, religioso, amante de las artes ó de las ciencias, si es ordenado y limpio ó no : en fin, nos dice lo que necesita para el cuerpo y para el alma el que la habita. ( Persichetti ).
« Las habitaciones del pueblo están lamentablemente descuidadas. Vive, en las ciudades, en conventillos infectos, desprovistos de agua, con desagües infernales que difunden la pestilencia y preparan el terreno para todas las epidemias, especialmente la de viruela, que es endémica entre nosotros. El cólera hizo años ha numerosa cosecha de víctimas. El pueblo de los campos habita en chozas mal cubiertas y malsanas. De aquí resulta una especie de aflojamiento de los lazos de familia, que hacen del roto una especie de emigrante en su propia tierra, sin hogar y sin casa. Hay en Chile, una masa de población flotante que no baja de 150.000 hombres ; recorren el territorio de N. á S. durante el año entero, buscando trabajo por día. Una vez cumplido su trabajo, se van, y luego vuelven » ( Ignotus ).
Se comprende que tales populachos necesitan siempre un evacuadero permanente para sus excedentes de mal humor, alguien á quien odiar, el gobierno de su propio país, el partido contrario ó un pueblo hermano. Como las viejas histéricas que no pueden vivir sin un pleito y 200 enredos, todo el que tiene una fuente de mal humor necesita tener una bestia negra, de cualquier color, en quien desahogarse. Es extraño, le digo á ¡osé Varas, que regresaba de Chile, es extraño que mozos tan distinguidos como los que redactan el diario tal, hagan un periódico tan rabioso. « Me lo han explicado ellos mismos, dice Yaras. Tienen necesidad de hacerlo así, porque de lo contrario el periódico no se vendería ». Y ellos, los dirigentes aristocráticos, que usan jabón, tienen que ponerse en el temperamento sucio del roto y escribir con veneno, porque « la multitud es como el agua ; no se la dirige sino yendo adelante y abriéndole curso ».
Pero los Isaías soiith americanos no entienden que lo que á estos pueblos les falta es un paladar que repudie el zambardo, la grosería, la brutalidad y la intemperancia en los medios, no señor: (dómalo es que el gobierno y las oposiciones furiosas no luchan por principios sino por puestos públicos ». La cuestión no es de saber conducirse sino de saber trazarse programas, y es más noble degollarse por principios que transar por empleos. Falso, pues, de todo punto falso: la monta no está para el progreso y la civilización en qué se propongan realizar sino en el cómo y el con quién: el propósito no suple la falta de recursos y una lucha furiosa solo por ser furiosa, es desastrosa, porque el furor es ciego. La robustez material que proviene de la alfalfa y la robustez política que proviene de la intemperancia furiosa no pueden producir más que coces y atropellos. El que no sabe conducirse á sí mismo y se presenta en el mercado de la fama enjaezado con altos ideales, forrado en móviles sublimes y programas grandiosos para conseguir el gobierno á sueldo de los otros y desbarrar á expensas del prójimo, es como el caballo de gitano en la feria : los postizos y las bellezas de forma cubren las lisiaduras de fondo.
«Apenas me había acostado, las chinches me sacaron en procesión, y tuve que pasar la noche en un banco de la plaza», decía el cura A...., quien, de tránsito, se había alojado en un convento de Tucumán sin estar suficientemente curtido para el caso. Puede ser que influyese en mi espíritu ese amuchamiento que es de regla en el que calcula en el campo de batalla el número de sus enemigos ; pero es lo cierto que estimé en 275 las vinchucas hambrientas que, en cuanto apagué la vela, se descolgaron en tropel del techo de ramas recas y barro que les servía de cuartel general y me acometieron impetuosamente la primera noche que debí dormir y no dormí en Loreto. Si á la tercera noche no consigo refugiarme en una escuela aban-
donada, edificio de material cocido, sin puertas ni ventanas, pero también sin furias nocturnas, creo que hubiera llegado á ser, bien á mi pesar, el más transnochado, digo, el más detestable comisario de Loreto.
Se comprende bien cuan precarias tienen que ser en ese ambiéntelas ocupaciones que resulten incompatibles con la tarea de rescarse á dos manos, durante el día, las ronchas de la noche. «En Corea, dice de Laguérie, las paredes son de barro pisado ó adobe. Las ciudades y aldeas horriblemente sucias, y ciertamente sus viviendas serían el purgatorio de una de nuestras.... bestias».
En el Chaco, sin mosquitero, he conocido las noches
de Macbeth, en un sueño insoportable y asimismo vencido por las nubes de insectos, noches infernales en que uno espera el día como una bendición del cielo.
He visto á los paraguayos, teóricamente libres, padeciendo su semisueño en la orilla del río, tirados sobre la arena, junto á su canoa con naranjas, encogidos como un mataco, con la punta del poncho en la mano y funcionado el brazo libre toda la santa noche como un
espantamoscas automático. Han llegado á considerar las chinches, las pulgas, los mosquitos y la mugre co- mo un anexo á la naturaleza humana, y creen que todo el mundo vive en las mismas condiciones, como aquel
gaucho del cuento de Mansilla que entendía que la mugre bajo la rodilla es un atributo del hombre y que,
refiriendo un golpe en ese lugar, decía : «ahí donde tenemos negro».
Y es evidente, pero de una evidencia no sospechada siquera por la mayoría, que cuanto más regular sea el
funcionamiento fisiológico del oreanismo tanta mayor energía resulta disponible para el trabajo y tanta mayor amplitud de ánimo, que es predisposición para sentir el lado amable de las cosas y tanta menor susceptibilidad para sentir el lado ingrato. «La sal déla vida es el
sueño, dice Shakespeare ; el sueño desteje la intrincada trama del dolor, el sueño es descanso de toda fatiga, alimento el más dulce que se sirve ala mesa de la vida».
El sueño á firme para rehacer la energía gastada, el jabón y el aire libre para desterrar alimañas y oxigenar la sangre, y casa sin sabandijas, son elementos necesarios para tenerse firme en los estribos, son los componentes materiales de la igualdad de ánimo y por lo tanto la base de la libertad política. El patriotismo exaltado no es un calmante sino un excitante, y un
hombre excitado es un hombre á quien lo gobierna la excitación. «Los altos ideales» han servido para hacer locos sublimes, poetas brillantes, oradores caudalosos y soñadores de toda clase, pero aún se ignora si sirven para hacer hombres cuerdos, que es todo lo contrario. «Antes de pedir audiencia al señor ministro es prudente informarse de los camareros cómo anda el vientre de S. E.» «Una lavativa alegra el alma», decía también Voltaire, y un alma alegre es un alma inclinada al bien».
«Se habla mucho, y con razón, del relevamiento de las almas, dice Legouvé ; pero, relevemos también el
cuerpo ! el alma misma ganaría con ello !» La literata peruana M. Cabello de C. «Hubiera preferido un Bogotá literario y despreocupado, donde un soneto adquiere las proporciones de un acontecimiento nacional y el
confort de la vida civilizada es un atentado á las tradiciones de roña que distingue á los países verdadera-
mente poéticos». ( El Diario , Enero 7).
El medio en que se vive tiene una influencia directa sobre el carácter, el carácter gobierna la conducta y de
la conducta dependen la felicidad y la desgracia. Los ideales «Muy á menudo, en verdad, so pretexto de
considerar las cosas en toda su altura, nos arriesgamos a permanecer perdidos en las nubes, cuando haríamos mucho mejor en cavar tierra para coger la raíz de las cosas». (Ihering). Dígase lo que se quiera, es lo cierto que el patriotismo, por sí solo, no puede impedir que las pulgas y las chinches, verbigracia, que se comen la menguada paciencia del alcalde y la escasa filosofía del
gendarme barato, influyan en sus resoluciones y sablazos. Cari Schutz, afirma «.que no existe democracia en
los trópicos».
Es muy difícil, en efecto, que el elector que ha pasado la noche pegado á las sábanas por el sudor, y revolcándose en el lecho como asado al asador, sitiado en el mosquitero por la ordinaria legión de bichos que
zumban sus amenazas al oído inquieto, amanezca apto para gobernarse y con libertad de espíritu bastante para obrar con moderación y prudencia. Estas menudencias tienen mucha transcendencia : «Una herradura floja, dice Colmar von Der Goltz, una maleta extraviada en el momento necesario, son contrariedades enormes.... El comandante del cuartel general que sepa ser su padre, su providencia, apartando los pequeños escollos que quiebran el contento y el buen hu-
mor, hará grandes servicios. El asistente del general,
el fourriel en la compañía deberían ser hombres de genio en su clase.... El que teniendo que hacer esfuerzos continuos lleva una existencia fácil, conservará mayor vigor que el que soporte privaciones : esto va de suyo.... No se imagina los hombres que las enfermedades quitan á las filas. En el ejército alemán en 1870, sin ninguna epidemia, 400.000 hombres fueron á las ambulancias, amen de 100.000 heridos».
«La salud es tan importante, dice Schopenhauer, que es más feliz un mendigo sano que un rey enfermo». «La primera riqueza es la salud, dice Emerson. La enfermedad es pobre de espíritu y no puede servir á nadie ;
debe unir sus recursos para vivir. Pero la salud ó la plenitud responden á sus propios fines y tienen para
ahorrar, correr é inundar los alrededores y crujir por las necesidades de los otros hombres». Una mortalidad de más de 50 0/oo como la que ya tenemos en varias
ciudades, implica en los sobrevivientes un quantum considerable de malestar, puesto que la insalubridad no opera de ordinario por fulminación, sino por acción continua. Como suele decirse, con verdad, la muerte deja apalabrados á los que no se lleva desde luego, y si las epidemias pueden hacer estragos en una población es porque la encuentra debilitada, ((apalabrada» por las circunstancias deletéreas que de antemano habían preparado el terreno para todos los virus. Los que disponiendo de recursos no han querido emplearlos en sanear su houie y su pueblo, huyen despavoridos y á todo costo, cuando llega un nuevo flagelo, pero solo pueden huir de la insalubridad momentánea y de ningún
modo pueden librarse de los 10, 20 ó 40 años de insalubridad ya incorporados á su organismo, en forma de predisposición para sucumbir á un mínimum de mal,
cualquiera que sea. Le pregunté al doctor Meléndez en 1886, si se había concluido el cólera en el manicomio.
— «Es verdad, se acabó, porque se acabaron los ochenta locos cochinos que había». Un 50 °/00 de enfermos
que se mueren, implica un 200 ó 300 °/ot) de enfermos que sanan á medias. Lo que se ahorra en higiene se gasta duplicado en médico y botica, y los sufrimientos van de yapa, siendo la imbecilidad, como la atmósfera, que no hace sentir al individuo el peso á que está habituado.
En este país, después de la Independencia, ninguna enfermedad ha destruido más población que lo que Chamfort llamaba «da fraternidad de Cain». El revólver y el puñal son endémicos, y «por un quítame allá
estas pajas, maten y tiren al barro», como reza el estribillo criollo. «Hace poco, y en un baile al que con-
currieron personas altamente colocadas, cierto diplomático extranjero expresó su sorpresa al saber que muchos de los asistentes habían dejado sus revólveres
en el guardaropa, como si al salir temieran una emboscada, ó preparasen una conspiración y significó discretamente que tal costumbre no era digna de un pueblo como el nuestro' (La Nación, Marzo II). En efecto, es necesaria pero no es digna.
En el año de 1897 según la estadística municipal de la ciudad de Buenos Aires, hubo 2779 delitos contra las personas, en los cuales intervino la autoridad, y de ellos 97 homicidios. Colocada esta cifra entre las causas de mortalidad no epidémicas, le corresponde el 24° lugar, y tal vez el Io en el orden de sus estragos : 97 testamentarías, 2000 juicios criminales y el 14 °/0 de delincuentes á vestir, alimentar, alojar y A'igilar con el trabajo de la gente de bien.
La pereza también es á la economía individual y nacional lo que la insalubridad es á la salud. El hombre sano y perezoso es un zángano que vive de consumir lo que han producido otros, parásito de la prosperidad nacional y cuyo bienestar individual es necesario deducir íntegro del bienestar general. En abril la po- licía de Buenos Aires tenía bajo vigilancia 5000 vagos de alpargata, procedentes en gran parte del desecho que nos exporta el Brasil.
«De la economía de los individuos resulta constituida la riqueza ó, en otros términos, el bienestar de cada nación. Por el contrario, el despilfarro de los individuos produce el empobrecimiento de los estados.
Así, cada hombre económico puede considerarse como un bienhechor público, y cada derrochador puede ser juzgado como un enemigo público... El ahorro promueve la templanza ; se funda en la previsión ; convierte á
la prudencia en virtud predominante y característica ; enseña al hombre á dominarse á sí mismo ; además de todo eso, asegura el bienestar material, destierra los disgustos y quita del medio muchas angustias y muchas molestias que de otro modo nos abrumarían de continuo» (Smiles). «La economía doméstica puede consi-
derarse como hija de la prudencia, hermana de la templanza y madre de la libertad». (Lozzi).
Los chinos, que son la personificación dé la inmundicia, con la civilización más antigua y la más muerta por incapacidad para mejorarla, los chinos, que apestan para las narices europeas los buques en que viajan, «los chinos, dice Beauvoir, agasajan de preferencia á los dioses del mal. Su máxima es no cuidarse de la divinidad buena, puesto que es buena, pero propiciarse la mala, que
puede dañar;». Es la inmundicia religiosa proveniente de la inmundicia de vita et moribus. «Cuando en el año 1760 algunos hombres del gobierno, de ideas avanzadas, propu- sieron hacer limpiar las calles de Madrid, esta audacia excitó la cólera general. Y no solamente las gentes del pueblo expresaron altamente su vituperio, con ellos hicieron coro los que se calificaba de bien educados. El
gobierno apeló á los directores de la salud, y el cuerpo médico no titubeó en dar su opinión : no debían levan-
tarse las inmundicias; cambiarlas de ubicación era hacer una experiencia cuyas consecuencias era imposible
calcular. Sus padres habían vivido bien en la basura, ¿por qué no vivirían ellos también? Sus padres eran hombres sabios que sabían lo que hacían. Los olores mismos de que algunas personas se quejaban, eran,
probablemente, muy sanos, pues siendo sutil el aire, era más que probable que las malas exhalaciones, haciendo á la atmósfera más pesada, neutralizaban algunas de sus propiedades malsanas. Opinaron, pues, los médicos de Madrid que era mejor dejar las cosas como sus antepasados las habían dejado, y que de ningún modo se intentase remover las inmundicias que estaban desparramadas por todas (Ruckle).
Esa suprema ignorancia de los médicos españoles del siglo XVIII sigue emporcando á los seres raciona-
les de ese origen, bajo la forma de precepto portátil para lo moral y lo material: «chancho limpio nunca
engorda». Esta imbecilidad, que tanto mal hace en el interior, es del mismo género y de los mismos estragos que esa otra de ciertas religiones de Asia que prohiben matar los piojos porque los hizo Dios y de esa estupidez de los mahometanos quebeben el agua en quese han lavado las patas, siempre que tenga más de un metro de pro-
fundidad, pues de esa sola circunstancia depende que sea pura ó impura, según la opinión prevaleciente de Mahoma. Sabido es que sus derviches pueden dar envidia al carmelita descalzo más despreocupado de las necesidades de este mundo. «La mayoría de los derviches hacen
más uso de palabras que de jabón y á pesar de las abluciones del Corán son asquerosos» (C. Serena), del pro-
pio modo que los beatos son miserables y ruines á pesar de las frecuentes confesiones y comuniones. Luego, á los que se han connaturalizado con la mugre los en-
ferma el aseo, como aquel gobernador de San Luis que guardaba cama por haber cometido «la calaverada de
lavarse \osftieses», cuando precisamente lavárselos todas las noches y con agua fría es el medio más seguro de no resfriarse.
Pero el pueblo más aseado, al decir de todos los viajeros, sin afición por los chorizos de Extremadura, sin nuestros «altos ideales », pero con habitaciones ideales del punto de vista de la higiene, — casas con tabi-
ques de papel, corredizos, que permiten la más eficaz ventilación, — pueblo asiático y bárbaro hasta 1865,
ha tolerado la infusión brusca de la civilización y régimen político para él más exóticos, que á los 30 años ya funcionan tan regularmente como en Prusia, porque la libertad política encontró el terreno adecuado por el máximum de gobierno individual para el mínimum de gobierno general.
Esa maravilla política, única en Asia, ha sido posible por razón del carácter suave del pueblo japonés, producto de sus hábitos de aseo, únicos también en Asia.
Los desastres chinos de la última guerra se debieron á la mugre tradicional de los chinos y al aseo tradicional de los japoneses. Nuestros locos de altos ideales harían bien en meditar un poco sobre estos milagros políticos de la higiene. «Ayer, dice El Comercio de Lima de abril 5, visitamos al buque mercante japonés Sakura Maru, llegado con inmigrantes.... 832 hombres en su mayor parte jóvenes robustos y sanos. Son notables los hábitos de limpieza que predominan entre los inmigrantes. Durante el viaje que duró 36 días, habiendo sido de tem-
poral los 10 primeros, no ocurrió enfermedad ni degracia á bordo, siendo perfecta la disciplina. Sobre la
cubierta han tenido á su disposición un magnífico baño de agua fría y caliente, logrando así seguir la costumbre de su país, donde los baños son frecuentes». «Observan-
do su distinción y gentileza, dice Beauvoir, estábamos estupefactos ; y reconocía verdaderamente á ese pueblo el derecho de tratarnos de bárbaros. No he visto una riña ni una disputa en la calle... Para ellos un hombre que cede á la cólera y se excede en palabras es proscripto de la sociedad, maldecido y odiado por los suyos. Así, cuando en los primeros tiempos, nuestros plenipotenciarios se animaban en las conferencias, los
japoneses decían: «aplacemos este negocio para otro día, y no tratemos con un hombre que no es dueño
de sí".
Por el contrario, el estilo ordinario en South America es entenderse á gritos. Nuestras expresiones habituales,— protesta enérgica, — discurso valiente, — frase lapidaria, — palabra vibrante, — contundente, - hiriente,— arrolladora, — avasalladora, y tantas como esas, contraproducentes en sí, que, dejando en pie al adversario, lo sacan de quicio, lo irritan, lo exasperan, lo enloquecen, son los dardos más valiosos que disparamos
de preferencia en ese mutuo bombardeo de insolencias y descomedimientos, en ese comercio de injurias, decorado con el nombre de «comercio de ideas», y esas expresiones agresivas que alejan el avenimiento y la inteligencia entre dos, complicando y aún doblando la
obstrucción de hecho con la obstrucción de las frases cáusticas, están proscritas en aquel pueblo sensato, cristiano sin profesar el cristianismo, que así ha logrado re-
ducir los incidentes callejeros, las reyertas domésticas y todos los disgustos personales á la décima parte de lo que son entre nosotros. «La cortesía es como las fichas, una moneda notoriamente falsa: ahorrarla prueba locura; gastarla con liberalidad, razón» (Schopenhauer).
«Enrique IV decía que se ganaba más por buena cara y por palabras ; así no las ahorraba » (Hanotaux).
«Más moscas se cazan con una cucharada de miel que con un barril de vinagre», decía también Enrique IV.
"Hay palabras que son verdaderos rayos de sol ; hay otras que se clavan como flechas en la carne y empon- zoñan cual mordeduras de serpientes». (Lubbok).
Lo que entre nosotros es ponzoña en el Japón es rayo de sol ; ; no basta eso solo para explicar su éxito ful-
minante y nuestra larga « fraternidad de Cain » ? « Sin el buen sentido, hasta el genio es perjudicial en polí-
tica », dice Macaulay. Lo que es á mal hablados ya ni los andaluces nos alcanzan. Cuando dos distinguidos
oficiales de marina, S. y R., se detenían á conversar en las calles de New Castle, se juntaban los pilletes y acudían los gendarmes en la creencia de cosas mayores y á la espera de acontecimientos graves. El comodoro R. viajaba para Turquía con el Ministro García á comprar barcos y como en la mesa protestase contra el mal trato de á bordo, en el estilo matizado de interjecciones que nos caracteriza, un pasajero lo descubrió. « Usted es argentino, — le dijo, — porque sólo en la República Ar- gentina se echan tantos c en la conversación » .
« No quiero que se jure, decía Sidney Smith. Hay
placer en beber una pinta de cerveza: pero : ¿ qué placer
hay en jurar ? » Absolutamente ninguno, por supuesto.
Es sólo una « palabra enérgica », aclimatada por ese
motivo y por el otro en nuestra garganta, como un
reflejo. Juramos automática é inconscientemente. En
Río IV, un jefe llega á dar cuenta del resultado de una
comisión á su superior, y apenas empieza, éste echa una
mirada á su reloj y hace una guiñada de inteligencia á
otro que estaba presente. Concluida la relación, mira
su reloj y pregunta al testigo: ¿ Cuántos ? — 67, señor, — Vea, mi amigo ; en 18 minutos ha echado usted en un parte oficial, 67 c » La manera norteamericana de decir: soy un hombre bien educado, es, según Rousiers: « No fumo, no bebo, no masco tabaco y no juro ».
El tren de vida de los japoneses y el nuestro están sobre dos pautas diametralmente distintas. Aquí el desconcepto público cae sobre el insultado, no porque sea mal sujeto y aunque sea excelente, sino por residuo social de la justicia por torneos en que se consideraba como falto de razón al caído, porque se suponía que Dios guiaba la espada del triunfador para herir al cul- pable ; simplemente porque se ha dejado insultar sin contrainsultar á su vez, para que hubiese « compensación de injurias », que dejase á salvo el honor de ambos maltratados. Estas, que el miserable juez Jeffreys llamaba « caricias con el lado áspero déla lengua »,son de buen tono y altivez en el culto nacional del atropello que aplaude al torero cuando destripa al toro, ó al toro cuando destripa al torero, ó al gaucho malo cuando resiste á los policianos y los dispersa. Los padrinos del ex-dictador Latorre,— que en un baile en el Círculo italiano le había dado una bofetada al ex-presidente Herrera y Obes, — daban como motivo para rehusar el duelo la circunstancia de que el segundo pudo pegar también y compensar injurias, pues, tratándose ambos como carreros quedaban ambos como caballeros. Poco después surge un incidente entre dos médicos, y los padrinos declaran que el ofensor ha mentido caballerescamente, lo que deja á salvo el honor.
No solo la gente de baja ralea, sino hasta los individuos de jacquet y pava se sentirían rebajados si en un incidente callejero no se hubiesen impuesto abrumando de injurias y amenazas á la contraparte y ofreciendo balazos al vigilante, ó por lo menos refiriendo en ese orden el asunto á sus amigos. Allá el desconcepto cae sobre el insultador porque ha perdido los estribos de la sensatez y el aplauso á los cuerdos fomenta la cordura, mientras que aquí la admiración para los valientes fomenta al deslenguado, al guarango, al compadre, único tipo genuinamente nacional que ha dado vida á esa depravación moral que se llama « el drama criollo ». « La literatura se amolda siempre, dice Taine, al gusto de los que pueden disfrutarla y pagarla ».
Nuestro ideal, contagiado del potro, es desbocarse y atropellar á los otros, lo que Alberdi llamaba « el caudillo de pluma, el gaucho malo, de la prensa ». En Inglaterra, dice Taine, « se da por admitido que una invectiva no hiere y que nadie se bate por una hoja de papel impreso entienden que el mérito principal de un hombre es conservar siempre fría y despejada la cabeza,
y tienen razón : nada más útil en la desgracia y en el peligro ». Para ellos también, para esos ingleses del Asia, el ideal en la conducta es dominarse á sí mismos y prescindir de los deslenguados, y la más recatada mucama de Tokio no necesita pactar la condición usual en Buenos Aires de « no ser mandada á la calle», porque no tiene que aguantar en la esquina las obligadas necedades verbales, y á veces hasta manuales del montón de ociosos del barrio, entre los cuales el buen tono de suburbios ha aclimatado esa suprema imbecilidad, con la tolerancia de las autoridades y del público. También ellos realizan el ideal de Goethe : « limitarse cada uno á barrer el frente de su casa para que toda la calle esté limpia ». El hombre tipo para nuestro populacho es Juan Moreira, el destripador de chiripá que se ocupa de barrerle el frente á la policía. Para las clases cultas es « Dorrego, el artista del desorden, como dice Avellaneda ..... sin la conciencia verdadera de la trascendencia subversiva de sus actos ; que se embriaga en su propia exaltación y se marea con su propio ruido ».
Aquí el medio ambiente impone la intolerancia, hace obligatoria la injuria por sanción social, pues la libertad del habitante en aquel enser aquí más imprescindible, — la fama pública, — está á la merced del que quiera atropellada en el que la disfrute. No es libre siquiera « para no defenderse, porque si no se defiende agrediendo á su vez, pasa por flojo, que es sinónimo de villano en « el culto nacional del coraje». Y en cambio, esa misma fama está también á disposición de los bellacos que quieran disfrutarla quand ménie, haciendo alrededor de sus pillerías el silencio á sablazos. « El honor es cosa invisible y á veces le gasta más quien nunca le tuvo Para el hombre y para la mujer el primer tesoro del alma es la fama; quien me hurta la bolsa, me roba un vil metal: el oro es cualquier cosa, es nada; fué mío, fué vuestro, esclavo de mil; en tanto que, quien me roba la fama, me arrebata un bien que, sin enriquecerle, me convierte en un mendigo ». ( Shakespeare ).
Y como no hay culto sin aberraciones, el del coraje tiene la suya, y detestable: la creencia inconsciente de que el valor sirve, ante todo, para perder la cabeza en el momento del peligro. Se lo representan agitado, gritón y aparatoso, compadre y chillón como indignación de perro chico, y llegan á considerar la mise en scéne del miedo galopante como la escenografía oficial del coraje. De ahí que acostumbren á considerar como valientes á los provocadores y matones que en realidad no hacen más que explorar el terreno: « entre dos cobardes será valiente el primero que descubra al otro».
« Sepa, coronel, decía el mariscal Lannes, que solamente un poltrón puede vanagloriarse de no haber sentido miedo jamás » . ( Emerson ).
En Inglaterra se aplaude una trompada regia, que no deshonra á nadie, porque en ello se aplaude la fuerza que sirve para superar los obstáculos de la vida; pero, ¿para qué sirve el insulto que nosotros fomentamos agrandando el concepto en que teníamos al insultador y achicando la opinión que teníamos del insultado ? ¿ honrando al insultador por cobardía física y despre-
ciando al insultado por cobardía moral ? « El agitado es lo contrario del hombre de acción » dice Payot; pero nosotros cubrimos con nuestro concepto de la energía al asustado que ha dicho « palabras enérgicas ». Aquí el público asiste á las polémicas de prensa ó á las discusiones en las cámaras con el mismo espíritu que se usa en los reñideros de gallos : no para ver quién acierta
en la cuestión, sino para ver quién le asesta mejores puazos á su contrincante. En las polémicas lo esencial es el garrotazo, y luego que los adversarios se han enconado recíprocamente agotando el vocabulario de las palabra s enérgicas viene el desenlace lógico, en el
encuentro á bastonazos ó á tiros. Y nuestros legisladores, dejándose llevar de la vanidad criolla, por la barra. se maltratan en sesión pública dos veces más que en sesión secreta. El particular que, á solas, hubiera sido cortés, en habiendo público considera de buen tono ser insolente para que los espectadores lo crean guapo, que esto es aquí artículo de primera necesidad. Que se tarde solamente en repeler una injuria con dos injurias, y caerá en desprestigio; que no las conteste, y se lo achacarán á miedo. Estas costumbres nacionales han obligado á nuestros carreros á inventar para retruque y vale cuatro, el más extraño verbo : contraparir.
La imbecilidad del insulto feroz por causas nimias es, en la República Argentina, una estupidez anexa á la profesión de carrero, cochero y sus derivados; los muchachos de la calle se vacunan mutuamente con ella desde la infancia. « Los jóvenes argentinos aprenden á ser viciosos mucho antes que los nuestros, y muchos de ellos tienen la mente depravada antes de los 14 años, dándose ya los aires de hombres Podríais, por ejemplo, llamar embustero á un argentino, y no haría caso de ello, tomándolo por un cumplimiento más que por otra cosa. Pero si lo llamarais cobarde, no quedaría tranquilo hasta que os hubiese volteado de una trompada ó metido un cuchillo en la espalda » ( F. C. Carpenter ). Es que aquí, por lo que Juan A. García (hijo)
llama tan acertadamente « el culto nacional del coraje », la única cosa vergonzosa es ser cobarde.
« Sobre todo no os apresuréis á reñir con las personas. A las 24 horas una ofensa tiene otros colores ». Dos no pelean cuando uno no quiere ; no seáis tú el otro de los dos », decía uno de nuestros obispos » ( Lubbock ).
« Si es insultado, puede ser insultado, todo lo que le corresponde es no insultar » ( Emerson ). Me pueden hacer mal, pero no me pueden hacer canalla; esto depende de mí. Y sin embargo, si me pegan una bofetada me hacen « un ser abofeteado », que aquí es sinónimo de « un ser despreciable ».. Nuestra sociedad está orientada de tal modo, que yo disfrutaría en ella más consideraciones siendo un canalla que siendo un abofeteado.
Hice una vez el ensayo de contenerme juntando todas mis fuerzas para sujetarme la lengua en presencia de una provocación « hiriente », y hasta los amigos presentes me diagnosticaron miedo. Y el hecho no tenía lugar en los corrales sino en la cámara de diputados del congreso argentino. ¡ No ser el otro ! ¡ Uf ! En el culto nacional del coraje, el valor es la primera recomendación para el público, y en consecuencia, en cuanto alguno consiente en ser flojo ó le huelen el miedo, en seguida lo necesitan los demás flojos — que son legión — para hacer su reputación de guapos. El apresuramiento para insultar y madrugar con el revólver es aquí el ingrediente principal de la buena fama.
Nuestro concepto del honor es diferente del de los anglo-sajones, que no esperan á que un pillastre se bata en duelo para consagrarlo caballero, y distinto del de los japoneses, que naturalmente tenían un duelo invertido : el harakiri en que el ofendido se abría el vientre y sus amigos castigaban al deslenguado. Aquí, el duelo, freno para la insolencia y escudo para la reputación, es artículo de primera necesidad también, porque tenemos « más larga la lengua que el brazo », y como la lengua no se cansa jamás, como se cansan los brazos, contener las ofensas de la lengua con el mismo instrumento era asunto de nunca acabar, pues, como dijo Beranger, chez nous point, — point de ees coups de poing — qui font tan d' honneur á P Angleterre.
Pero, instituido para lavar el honor de las suciedades ajenas, se le usa también, y con más frecuencia, para lavarlo de las suciedades propias, á tal punto que hombre de honor y hombre honrado, han llegado á ser dos cosas casi diametralmente distintas. « El hombre de honor y valiente no se deja dominar por la ira, como los irracionales, sino que procura someterse á las verdades de la moral, aunque tenga que violentarse. ; Qué idea habrán formado de la caridad y de la indulgencia los que solo se satisfacen con la muerte del que los ofende ? ¿ Qué clase de honor es ese que solo se aplaca con la sangre de un compañero ó de un ciudadano, que acaso son el único apoyo de sus padres ó de cuyo trabajo penden la subsistencia ó el porvenir de débiles mujeres é inocentes criaturas ? Esto no es verdadero honor ni verdadera fortaleza: es odio, sed de venganza, furor abominable » ( Crestar ). Y, última aberración, este honor fratricida solo florece entre los pueblos oficialmente altruistas.
No podemos decir como Bismarck: « mi honor no está en la mano de nadie, en ninguna otra mano que la mía », porque el honor no depende de la buena conducta, sino de las intenciones que nos publiquen, de los móviles « inconfesables » que nos atribuyan ó de la buena puntería con que los hagamos retractar en el terreno del honor, que así se le llama porque da honor á los que no le tienen. El honor es lo primero, el honor vale más que la vida. Una bofetada lo quita, una bofetada se contesta con una bala en el corazón: el asesino es el espíritu público que habría quitado su honor al ofendido si éste no hubiese asesinado á su ofensor. « E si matare solo á uno debe pechar homicidio, é ser encornado », decía el Fuero Juzgo. Si se hiciera la estadística de los oficiales muertos ó heridos por sus camaradas en el ejército, las cifras asombrarían. El hombre fuerte para el servicio tiene allí dos enemigos implacables: los timoratos que quieren medrar con chismes y los guapos de profesión que quieren medrar á tajos, sin contar el revólver, siempre listo para un acto primo.
El jabón de los tribunales no limpia á nadie, porque nadie le tiene fe, pues nunca se puede saber si ha sido confeccionado con inocencia ó con recomendaciones y manteca de clemencia; el hombre más puro quedaría deshonrado con latigazos de guapo ó con escupidas de cochino, en la cara ó en el campo neutral de los periódicos, y por ese solo hecho la sociedad lo obligará, so pena de menosprecio, á pararse de igual á desigual delante de un tirador ó espadachín, sólo que, después de muerto y enterrado le harán un monumento por subscripción pública, pues somos, eso sí, muy caballerescos y generosos con los que ya no pueden disputarnos las bancas del congreso. « El francés, dice Leclerc, se guía por lo que es admitido, el inglés por su conciencia ». « La moralidad en Francia es un derivado del instinto social. Merced al desarrollo de ese instinto, la moralidad allí es más bien una coerción social y su esencia misma se revela en la sustitución del honor al deber como resorte de acción y regulador de la conducta ». (Brownell ).
« Montesquieu ha demostrado, dice Hanotaux, que la plaga del testimonio oral fué una de las causas que ocasionaron el duelo judicial ». La ley no escrita se acreditaba por testigos que se vendían, y la gente prefirió pelear ó echar á la suerte sus disidencias. ; Qué de extraño, pues, que la mala justicia perpetúe lo que la mala justicia hizo nacer ? El duelo judicial ha hecho la costumbre de dar la razón al que da los palos y de quitársela al que los recibe; la costumbre se ha vuelto rutina; en virtud de esa rutina el que da un latigazo á otro ó lo escupe, se prestigia y se desprestigia el azotado ó
escupido, razón por la cual se ha hecho necesario contestar cualquiera de las dos porquerías con tres balazos.
Por lo demás, mientras de hecho sea posible que en operaciones tales como hipotecar un pantano á un Banco oficial, ensebando á los intermediarios, todos consigan sobreseimiento ó absolución, « con declaración de que la formación del sumario no perjudique su buen nombre y honor », todo hombre decente por dentro dirá al levantarse de la cama : « Dios me libre del buen nombre y honor que decretan los tribunales de mi país ».
Otra circunstancia bien significativa. Tampoco en el país clásico de la libertad política hay cotización para la injuria, admiradores para la gritería, teatro para la declamación, ni mercado para los matasiete, con la circunstancia también de que tampoco han llegado ellos á la buena política prescindiendo de la higiene. Todavía eran horriblemente sucios en tiempos de la reina Isabel, al decir de los españoles de la comitiva de Felipe II ; pero eso ha cambiado tanto que ahora pueden dar lecciones á sus críticos de antaño, bastante rezagados en el desaseo del siglo pasado. «A pesar de su respeto por la libertad individual, la utilidad pública tiene para los ingleses derechos que rompen todas las barreras, principalmente en lo relativo á la salubridad. Para esto la ley penetra en el interior de las casas y obliga á las reparaciones necesarias, prohibiendo la locación de las habitaciones insalubres, y aún le impide habitarlas al mismo propietario ». ( Laroque).
No cultivan el heroísmo para negocio, ni el patriotismo para rentas y pensiones, ni se sacrifican para cosechar la gratitud del cielo y de la tierra, de la tierra sobre todo: «el inglés no se alaba jamás del bien que ha hecho, — dice el mismo escritor francés con larga residencia,— y no espera ninguna gratitud)'. No dan un pito ni aun para lo militar, por el valor en sí, ilimitado, temerario, sin atadero, que más bien reprimen, y que nosotros recompensamos al máximum, aunque haya sido empleado en desempeñar las más grandes barbaridades, para hacer renombre personal á costa del interés general. El que usan es una especie de Valor and Company , Limited: «la Inglaterra espera que cada uno cumplirá con su deberá. Así hablan sus Nelson, sus Wellington y sus Gordon, mientras que nosotros, tomando siempre los medios por el fin, les pedimos que se hagan héroes, que se cubran de gloria, merced á lo cual pudo nuestro Bayardo, el ilustre Lamadrid — «bravo entre los bravos y valiente como las armas» — hacerse derrotar heroicamente en cien batallas gloriosas pero perdidas. Esta hija
de España más quiere glorias sin éxito que éxito sin glorias, al revés de su hermana del norte, la hija de Inglaterra, que siempre ha preferido la prosperidad con ó sin gloria.
«El arbitrario proviene siempre del egoísmo individual, nunca del interés general, dice von der Goltz. Por éste se expone la vida para salvar la causa que se defiende, por aquel se expone la causa en beneficio de la reputación personal». Y el país chiflado acepta contento la «herencia de gloria» á costa de su miseria. «Una vez que hubo triunfado la revolución de 1 89 1 se pagó sus sueldos atrasados á los soldados constitucionales y se les envió á las provincias del norte, de donde venían y á donde querían volver, en trasportes del estado». Muchos rotos arrojaron al mar su dinero que habían recibido, exclamando: «Hemos venido á pelear por la ley contra la dictadura, y no por plata. Se comprenderá fácilmente esa generosidad (?) tomando en cuenta los hábitos del minero, que gasta en un día lo que ha ganado penosamente en un mes.» (Ignotus).
En Lamadrid, — de tenerlo ellos, — los ingleses se habrían ahorrado 98 derrotas, colgándolo en la 2a á más tardar, por haber faltado á su deber de vencer, atrepellando sin ton ni son, como era su estilo. Y á tanto ha llegado en esa materia nuestro arrevesamiento, que, á semejanza de los árabes, para quienes la muerte en la batalla es Importa coelum, se ha entendido que el deber del soldado criollo no era tanto matar al enemigo como hacerse matar bizarramente por el enemigo, siendo esa la manera más segura de cubrirse de gloria cualquier inservible.
Estas imbecilidades aclimatadas tienen fuerza de ley. «Si se descuenta en la vida humana lo que debe ser cargado en cuenta al automatismo, al hábito, á las pasiones, y sobre todo á la imitación, se verá que el número de los actos puramente voluntarios es bien pequeño. Para la mayoría de los hombres la imitación basta; se contentan con hacer lo que ha sido voluntad en los otros, y como piensan con las ideas ambientes, obran con la voluntad ambiente. Entre los hábitos que la hacen inútil y las enfermedades que la mutilan, la voluntad es un accidente feliz» (Ribot). En los tiempos en que yo era muchacho travieso, la suprema distinción en los jóvenes bien nacidos era acollarar viejas por el vestido, en la iglesia, durante la novena, y arbitrar algún susto grande para que quedase el tendal. Largo tiempo fué celebrada la feliz ocurrencia de un camarada de barba entera y 75 kilos de peso, que discurrió tirar al medio de la iglesia un perro que se había subido al coro. Era reglamentario formarse en dos filas en la vereda para que las pobres mujeres se filtrasen por un callejón de muchachos diablos que les operaban á mansalva las vivezas de moda.
A un compañero le sucedió pasarse de descompostura con una hermana de su propia madre, que lo tomó in fraganti. Por fin, cuando todas habían salido y la calle iba llena de gente, la maniobra consistía en tomarse de las manos y correr haciendo ronda. Lo que más nos di- vertía era la indignación de las cocineras y los felices apodos con que alcanzaban á un amable muchacho de 7 pies y tres pulgadas: "traza de escalera de campana- rio,— cogote de zaguán viejo». Una hermosa noche de luna en que por casualidad no había novena, estábamos de tertulia en un kiosco de la plaza; un grupo de mujeres pasó á tiro de insolencias, y, por supuesto, las aprovechamos. ¡Las cosas que les dijimos ! Al llegar á casa, unas señoras que estaban de visita nos reciben con esta pregunta: «¿cómo les ha ido en la plaza?» Esa fué en ese género y 6o año de preparatorios, mi visión del camino de Damasco.
Eso era en provincia; pero años mas tarde me tocó ir con un piquete en auxilio del cura de San Telmo contra la juventud bien nacida de la parroquia, sabios incipientes, que es decir, insufribles, del libre pensamiento, ya matriculados en los clubs para salvar al país del candidato de sus antipatías, que 'razonaban utopía en las bocacalles y no querían entender razones de urbanidad en el templo. «Ustedes, les decía el cura, ustedes van al teatro, pagan y están juiciosos; vienen ala iglesia, se divierten gratis y arman escándalo de yapa». Estos razonamientos no entraban en esas inteligencias de levita. Felizmente, los culatazos los comprendieron en seguida, y no fué necesario reiterarlos; pero, llevaron á los periódicos «su protesta enérgica contra esos atentados á la constitución que tan sabiamente establece que nadie puede ser penado sin juicio previo, etc., etc.»
De estas cosas y de las otras se hablaba cierto día, en casa de un sesudo ministro de hacienda de la nación, el cual se limitó á decir que la cosa no tenía importancia, porque los muchachos perdían con la edad esas costumbres viciosas. Se pierden, en efecto, y no siempre, á la edad de 20 ó de 30 años, para retomarlas á los 50 ó 60, en ese género de los viejos verdes que, perdidas las fuerzas, guardan la postura de tenorios para mantener el sucedáneo, que son las ilusiones. On revieni toujours a ses premier s amours. Que lo diga sino don Fulano Ortiz, divorciado de larga data con su primera familia, que á los 70 años alcanzó el record de la galantería criolla, persiguiendo cinco cuadras con cuchufletas amorosas, entre dos luces, á una joven velada que resultó ser su nieta. «Los viejos que conservan los gustos de la juventud, decía Napoleón I, pierden en consideración lo que ganan en ridículo».
"El tiempo, madurando al joven, lo cura, y no siempre, de las imbecilidades juveniles, pero no cura las imbecilidades mismas — siempre verdes — que se perpetúan en la juventud constantemente renovada, como se perpetúa la utopía política, como se mantienen las basuras flotando siempre en el remanso del río, aunque pasen millones y millones de toneladas de agua. Pero no es nimia ni escasa de importancia, ni mucho menos, esta escuela práctica del ciudadano dirigente, esa situación de hecho, en virtud de la cual llega á la libertad y al gobierno de los otros, después de una estadía más ó menos larga en la irreverencia de lo más respetable, y en el menos- precio del sexo débil, después de un aprendizaje inconsciente y en masa blanda de la guaranguería, de la cobardía moral, de la insolencia y hasta de la indecencia, á menudo. Por el contrario, esto sí que es «trascendental», no para los sentimentalistas, ciertamente, pero á lo menos para las personas sensatas.
Un presidente argentino, que en su juventud había sido presidente de '<La Guasca», sociedad juvenil de atropellos á la moral y al prójimo, mostrando « el pelo de la dehesa», le sacaba la madre á un adversario desde la presidencia de la república, y un corredor de bailarinas que en ese entonces improvisó una fortuna, se lamentaba muy graciosamente de haber estado 15 años en Milán sin saber que Cristóbal Colón había descubierto la América para él. Y esa administración contó en su seno á los hombres de más talento que tenía el país, pero escaseó el sentido moral y en consecuencia sobró el margen para las bailarinas.
A nosotros nos falta eso, dice Taine; un inglés que viaja por nuestro país se asombra y escandaliza de ver á los parisienses mirar descaradamente á las mujeres y no cederles la acera. Hay que haber vivido en el extranjero para saber hasta qué punto son desagradables y hasta ofensivas nuestras maneras de proceder y hablar sobre ese punto». «Y esto me recuerda una costumbre de los. petimetres de la capital argentina, los cuales hacen una especie de profesión de situarse en los puntos más frecuentados, mirando atrevidamente á cuanta mujer pase por cerca de ellos. No hay ciudad en el mundo en la que esta costumbre se haya generalizado tanto como en ésta, aunque su centro principal sea la calle Florida, el Broadway ó la Regent Street de Buenos Aires». (F. C. Carpenter).
Todos los años, el primer día de carnaval, la prensa se felicita en coro de los progresos alcanzados por la cultura argentina, y después del último día, todos los años, con variantes en la forma y uniformidad en el fondo, se lamenta de las brutalidades tradicionales: «El carnaval, con sus excesos, ha* puesto de manifiesto una vez más á una de esas pequeñas plagas sociales que pesan como una perpetua molestia sobre nuestras fiestas populares y que perduran gracias á la indulgencia de la autoridad — y á una tolerancia común contra la cual tardamos demasiado en reaccionar. Nos referimos á ciertos grupos de jóvenes que bajo el barniz de una pretendida cultura se complacen en exhibir su espíritu de escándalo, de desorden, de licencia, como si no hubieran logrado encubrir el chiripá y el facón bajo los pliegues de la levita. Son ellos los que aparecen en medio de la cordial alegría de las fiestas á tentar todas las libertades y todas las licencias, á provocar incidentes deliberados en que tienen la seguridad de llevar la mejor parte, á señalarse por algún acto torpe é insolente que cimiente su lastimoso renombre. Son los que buscan campo de acción en todos los sitios públicos, los que esgrimen el revólver, los que buscan oportunidad de lanzar la provocación y el insulto. Si alguien es responsable de que la plaga subsista, es la policía, que la ampara con su tolerancia.
Contra ellos no recae la sanción de las ordenanzas y de las leyes, pues saben que cuantas veces vayan á una comisaría encontrarán sus puertas abiertas á las pocas horas de estar en ella. Es lo que ha sucedido hasta ahora y lo que no debe suceder bajo ningún concepto». (La Nación, Febrero 20).
Es así, en efecto, como nuestra policía desprestigia ella misma sus propios reglamentos, y luego resulta que, enseñado el público á desobedecerla, y con ordenanzas llenas de boquetes, no hay personal que baste, ni dinero que alcance.
El príncipe de Bismarck reconoce «que la policía inglesa es la mejor obedecida y lo atribuye al mayor amparo de la justicia que hace respetar la ley en su más débil agente, á la economía de mímica y á la brevedad verbal de los agentes ». «Los gestos violentos y los gritos de los agentes, dice, hacen más bien una impresión de provocación que no invita ala obediencia". Por ser la mejor obedecida es la mas barata, puesto que puede hacer con menor personal mayor servicio.
Pero aquí, según van las cosas, no llegaremos nunca á comprender que hay asuntos en que es pura tontería y chifladura latina preguntarse si son buenos ó malos, justos ó injustos, porque hay cosas buenas que son inútiles y cosas malas que son necesarias, así y todo; que «das leyes, como los remedios generalmente no curan una enfermedad sino por medio de otra menos grave ó pasajera» (Bismarck); que hay males que no pueden ser curados sino con una injusticia, en virtud de la naturaleza de las cosas y la cual injusticia se acaba por sí misma después que ha curado el mal; que, v. gr., la disposición policial contra la guaranguería de buen tono que no estableciera la obligación de resolver en todos los casos por la sola queja de la mujer vejada contra todos los compadritos que fuesen á mentir para salvar á un compañero de ociosidad, sería un sablazo en el agua. «No se triunfa de los salvajes sino por un salvajismo perfeccionado», dice A. France.
«Nosotros consideramos á un gendarme como á un hombre, á menudo brutal, de quien podemos sin crimen rechazar la violencia injusta por la violencia. En Inglaterra el gendarme en funciones es la ley; y cualquiera que sea su error, no debe ser resistido. En vano probaréis que no ha debido arrestaros; no quedáis por eso menos culpable de haberle resistido». (Laroque, L'Angleterre et le penple cingláis). Un gendarme apostado en el Once de Septiembre, con orden de detener á un culpable por la filiación, inducido en error por el parecido de un transeúnte, lo detiene; el detenido, como es de práctica, entra en alegaciones con el gendarme, y, por fin,
se resiste; el gendarme toca auxilio, llegan otros, sigue la resistencia, y no pudiendo convencerlo ni detenerlo por las buenas, lo detienen por las malas y se lo llevan. Indignación en coro de la prensa nacional, que reclama para el infeliz gendarme todo el rigor de la ley por abuso de autoridad.
En este país es necesario que los gendarmes no se equivoquen nunca y que jamás apaleen á un inocente que se resiste en la misma forma en que se resisten los culpables. También si no fuese así, no seríamos south americanos.
Sin orden no puede haber progreso y sin espíritu de sumisión á la ley y de respeto al magistrado no puede haber orden. Ahora, pues, el culto del coraje es incompatible con la sumisión á la autoridad, porque es la base del moreirismo. Se sabe que nuestros legisladores, de miedo preventivo al abuso, paren la autoridad melliza con la insurrección, poniendo al lado de la facultad
de mandar el derecho de desobedecer; pero, ¿se quiere saber cómo hacen nuestros jueces para quitar á la policía el 75 °/0de su eficacia, dar alas al desorden y convertir los incidentes triviales en batallas callejeras? «En un juicio seguido contra dos conocidos jóvenes por pretendido desacato á un agente de policía, el juez correccional doctor Evaristo Barrenechea ha dictado la siguiente interesante resolución, estableciendo que los vigilantes no son funcionarios públicos: Apalear á un gendarme dice la sentencia, no es delito de desacato, porque el gendarme no es autoridad, sino agente de la autoridad. (Tribuna, Marzo 3). ¿Qué clase de autoridad es aquella cuyos agentes pueden ser insultados impunemente? Es claro; la autoridad emergente del culto nacional del coraje barato. En consecuencia, el juez absuelve de culpa y cargo á los acusados.
Tres días después, tres individuos se apeaban de un coche en la calle Brown núm. 38, y abonaban á trompadas los honorarios del cochero. Este llama al cabo Martín Escobar, conocido como hombre empeñoso, prudente y resuelto, quien va al café y saca á los tres agresores. «Pero esto trajo una protesta de otros clientes amigos de los presos, armándose una lucha reñida de un hombre contra 20, pues muchos eran los que á los barulleros ayudaban, saliendo á relucir armas y siendo atropellado el cabo. El vigilante, mientras se defendía, tocó auxilio, concurriendo agentes de las comisarías 20 y 29, armándose una batalla en plena calle, á tal extremo que los vigilantes necesitaron hacer uso de sus machetes... (La Nación, Marzo 6).
Dos jóvenes conocidos, absueltos por haber insultado á un gendarme. ¡La que se habría armado si las cosas hubiesen pasado al revés, si el gendarme hubiera insultado á un solo joven conocido!
Apalear al vigilante de la esquina y apalear al changador de la esquina es la misma cosa ante la justicia argentina. Pero el vigilante está encargado de contener y defender al changador, no con la autoridad, porque no la tiene, sino con el machete, porque lo tiene. Y como es indecoroso someterse á un hombre que no tiene autoridad, someterse al gendarme es indecoroso. Pero si el vigilante insulta ó apalea á un joven conocido, la in- dignación pública y los jueces envían el gendarme á la cárcel por abuso de autoridad. ¿Puede cometer abuso de autoridad quien no tiene autoridad, puede hacer un disparo de revólver el que no tiene revólver? En el sentido común, ciertamente, esto es un imposible, pero es un posible en la teología jurídica, que hace blanco lo negro y negro lo mismo que ha hecho blanco.
Porque si los gendarmes son malos sin estar insultados, insultarlos es la manera infalible de hacerlos más malos y absolver de culpa y cargo á los que los insultan, es el medio más seguro de fomentar contra ellos el insulto. Un buey manso y robusto se puede llevar con una piola ; para un novillo flaco y arisco se necesita un torzal. Esto no será lógico, pero es cierto, y también es cierto que el ideal caballeresco reclama la justicia administrada por mano propia, y en su defecto la violencia. « Ser llevado por las calles como un criminal y por un hombre que no sea más valiente, imposible ! »
El hombre guapo debe preferir mil veces, en este país, que lo lleven como á un perro rabioso.
Se ve, pues, que nos sobra temperamento para las revueltas y nos falta en la misma proporción para el orden y la justicia.
« Cualquiera discusión es inútil, pero la que aceptamos con un necio nos rebaja de golpe á su nivel. ¿ A qué emprender gratuitamente la educación de aquel transeúnte que no sacará de ello provecho alguno, y al contrario nos guardará rencor ? » ( Groussac). « Para obrar y hacer obrar no hay como la economía de la mímica y de las palabras. En Hyde Park he observado muchas veces y largo tiempo á los policemen ; no hablan nunca ; si hay aglomeración de coches, alzan el brazo para detener al cochero y le bajan para decirle que siga : obediencia inmediata y muda del cochero. Cuando en el mando y la obediencia se suprime la palabrería, las exclamaciones, las impaciencias, los titubeos y el tumulto, la orden y la ejecución engranan una en otra tan rápida y seguramente como dos rodajes » ( Taine). Lo que es aquí, como vice españoles que somos, todo es alegado y al por mayor. Toda orden lleva consigo levadura de inobediencia, es decir, fundamento. Se compone casi siempre de dos partes : el mandato con que no se puede disentir, y la razón del mandato con que se puede siempre disentir, porque no se puede mandar al entendimiento ; nadie tiene obligación de pensar contra su pensamiento , aunque tenga obligación de obedecer contra su voluntad. Consideramos siempre más importante nuestra superioridad de inteligencia que nuestra superioridad de jerarquía, salvo los compadres, que consideran más merecedor de obediencia á su coraje que á la autoridad de la ley con que se hallan investidos, según lo muestra su fórmula predilecta: « le mando como hombre y como superior ».
A favor de la ignorancia, del buen sentido teórico, y del necio respeto por la erudición, ha llegado á acreditarse en el público, y es tradicional, el gusto por los manifiestos pomposos y por las sentencias muy argumentadas, que es casualmente la forma especial y forzosa de las pilatunas, pues, para decir, v. gr., que la apropiación de bienes ajenos es robo y que tal hecho está penado por el artículo cual, sobran cuatro palabras, y cuatro mil son pocas para demostrar que tal apropiación no es robo ni hecho previsto en la ley. Es necesario recorrer muchos vericuetos y edificar muchos sofismas para « buscarle la vuelta á la ley », como dicen aquí. « Los escrúpulos sirven para el crimen; jamás para la virtud », dice Gonffinal. « No necesita ningún otro rosario aquel cuya vida no es más que un rosario de amor y de buenos pensamientos » , dice un proverbio persa ; pero necesita por lo menos diez rosarios de sofismas aquel cuya vida es un rosario de irregularidades.
Un amigo le escribe á Taine: « El otro día se le ocurre á mi cochero lanzarse á escape y espanta dos caballos, de un particular, que estaban enganchando. Acude el groom, coge á sus caballos del freno y los calma. Ni una palabra medió entre aquellos dos hombres. Figúrese Vd. la misma escena en Francia, las injurias del lacayo orgulloso de su señor, las groserías del plebeyo envidioso, etc. Ahí tiene Vd. lo más significativo que he visto en Inglaterra y aquello por lo cual me explico la libertad inglesa ». Porque sus lacayos saben contener su lengua y conducirse con más sensatez que nuestros prohombres en las menudencias, que constituyen el 99 °/0 de la vida, ¡ verdad? « Según ellos, el mérito principal de un hombre es tener siempre fría y despejada la cabeza.» Pues aquí hacemos cabalmente al revés : cuando se necesita sangre fría fabricamos cabeza caliente, por otro nombre entusiasmo, que es virtud latina, y cuando hace falta cordura ponemos terquedad, que es virtud española y por ende nuestra, y cuando se precisa experiencia gastamos ilustración que es casi siempre lo contrario, y á la declamación gritona le llamamos energía, porque la lógica del espíritu entiende que los ladridos ruidosos traducen perro grande, cuando la lógica de la naturaleza, ó por otro nombre, ley de compensaciones, ha puesto los ladridos sordos en el perro grande y los agudos y estridentes en el perro chico.
Hacer depender el bienestar de un pueblo, el orden, el progreso, el buen gobierno y la dicha individual, no de los altos ideales, ni siquiera de las constituciones trasplantadas, sino del trabajo, del aseo, del confort y de que los habitantes aprendan á conducirse, y en vez de resolver todas las cuestiones entre hermanos por el coraje, las resuelvan por el juicio ; vean ustedes dónde ha venido á encontrar las cosas trascendentales este ganso, dirán, ¡ como si los oyera!, los sentimentalistas que no esperan la grandeza del país, del vapor, la electricidad y la voluntad, sino de los principios, la poesía y la guitarra. ¡Habráse visto! ¡desmonetizar el valor que nos dio la independencia y nos cubrió de gloria!
Y que también nos cubrió de sangre y luto y ruinas y desolación porque no supimos guardarlo para las querellas con el extranjero y continuamos usándolo para solucionar todas las cuestiones domésticas ; porque una vez « coronados de gloria » y desprovistos de todo, pedir más gloria cuando necesitábamos sembrar trigo y poner aguas corrientes, era tentar al diablo.
Cada hombre viene á la vida con su lote de esperan- zas y su dotación normal correlativa de descontento que vuelca sobre los males que le toquen, chicos ó grandes, en la forma que encuentre en uso : trabajo encarnizado en el norte ; revoluciones gloriosas en el centro y el sud. Y sus esperanzas de ir á más también las realizará en las formas de ir á más que encuentre establecidas : Hunting dollar animal si lo que más se estima es el hombre fuerte para prosperar ; empresario de atropellos si ser guapo es la mejor manera de valer mucho ; energúmeno de profesión si hay quienes gusten de la utopía y la subvencionen ; calavera si los destronados están de moda ; incansable para descansar si la ociosidad es de buen tono. « En Roma, dice Boissier, la acusación pública contra personajes de valía era el medio que preferían los jóvenes de talento para abrirse camino. Después, las generaciones delicadas, producto de la cultura general en el imperio, tuvieron escrúpulos de encontrar su bien en el mal de los otros, y á medida que se debilitó el patriotismo apareció esa forma de elevación de alma y distinción de espíritu, que los filósofos llamaban humanidad. » Cicerón mismo que principió atacando á Verrés declaraba al fin de sus obras « que le parecía inhumano emplear en la pérdida de las gentes un arte que la naturaleza había dado para salvarlas ».
El que está descontento de su persona trabajará por mejorar su persona, « trabajará en lo obscuro », como dice Emerson ; el que está envanecido de su persona y descontento de su ubicación en las filas, luchará para alcanzar un grado más alto, luchará en la plaza pública, á arañazos como en la bolsa de gatos, para subir y no dejar subir.
¿ Y qué ha de hacer un niño, y peor si es niño mimado ó abandonado, que lo mismo da, que á los diez años encuentre preestablecida para los de su edad la costumbre de chupar tagarninas, apedrear faroles, romper vidrios, rayar las paredes, maltratar á los perros y soltar palabrotas ? ¿ Qué ha de hacer á los diez y seis años, sino adoptar para sí la aspiración á la ociosidad con sueldo, si encuentra que esa es la aspiración de todo su mundo, y darse á todos los vicios y malas mañas que estén prestigiados con el nombre seductor de diabluras? En seis años habíamos hecho siete revoluciones infantiles en el colegio nacional y estábamos tan orgullosos de esa prueba de virilidad sud americana.
« Una nación defenderá, dice Ihering, en un caso dado, sus derechos políticos y su rango internacional, de la misma manera como el individuo en ella defiende su derecho personal en la vida privada ». ¿Defiende su derecho privado á pura chicana y empeños en los tribunales, á tiros y puñaladas fuera de los tribunales ? A tiros defenderá los principios de su partido y á empujones y manifiestos su derecho electoral.
« La insurrección que Lafayette consideraba el más santo de los deberes, figura ahora á los ojos del pueblo francés entre los deberes que sabe llenar » ( Carlyle ). a Nosotros, decía Juan C. Gómez — concretando el sentir general, — nosotros, beneficiarios de las revoluciones, progenie de las revoluciones, no podemos permitir que se ponga en duda ese derecho, sofocando el principio vital de nuestra nacionalidad y condenando á muerte á todo lo que forma nuestra gloria y nuestra grandeza ». (?) La insurrección como regla de conducta normal, es como si un hombre se creyere obligado á tomar á pasto por el resto de su vida el remedio heroico que lo sanó de la enfermedad mortal. Curarse en salud no es sanar sino enfermarse á perpetuidad, conservando para las luchas de la civilización el valor, la terquedad y el atropello que nos fueron necesarios para triunfar del valor, de la terquedad y de la crueldad de los españoles, precisamente cuando la más ruda experiencia está demostrando que las virtudes de ellos que nos fueron necesarias para vencerlos á ellos en la guerra, se bastan y se sobran para derrotarnos á ellos y á nosotros enlas luchas del comercio y de la industria.
No, pues ; por venerables que sean los dolores del alumbramiento nacional, los pueblos que nacen á la libertad por rebelión, no pueden hacer de la rebelión la norma de su vida libre, como el monje que adopta para régimen cuotidiano el martirio porque los judíos de hace 1866 años eran unos bárbaros, pues, en tal concepto, de la ciega obstinación de la madre patria habría derivado para nosotros, á modo de pecado ori- ginal irredimible, la obligación de vivir en obstinación perpetua, en revolución permanente, en imbecilidad insanable.
El que tiene la realidad de una cosa no necesita las apariencias de esa misma cosa, que la suplen y que son de toda necesidad en el que no la tiene. Al que tiene la energía no le es necesario el aparato exterior, el atrevimiento, la actitud provocativa y las posturas estudiadas del matón. La solemnidad es tan necesaria para los espíritus hueros, como las plumas tornasoladas y enhiestas al pavo de carne insulsa ; la energía externa es necesaria para los débiles, como la petulancia para los patanes y la peluca para los calvos. » ; Por qué. dice Tillotson, un hombre simula ó semeja ser lo que no es, sino porque es bueno tener la calidad que se quiere representar? » ¿Es bueno ser valiente? Pues en vano dirá el refrán que lo cortés no quita lo valiente, porque también es cierto que no lo muestra y los flojos vergonzantes, como los pobres de levita, necesitan mostrarlo precisamente porque no lo tienen y reconocen que es bueno tenerlo.
De ahí proviene la afición nacional al atropello que hace la vocación para las soluciones violentas, para el engrandecimiento por las guerras externas y las revoluciones domésticas. « La naturaleza produce pocos hombres valerosos y es el arte quien forma el mayor número », decía Yegocio. También produce pocos hombres enérgicos y es el ideal de la independencia personal quien forma el mayor número, <t El humor belicoso se inspira no solamente á las naciones, sino también á los individuos, y los vicios, lo mismo que las virtudes, se enseñan casi como la geometría » ( Muñiz y Terrones ). La acometividad es una cualidad natural en el hombre salvaje y que no es necesario fomentar sino apaciguar. En esto consiste la civilización anglo sajona.
¿ Es bueno saber dominarse y es vergonzoso perder los estribos y cometer brutalidades y torpezas por acto primo? Pues hasta los irascibles de profesión aprenderán á contenerse para parecer lo que es bueno ser, y así llegarán á serlo. ; Es bueno ser aseado en la conducta y en la vida vegetativa y es denigrante ser vivo y cochino ? Pues hasta los bellacos y chanchos aprendrrán, á la larga, á manejar la conciencia y el jabón.
Y claro está que puede haber frugalidad de insolencias como resultado de la humildad hereditaria , del hábito de las vejaciones, etc.; pero cuando se dice que el silencio es oro no se entiende que el mutismo y la sordera natural sean un mérito personal. No es la mansedumbre por indolencia del asno, virtud del coya, y en general, del salvaje domesticado de las zonas tropicales, sino la docilidad robusta y animosa del caballo de raza amaestrado, la que puede hacer tierra firme para las instituciones políticas.
Ilustración: James Steinberg
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