martes, 22 de abril de 2025

Hamlet (William Shakespeare)








Ser o no ser, esa es la cuestión:

si es más noble para el alma soportar

las flechas y pedradas de la áspera Fortuna

o armarse contra un mar de adversidades

y darles fin en el encuentro. Morir: dormir,

nada más. Y si durmiendo terminaran

las angustias y los mil ataques naturales

herencia de la carne, sería una conclusión

seriamente deseable. Morir, dormir:

dormir, tal vez soñar. Sí, ese es el estorbo;

pues qué podríamos soñar en nuestro sueño eterno,

ya libres del agobio terrenal,

es una consideración que frena el juicio

y da tan larga vida a la desgracia. Pues, ¿quién

soportaría los azotes e injurias de este mundo,

el desmán del tirano, la afrenta del soberbio,

las penas del amor menospreciado,

la tardanza de la ley, la arrogancia del cargo,

los insultos que sufre la paciencia,

pudiendo cerrar cuentas uno mismo

con un simple puñal? ¿Quién lleva esas cargas,

gimiendo y sudando bajo el peso de esta vida,

si no es porque el temor al más allá,

la tierra inexplorada de cuyas fronteras

ningún viajero vuelve, detiene los sentidos

y nos hace soportar los males que tenemos

antes que huir hacia otros que ignoramos?

La conciencia nos vuelve unos cobardes,

el color natural de nuestro ánimo

se mustia con el pálido matiz del pensamiento,

y empresas de gran peso y entidad

por tal motivo se desvían de su curso

y ya no son acción.



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