Pedimos a la educación que nos dé escolares sanos y fuertes, con aptitudes científicas, con criterio práctico y cultura moral; que les forme el sentido estético, la vocación cívica y la iniciativa industrial ; que edifique el ser moral, (honradez, veracidad, rectitud, ingenuidad, ecuanimidad, tolerancia) ; que los transforme en ciudadanos. Pedimos a las aulas la mujer fuerte y sabia, que guarde la casa, hile su lana, cultive sus flores y lea sus libros ; al maestro que señale en el horizonte de cada alma, los cuatro puntos cardinales de una vida, bastarse a sí mismo, gobernar la voluntad, fundar una familia y servir a su país; y pedimos a todo el sistema de educación republicana, que supera a cada uno el ideal de una vida moral superior a la actual, de una patria más completa que la actual, de una humanidad más solidaria, justa y buena que la actual.
Pedimos todo esto, y mucho más, como para afirmar la existencia de una panacea universal, aunque estemos convencidos del absurdo de pedir peras al olmo. Y lo grave del caso es que responsabilizamos al Estado de que no se nos dé lo que pedimos, y de que, lo que se nos da, es malo, tuerto y caro. La parodia se repite : todo sale perfecto de manos de la naturaleza; todo se corrompe en las manos del gobierno. Con requisitorias semejantes haría el sofista ginebrino el brillante sermón de su Emilio.
A ello es necesario agregar la exigencia de que el gobierno ha de recibir al niño a los seis años de edad y lo ha de entregar con las borlas del técnico o del doctor a los veintidós, costeándole la cultura primaria, la secundaria, la universitaria y la profesional, durante diez y seis años. Como es el único patrón que gasta dinero desinteresadamente en esta obra política, ya que los padres renuncian a tal deber inalienable, él da la doctrina, la plata, el maestro, el título, el oficio, la industria y el mecanismo gubernamental con cien mil empleos rentados para tanta gente bien educada . . .
En resúmen, según nuestro democrático modo de ver las cosas, por el cristal del sistema educativo a cargo del Estado se reflejan los siguientes mirajes:
Primera faceta: jardines de infantes, escuelas y asilos maternales, escuelas de niños débiles ; el Estado es padre de todos los desamparados que no tienen madre o cuyas madres no tienen aptitud para serlo.
Segunda faceta: estudio experimental del niño, toda una psicología, toda una paidología, que enseña a respetar Jos caracteres de originalidad del educando y a buscar la horma para cada zapato, a fin de que el futuro hombre no resulte con la chaqueta mental embolsada, ni con camisa de once varas, ya que el destino da a veces bizcochos a quien no tiene dientes. El Estado avala todas las probabilidades de adquirir dentadura fuerte y bizcochos sabrosos.
Tercera faceta: cultura científica, experimental y espontánea primero, sistemática después y aplicada a las industrias más tarde. Entre el catecismo y la geometría, la vasta y complicada urdimbre de las ideas se teje mejor, parece, con ángulos que con versículos evangélicos.
Cuarta faceta: cultura literaria y estética, esto es, la disciplina del idioma nacional, de la geografía y de la historia patria; el buen gusto literario ; la aptitud para el canto coral y para gustar todas las anomalías del color, de la forma y del sonido, especialmente del ritmo poético y de la oración habitada. Bajo este punto de vista, hasta los diputados nacionales se quejan de que el Estado no les haya formado la desenvoltura y la elocuencia que necesitan para lucirse en la cámara. . . .
Quinta faceta; cultura industrial, o como ha dado en llamarse, vocacional, cuya significación didáctica ha explicado durante diez sesiones la elocuencia pedagógica del Congreso Argentino.
Sexta faceta: cultura cívica, que implica el problema de la restauración nacionalista, en crisis con el problema de la restauración cosmopolita : la patria, en conflicto de civilización con todas las patrias, pasadas, presentes y futuras ; y el problema de la formación política de la raza, tan distinto del problema biológico que ha bosquejado José Ingenieros.
Séptima faceta: la cultura moral de la masa ciudadana que arrastra en sus redes el problema religioso y que interesa como la primera y la última palabra de las aulas.
Octava faceta: la disciplina escolar, que es la mitad de la obra del maestro, cuyos procedimientos impiden que lo que hay de animal en en el niño, ahogue a lo que hay en él de humano, según la expresión de Kant.
Novena faceta: La cultura universal, gratuita y laica, accesible a todas las edades y condiciones, lo que se llama en buen romance, la supresión del analfabetismo; que es el sol de los pobres y el pan de cada día, que a todos debe llegar, como a los lirios del valle, que no siembran ni siegan y; que viven de arriba a costa del padre común. El pan espiritual, obligatorio, gratuito y laico, a veces sin levadura, a veces duro, de aprender a leer, escribir y contar, que nuestros pensadores y estadistas prefieren al pan de justicia, que es el agua pura que lleva la fontana del gallardo poeta . . .
Décima faceta: la cultura religiosa, que el catolicismo quiere meter en la ya cargada alforja del Estado, como el curalotodo del coya boliviano, cerrando así esta curva indefinible de un sistema de educación, cuyo centro está en todas partes y cuya periferia en ninguna, como sucede en la trayectoria fugaz del tren en marcha, con las casas y los caminos que van formando círculos absorbentes para nuestra ventanilla instable, que también camina como todas las cosas. Desde la propia ventanilla, las cosas son lo que la ilusión muestra, no lo que son en verdad.
Algo más: este patrón adinerado como el corega del teatro griego, que carga con la responsabilidad de la representación, debe pagar lo primario, lo secundario, lo normal, lo profesional, lo universitario, lo técnico, lo agrícola; amén de bibliotecas, clases para adultos, para cuarteles, para cárceles; además de los platos rotos de cada reforma ministerial . y de las diversiones y el incienso para el pueblo soberano. Lo que Sarmiento llamara en tono chacotón y quejumbroso el último mono del presupuesto, consume la tercera parte de la renta de la provincia de Buenos Aires !
El monopolio espiritual del Estado, como cualquier tiranía pacífica, llega, pues, en nuestro país a los límites de lo irritante y lo descomunal. La civilización argentina, como las fábricas de munición en tiempo de guerra, corre por cuenta y riesgo del gobierno. A veces la nave marcha sin brújula; a veces por la huella conocida de los prejuicios y casi siempre avanzando de día y retrocediendo de noche, en el empeño de llenar el cubo desfondado del caballero del Fabliau para redimir algunos pecados capitales : el arca santa donde se salva la nación con el milagro de una buena política, escolar.
No es, pues, ese monopolio la obra del estadista. El verdadero hombre público, el verdadero guiador de la cultura nacional, ha de desmontar la selva enmarañada, para que entre la claridad en la tarea de la opinión pública, en la de la familia, en la oficial, en la de las aulas, en la privada, en la pública, en la laica, en la política, en la religiosa, en la necesaria y general que reclama todo niño, en Ja contingente y complementaria que exige la división de los oficios y la concurrencia de los esfuerzos individuales. El verdadero estadista ha de separar la parte administrativa que le corresponde manejar directamente, de las partes diversas y divergentes que apenas si debe estimular y fomentar el poder público. El pueblo, no el gobierno, tiene la escuela que merece; él es el que apareja la vistosa carroza y dispone de los elementos de tracción, inclusive de los que animan y azuzan en el pantano. El sólo es Moisés que levanta las manos al cielo para pedir a su dios que abra las aguas del mar a la tierra de Canaán. El gobierno es nada más que el auriga inteligente, obligado a evitar el pantano. O prosiguiendo el símil bíblico, el macho cabrío que carga con todos los pecados de Israel. Por cuyo motivo, educar sin opinión pública o contra la opinión de los gobiernos, es llevar el vehículo vacío o largarlo de bruces en el zanjón. Por cuyo motivo también, es la educación una concurrencia de esfuerzos y de intereses, colocada en la encrucijada de las grandes vías abiertas a la civilización.
El interés de la clase industrial está especialmente en la escuela vocacional ; el interés especial de las clases ricas y directivas está en la universidad ; el interés de la burguesía católica y descreída está en el colegio nacional ; pero el interés de la nación entera está fundamentalmente en la escuela primaria. Esta es su única administración legítima. Por cuyo motivo formas, no reformas, que permitan el desenvolvimiento de todos los intereses ; formas, no reformas que permitan la intervención concurrente de todos los agregados; formas, no reformas, que suministren vestido apropiado a todos loe santos y que ahorren a los intereses creados la desnudez del colegio nacional, para vestir la clase intermedia; formas estables, como la ley prusiana o el Bill Foster, es lo que pide a gritos la nación y no veintinueve reformas ministeriales que han prodigado a torrentes la ciencia oficial y han desfondado la conciencia por venir, con leyes, proyectos y planes tan revolucionarios como falaces.
Y la más excelsa de las virtudes de Sarmiento y de su ministro Avellaneda, fué el haber agitado la pasión argentina de la cultura, el interés general, la escuela primaria, sin detrimento de les otros aspectos del problema y con el estímulo a los intereses secundarios y unilaterales. Y el más grave de los pecados ministeriales, es el de haber perturbado el desenvolvimiento de cada forma especial de culturas, mirando una sola faceta del diamante y pretendiendo que esta faceta diera toda la luz necesaria a la nación, aunque los otros santos no tengan espera de decretos perturbadores de la vida interna de cada institución, que el elemento docente mira en cada ministro un ciclón y en cada inspector una ave de mal agüero que trae la tormenta. En el frontispicio de cada edificio escolar podríamos escribir el pensamiento de adentro, como el que Dante deja a su confidente:
" busco la paz".
Es que el país ha reformado y ha gobernado tanto ya, que bien podríamos, como si pusiéramos el dedal en el dedo, recordar el cuento criollo de las haciendas de Urquiza : abundan tanto los planes y los decretos escolares, que aburren, aturden, aumentan los tropezones y desvían al educador del seguro camino carretero, por donde ya viajaríamos en automóvil a no haberse borrado la huella vieja y segura.
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